El amor de sus sueños. Julie Cohen
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Название: El amor de sus sueños

Автор: Julie Cohen

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: elit

isbn: 9788413489599

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СКАЧАТЬ por la ventana abierta de su dormitorio. Aun así, tuvo que palpar al lado suyo en la cama para asegurarse de que estaba solo.

      Se levantó y fue al baño. La luz le hizo daño en los ojos. Se echó agua en la cara y recordó lo que había soñado. Sus mejillas estaban sonrojadas, sus ojos enrojecidos y sus pupilas dilatadas. No pudo evitar esbozar media sonrisa. Tenía el aspecto de un hombre que acababa de tener la mejor experiencia sexual de su vida. Y así había sido.

      Su sonrisa se amplió para después desaparecer poco a poco.

      Lo más patético de todo era que había tenido su experiencia sexual más intensa y había sido en un sueño.

      Salió deprisa del baño y bajó las escaleras. Desnudo como estaba llegó al salón. Colocó algunas astillas y algo de papel en la chimenea y los prendió fuego. Después puso un par de leños encima de la pila. Observó cómo las llamas iban tomando fuerza poco a poco. Recordó el sabor de su amante en el sueño que acababa de tener y cómo lo había abrazado.

      Cuando vio que el fuego ya estaba fuerte, se levantó y fue hasta su escritorio. Sin apenas mirar, encontró el pequeño libro en el primer cajón. Se arrodilló con él de nuevo frente a la chimenea.

      Se lamió los labios y pensó que podía saborear de nuevo la dulzura de su amante. Pero era sólo su imaginación. Ella había sido sólo una fantasía. Pero, por alguna razón, parecía más real que todo lo que había experimentado hasta entonces.

      Jack rasgó una a una las páginas de su agenda, deshaciéndose así de los nombres y teléfonos de todas las mujeres que allí tenía apuntados.

      Capítulo 1

      «A veces la vida es un asco», pensó ella.

      –Entonces, ¿cuánto me daría por mi Mercedes? –preguntó Kitty Giroux Clifford al hombre que tenía frente a ella mirándolo directamente a los ojos.

      El vendedor de coches usados se rascó la barbilla y dudó un segundo.

      –Tiene muchos kilómetros para ser un modelo del año pasado… Y aquí en Maine no se venden muy bien los descapotables. El invierno es demasiado duro.

      Kitty se enderezó en la silla. Necesitaba cada céntimo que pudiera sacar de la venta del coche para pagar sus deudas y mantener su negocio a flote. Pero no quería parecer desesperada.

      Aunque lo estaba. Y el vendedor lo sabía. La gente no vendía un Mercedes a no ser que se estuviera pasando una crisis económica.

      –Bueno, a lo mejor en el concesionario de Scarborough tienen más demanda de descapotables –dijo ella mientras se abotonaba la chaqueta de su traje de marca y se disponía a levantarse.

      –Un momento, señorita Clifford –la interrumpió el hombre–. Estoy seguro de que podemos llegar a un acuerdo.

      Sonrió, supo que había ganado. Pero en ese momento su bolso vibró y el corazón le dio un vuelco, siempre le pasaba cuando sonaba el teléfono móvil.

      «Esta llamada podría ser la que espero».

      –Perdone –se disculpó mientras sacaba el aparato–. Pero tengo que contestar.

      Vio en la pantalla que era su madre, para variar, la que llamaba. Pero decidió contestar de todas formas. Le vendría bien que el vendedor de coches pensara que era una mujer ocupada.

      –¿Diga? –saludó saliendo al aparcamiento.

      –¡Kitty! –gritó su madre entusiasmada–. ¡Te acaba de llamar alguien que quiere contratarte! Y, ¿a que no adivinas para dónde?

      Su pulso se aceleró. Había iniciado su negocio como diseñadora de interiores en Maine seis meses atrás y ésa era la primera llamada de interés que conseguía.

      –¿Dónde?

      –¡Te va a encantar! Ha comprado el cine Delphi y lo está restaurando.

      –¡Sí! –gritó Kitty dando un salto en el aire.

      El cine Delphi era el edificio más elegante de Portland. Nunca había sido una cinéfila pero siempre le había gustado el Delphi, desde pequeña. Parecía un palacio desvencijado, el tipo de sitio donde podría encontrar a un príncipe azul. Quizá a un príncipe azul también un poco deslustrado pero un príncipe azul al fin y al cabo.

      Ya no tenía ese tipo de sueños. Pero, desde su vuelta a Maine, se había parado a admirar el cine en ruinas cada vez que pasaba por allí. Había sido descuidado durante años pero aún conservaba su elegante estilo art decó. Restaurar un sitio así era el sueño de cualquier decorador.

      Parecía que su suerte podía empezar a cambiar.

      –Dijo que estaría esta tarde en el cine y espera que puedas pasarte –le dijo su madre–. He anotado su número por si quieres llamarlo.

      –¡Es genial, mamá! ¿Cómo se llama? –le preguntó mientras volvía a la oficina del vendedor.

      –Taylor.

      Se quedó parada en mitad del aparcamiento. Recordó que a Jack Taylor le encantaban las películas. Pero no podía ser.

      –¿Qué?

      –Taylor, se llama Taylor.

      –¿Y su nombre de pila?

      –No lo recuerdo. Me ha parecido encantador.

      Era la primera oportunidad real que tenía en su nuevo negocio y desde su divorcio. No podía creer que su cliente pudiera ser…

      –¿Cómo se deletrea?

      –Lo he anotado como T, A, I…

      –¿Estás segura de que no se escribe con «y» griega?

      –Bueno, no lo sé. A mí me sonó de la otra forma. Pero ¿qué más da? Es el trabajo que has estado esperando.

      Sí, ese trabajo parecía un sueño. Pero Jack Taylor era su peor pesadilla. Era el chico del que había estado enamorada en el instituto, el que pisoteó su corazón y la humilló enfrente de todo el colegio durante el baile de fin de curso. Era la única persona en el mundo a la que no quería volver a ver en su vida.

      Llevaba seis meses viviendo en la ciudad donde había crecido y no se había encontrado con él durante ese tiempo. Eso le hizo pensar que quizá se hubiera ido a otro sitio. Portland era una ciudad pequeña y pensaba que en ella no había suficientes mujeres para tener satisfecho a Jack.

      Aunque pensándolo mejor, Kitty decidió que en el mundo no había mujeres suficientes para mantenerlo contento. Tenía más novias y aventuras que pelos en la cabeza.

      Eso si no había cambiado desde sus tiempos en el instituto. Y no creía que lo hubiera hecho. Era rico, atractivo y lo suficientemente encantador como para que las féminas cayeran rendidas a sus pies. Igual que le había pasado a ella trece años antes.

      –¿Cariño? ¿Quieres el número? Así puedes preguntarle tú misma cómo escribe СКАЧАТЬ