La Celestina. Fernando de Rojas
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Название: La Celestina

Автор: Fernando de Rojas

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Clásicos

isbn: 9786074575552

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СКАЧАТЬ Venían a ella muchos hombres y mujeres y a unos demandaba el pan do mordían; a otros, de su ropa; a otros, de sus cabellos; a otros, pintaba en la palma letras con azafrán; a otros, con bermellón; a otros, daba unos corazones de cera, llenos de agujas quebradas y otras cosas en barro y en plomo hechas, muy espantables al ver. Pintaba figuras, decía palabras en tierra. ¿Quién te podrá decir lo que esta vieja hacía? Y todo era burla y mentira.

      CALISTO.- Bien está, Pármeno. Déjalo para más oportunidad. Asaz soy de ti avisado. Téngotelo en gracia. No nos detengamos, que la necesidad desecha la tardanza. Oye. Aquella viene rogada. Espera más que debe. Vamos, no se indigne. Yo temo y el temor reduce la memoria y a la providencia despierta. ¡Sus! Vamos, proveamos. Pero ruégote, Pármeno, la envidia de Sempronio, que en esto me sirve y complace no ponga impedimento en el remedio de mi vida. Que, si para él hubo jubón, para ti no faltará sayo. Ni pienses que tengo en menos tu consejo y aviso que su trabajo y obra: como lo espiritual sepa yo que precede a lo corporal y que, puesto que las bestias corporalmente trabajen más que los hombres, por eso son pensadas y curadas, pero no amigas de ellos. En la tal diferencia serás conmigo, en respecto de Sempronio. Y so secreto sello, pospuesto el dominio, por tal amigo a ti me concedo.

      PÁRMENO.- Quéjome, señor, de la duda de mi fidelidad y servicio, por los prometimientos y amonestaciones tuyas. ¿Cuándo me viste, señor, envidiar o por ningún interés ni resabio tu provecho torcer?

      CALISTO.- No te escandalices. Que sin duda tus costumbres y gentil crianza en mis ojos ante todos los que me sirven están. Mas como en caso tan arduo, do todo mi bien y vida pende, es necesario proveer, proveo a los acontecimientos. Como quiera que creo que tus buenas costumbres sobre buen natural florecen, como el buen natural sea principio del artificio. Y no más; sino vamos a ver la salud.

      * * *

      CELESTINA.- Pasos oigo. Acá descienden. Haz, Sempronio, que no lo oyes. Escucha y déjame hablar lo que a ti y a mí me conviene.

      SEMPRONIO.- Habla.

      CELESTINA.- No me acongojes ni me importunes, que sobrecargar el cuidado es aguijar al animal congojoso. Así sientes la pena de tu amo Calisto que parece que tú eres él y él tú y que los tormentos son en un mismo sujeto. Pues cree que yo no vine acá por dejar este pleito indeciso o morir en la demanda.

      CALISTO.- Pármeno, detente. ¡Ce! Escucha qué hablan éstos. Veamos en qué vivimos.

      ¡Oh notable mujer! ¡Oh bienes mundanos, indignos de ser poseídos de tan alto corazón! ¡Oh fiel y verdadero Sempronio! ¿Has visto, mi Pármeno? ¿Oíste? ¿Tengo razón? ¿Qué me dices, rincón de mi secreto y consejo del alma mía?

      PÁRMENO.- Protestando mi inocencia en la primera sospecha y cumpliendo con la fidelidad, porque te me concediste, hablaré. Óyeme y el afecto no te ensorde ni la esperanza del deleite te ciegue. Tiémplate y no te apresures: que muchos con codicia de dar en el fiel, yerran el blanco. Aunque soy mozo, cosas he visto asaz y el seso y la vista de las muchas cosas demuestran la experiencia. De verte o de oírte descender por la escalera, parlan lo que estos fingidamente han dicho, en cuyas falsas palabras pones el fin de tu deseo.

      SEMPRONIO.- Celestina, ruinmente suena lo que Pármeno dice.

      CELESTINA.- Calla, que para la mi santiguada do vino el asno vendrá el albarda. Déjame tú a Pármeno, que yo te le haré uno de nos, y de lo que hubiéremos, démosle parte: que los bienes, si no son comunicados, no son bienes. Ganemos todos, partamos todos, holguemos todos. Yo te le traeré manso y benigno a picar el pan en el puño y seremos dos a dos y, como dicen, tres al mohíno.

      * * *

      CALISTO.- Sempronio.

      SEMPRONIO.- Señor.

      CALISTO.- ¿Qué haces, llave de mi vida? Abre. ¡Oh Pármeno!, ya la veo: sano soy, vivo soy! ¿Miras qué reverenda persona, qué acatamiento? Por la mayor parte, por la fisonomía es conocida la virtud interior. ¡Oh vejez virtuosa! ¡Oh virtud envejecida!. ¡Oh gloriosa esperanza de mi deseado fin! ¡Oh fin de mi deleitosa esperanza! ¡Oh salud de mi pasión, reparo de mi tormento, regeneración mía, vivificación de mi vida, resurrección de mi muerte! Deseo llegar a ti, codicio besar esas manos llenas de remedio. La indignidad de mi persona lo embarga. Desde aquí adoro la tierra que huellas y en reverencia tuya beso.

      CELESTINA.- Sempronio, ¡de aquellas vivo yo! ¡Los huesos que yo doy piensa este necio de tu amo de darme a comer! Pues nada le sueño. Al freír lo verá. Dile que cierre la boca y comience abrir la bolsa: que de las obras dudo, cuanto más de las palabras. So, que te estriego, asna coja. Más habías de madrugar.

      PÁRMENO.- ¡Ay de orejas, que tal oyen! Perdido es quien tras perdido anda. ¡Oh Calisto desventurado, abatido, ciego! ¡Y en tierra está adorando a la más antigua y puta tierra que fregaron sus espaldas en todos los burdeles! Deshecho es, vencido es, caído es: no es capaz de ninguna redención ni consejo ni esfuerzo.

      CALISTO.- ¿Qué decía la madre? Paréceme que pensaba que le ofrecía palabras por excusar galardón.

      SEMPRONIO.- Así lo sentí.

      CALISTO. Pues ven conmigo: trae las llaves, que yo sanaré su duda.

      SEMPRONIO.- Bien harás y luego vamos. Que no se debe dejar crecer la hierba entre los panes ni la sospecha en los corazones de los amigos; sino limpiarla luego con el escardilla de las buenas obras.

      CALISTO.- Astuto hablas. Vamos y no tardemos.

      CELESTINA.- Pláceme, Pármeno, que habemos habido oportunidad para que conozcas el amor mío contigo y la parte que en mi inmérito tienes. Y digo inmérito por lo que te he oído decir, de que no hago caso. Porque virtud nos amonesta sufrir las tentaciones y no dar mal por mal; y especial, cuando somos tentados por mozos y no bien instruidos en lo mundano, en que con necia lealtad pierdan a sí y a sus amos, como ahora tú a Calisto. Bien te oí y no pienses que el oír con los otros exteriores sesos mi vejez haya perdido. Que no sólo lo que veo, oigo y conozco; mas aun lo intrínseco con los intelectuales ojos penetro. Has de saber, Pármeno, que Calisto anda de amor quejoso. Y no lo juzgues por eso por flaco, que el amor todas las cosas vence. Y sabe, si no sabes, que dos conclusiones son verdaderas. La primera, que es forzoso el hombre amar a la mujer y la mujer al hombre. La segunda, que el que verdaderamente ama es necesario que se turbe con la dulzura del soberano deleite, que por el hacedor de las cosas fue puesto, porque el linaje de los hombres perpetuase, sin lo cual perecería. Y no sólo en la humana especie; mas en los peces, en las bestias, en las aves, en las reptilias y en lo vegetativo, algunas plantas han este respeto, si sin interposición de otra cosa en poca distancia de tierra están puestas, en que hay so determinación de herbolarios y agricultores, ser machos y hembras. ¿Qué dirás a esto, Pármeno? ¡Neciezuelo, loquito, angelico, perlica, simplecico! ¿Lobitos en tal gestico? Llégate acá, putico, que no sabes nada del mundo ni de sus deleites. ¡Mas rabia mala me mate si te llego a mí, aunque vieja! Que la voz tienes ronca, las barbas te apuntan. Mal sosegadilla debes tener la punta de la barriga.

      PÁRMENO.- ¡Como cola de alacrán!

      CELESTINA.- Y aun peor: que la otra muerde sin hinchar y la tuya hincha por nueve meses.

      PÁRMENO.- ¡Hi!, ¡hi!, ¡hi!

      CELESTINA.- ¿Ríeste, landrecilla, hijo?

      PÁRMENO.- Calla, madre, no me culpes ni me tengas, aunque mozo, por insipiente. Amo a Calisto, porque le debo fidelidad, por crianza, por beneficios, por ser de él honrado y bien tratado, que es la mayor cadena, que el amor del servidor al servicio del señor СКАЧАТЬ