Vida religiosa y casas de formación. Fabio Humberto FSC Hno Coronado Padilla
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СКАЧАТЬ propia para el postulantado, el noviciado y el escolasticado, por otra, nunca dejó de ser central la vivencia formativa básica esencial por antonomasia, la interacción entre el maestro experto y el discípulo aprendiz, quien pide ser iniciado.

      Una comparación nos ayuda a comprender mejor lo dicho. Acudamos al arte teatral, tal y como lo describe Jorge Plata, quien se pregunta ¿qué es el fenómeno teatral? Para dar respuesta a tal interrogante, nos dice que debemos despojar al espectáculo de aquellos elementos que no hacen parte de su esencia; a saber: la escenografía, el vestuario, el maquillaje, la ambientación luminosa y sonora, el espacio físico, entre otros. Solo así se puede llegar al núcleo esencial que le da vida al fenómeno teatral. ¿Cuál es ese núcleo central? Con sus palabras: “No es otro que el encuentro de un ser humano (el actor) que se presenta transformado o en proceso de transformación, y en tiempo presente y sin mediaciones, ante otro ser humano que lo observa (el espectador)” (2013, p. 9).

      Dicho encuentro esencial, continúa argumentando el autor, es el resultado de dos impulsos propios de algunas personas: el de transformación y el lúdico. El primero, corresponde al actor, capacidad de imitación (mímesis), el segundo, al espectador, necesidad lúdica, que le lleva a jugar y experimentar el ámbito de la libertad no utilitarista, el campo de las acciones gratuitas en las que encuentra placer, gozo y aprendizaje. Estos impulsos constituyen los elementos esenciales del fenómeno teatral la relación entre el actor y el espectador, que se realiza en tiempo presente y sin mediaciones.

      Finaliza sus reflexiones Jorge Plata Saray, uno de los actores, directores, dramaturgos y profesores más representativos del teatro colombiano, haciéndonos caer en la cuenta de que el asunto quedaría incompleto si no se responde la pregunta ¿por qué se hace teatro? He aquí su respuesta: “Este es un arte cuyo único tema de representación es el comportamiento humano. En un espectáculo dramático, de manera realista o simbólica y en un escenario, se representan comportamientos humanos, individuales y sociales para que sean conocidos, analizados, comprendidos y para que se susciten la adhesión o el rechazo de la comunidad, presente y participante, de los espectadores” (2013, p. 10).

      Si despojamos a la formación de sus ropajes, entiéndase de las casas de formación con todos sus recursos físicos y materiales (hábitat, mobiliario, computadores, internet, etc.) como también de sus proyectos formativos, aflora la esencia del fenómeno formativo: la relación entre el formador y el formando, que es lo mismo que decir la interacción entre maestro espiritual y discípulo. Y si nos preguntamos, dentro de este contexto, ¿por qué se hace formación? podríamos responder, llana y simplemente, para iniciar al joven candidato en un carisma e itinerario espiritual particular, dentro del cual se autentica o no su llamado vocacional; y el aspirante hace opciones profundas a la vida religiosa, comprometiéndose con un estilo de vida particular: la vida fraterna en comunidad con su correspondiente misión dentro de la Iglesia.

      Ya hemos visto cómo la esencia del fenómeno formativo fue, desde los inicios de la vida religiosa, una relación educativa personalizada como acompañamiento fraterno, dentro de la inspiración evangélica: “quédate con nosotros” (Lc 24, 29) y “ven y lo verás” (Jn 1, 46). A medida que el testimonio de este estilo de vida fue cautivando y atrayendo a un número cada vez más significativo de aspirantes, fue necesario crear estructuras formativas que respondieran a la demanda creciente, lo cual vino a oficializarse a través de los siglos con la ya clásica expresión: casas de formación.

      Así como la sociedad ha cambiado y sigue cambiando vertiginosamente la vida religiosa no se ha quedado atrás en su puesta al día, lo cual ha implicado, a su vez, una transformación radical del rol de formador y de la idea misma de casa de formación con sus correspondientes concreciones. A medida que fue evolucionando la vida consagrada, durante los siglos, de igual modo fueron apareciendo visiones distintas de casas de formación asociadas a cada nuevo estilo de vida religiosa. El arco de tiempo, dentro del cual se enmarcan las disquisiciones del presente libro, corresponde a los últimos cincuenta años, más exactamente al lapso comprendido entre la clausura del Concilio Vaticano II, en diciembre de 1965, y nuestro 2015 —año dedicado a la vida consagrada por iniciativa del papa Francisco—. Podemos señalar que estas décadas han sido muy creativas para responder a la manera de ser de las nuevas generaciones de candidatos a la vida religiosa, como también a las nuevas demandas de la sociedad y de la historia, que han interpelado y modificado la misión lasallista. Al menos en estas cinco décadas es posible rastrear cinco modelos distintos de casas de formación: modelo clásico, modelo familia, modelo inserción, modelo inter y, el más reciente, modelo neoconservador.

      Figura 1. Modelos de casas de formación

Modelo clásico Modelo familia Modelo inserción Modelo inter Modelo Modelo alternativo neoconservador

      Fuente: elaboración propia.

      Utilizamos la categoría modelos en tanto nos permite construir una abstracción teórica de un fragmento de la realidad, caracterizar sus rasgos más sobresalientes, presentar de manera pedagógica una aproximación a lo que se ha ido creando, lo que ya murió y lo que está naciendo en cuanto a formación para la vida religiosa se refiere. Los modelos son artificiales en cierta manera, subjetivos e incompletos. También son integradores, pues no son puros en sí mismos, ya que recogen lo perenne de la tradición formativa en consonancia con las innovaciones del presente, son permeables a la novedad impredecible de la acción del Espíritu, quien renueva las cosas donde quiere y cuando quiere, a tiempo y destiempo (Jn 3, 8; 16, 13).

      El modelo clásico corresponde a unas grandes edificaciones de dos o más pisos, diseñadas, normalmente, siguiendo el típico claustro del convento monacal con sus amplios corredores, arcadas, patios y capilla central, y rodeadas de canchas deportivas al igual que de campos para las labores agropecuarias. Se escogían, para su construcción, lugares alejados de los centros urbanos. Su tamaño y sus múltiples servicios (habitaciones, salones de clase, salas de estudio, comedor, cocina, etc.) imitaban los grandes internados de la época. En estos se alojaban varios cientos de jóvenes que se formaban desde muy niños para la vida religiosa. Llegaban, como aspirantes, a terminar su primaria o bachillerato, seguían de postulantes, luego novicios y finalmente escolásticos. Todas las etapas de formación se hacían, habitualmente, en el mismo lugar, en algunas ocasiones el noviciado contó con su propia casa en una ubicación diferente, y con locales apropiados con capacidad para cincuenta o más novicios. Por estos años, las distintas comunidades religiosas registraban en sus estadísticas números elevados tanto de personal religioso como de formandos.

      El modelo familia aparece cuando la realidad numérica de las congregaciones religiosas experimenta un descenso vertiginoso tanto por las salidas de sus efectivos, con votos temporales o perpetuos, como por el reducido número de nuevas vocaciones que ingresaban cada año. Las grandes construcciones se quedan vacías, la fraternidad religiosa que, normalmente, contaba con cuarenta o cincuenta religiosos para dirigir una obra educativa, de repente se ve drásticamente disminuida a diez, siete o menos Hermanos. Se abandonan las grandes casas de formación, el aspirantado (especie de colegio exclusivo para niños y jóvenes destinados a la vida religiosa) es suprimido. Desde este momento se ingresa a la formación inicial teniendo como mínimo el grado de bachiller, y cada etapa de formación cuenta con su casa específica: una para el postulantado, una para el noviciado y otra para el escolasticado. Tanto el postulantado como el escolasticado son trasladados a casas de familia adaptadas a tal propósito, situadas en barrios no muy distantes de los lugares de estudio (universidades) e instituciones educativas donde se hacía la práctica pedagógica (escuelas y colegios). La idea de fondo era no estar alejados de la cotidianidad de la gente, compartir su vida y su experiencia. Para el noviciado se construyó una edificación, que se caracterizó por la funcionalidad y sobriedad, con capacidad para una docena de novicios, y eso sí, siguió siendo en un lugar retirado en medio de la naturaleza.

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