Carlos Broschi. Eugène Scribe
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Название: Carlos Broschi

Автор: Eugène Scribe

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия:

isbn: 4057664182630

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СКАЧАТЬ que se quedase; y Teobaldo, despreciando sus órdenes, preparábase a dejarnos: afligida por su pérdida, le supliqué que permaneciera con nosotros.

      —»¡Ah!—le dije llorando;—¡ya no me queda ningún amigo!

      »Teobaldo se quedó.

      »Severo y brusco para todo el mundo, Teobaldo tenía para mí una dulzura y bondad infinitas. Aunque las funciones de preceptor tienen algo de enfadosas, nada podía agotar su paciencia, ni aun las rudas pruebas a que le sujetaba mi estudio de las lenguas extranjeras.

      »Yo aprendía el francés con alguna facilidad; pero el alemán, aunque era el especial cuidado de mi tío, me disgustaba sobremanera y tenía que violentarme, y ni aun así lograba retener en mi memoria una sola palabra de aquel idioma, que yo calificaba de bárbaro. Por último, rogué a Teobaldo que cesasen las lecciones, consintiendo él en ello, pero a condición de que se lo advertiría a mi tío. Lo prometí, pues, pero no me atreví a cumplir mi promesa.

      »Una o dos veces me encontré a solas con el Duque, que me preguntaba:

      —»¿Vas comprendiendo la lengua alemana?

      »Acordábame entonces que mi tío no comprendía una palabra de ella; esta convicción me daba un gran valor, y contestaba brevemente y en tono resuelto:

      —»Sí, mi querido tío; la comprendo perfectamente.

      »Pero he aquí que durante una pequeña temporada que Teobaldo estuvo ausente del castillo (había ido a ver a su madre que estaba bastante enferma), recibió mi tío una carta del margrave de Anspach, carta confidencial, tres grandes páginas del alemán más difícil.

      —»Veamos lo que contiene—me dijo;—léemela.

      »Fácilmente se imaginarán ustedes cuál sería mi situación... No encontré otra excusa que darle, sino que era demasiado larga.

      —»Eso no importa; te doy de plazo hasta la tarde.

      »La dificultad no estaba en el tiempo. Subí a mi aposento, y pasé algunas horas en llorar y maldecir al margrave. La hora llegó, pues; dejé la carta sobre la mesa y bajé más muerta que viva.

      —»¿Has terminado?—me preguntó el Duque.

      »Bajé la vista sin contestar, silencio que interpretó como una respuesta afirmativa; después de comer me preguntó:

      —»¿Dónde está esa carta?

      —»Sobre mi mesa—repuse, encomendando mi alma a Dios.

      »Tan grande era el terror que experimentaba al ver acercarse la tempestad, que no acertaba a pronunciar una palabra. Para colmo de humillación, Teobaldo, que acababa de llegar, entró en el salón. Mi tío le informó de lo que se trataba.

      —»Hela aquí—dijo, tomando la carta, que Carlos tenía en la mano;—he aquí la discípula de usted, que nos va a leer su traducción. Sígala con el original, y vea si está bien.

      »Había dos papeles; me entregó uno y dio el otro a mi profesor, cuya inquietud igualaba a la mía. Teobaldo estaba turbado, pálido. Pero su admiración fue tan grande como la que yo experimenté, cuando fijó su vista en el papel que se me había entregado; la carta del margrave estaba delante de mí legible, la entendía perfectamente.

      »Leí en voz alta; y Teobaldo, que atendía, entretanto, al original, no pudo detener más de una vez sus exclamaciones, que mi tío tomaba por muestras de aprobación. Por mi parte, viéndome salvada, y no explicándome este suceso sino por un milagro que mi razón no acertaba a comprender, me preguntaba interiormente:

      —»¿Qué ser caritativo, qué hada ha venido en mi auxilio y cuida de mí de esta manera?»

      —Pero perdónenme, amigos míos, perdónenme—dijo la Condesa con voz débil.—Estos acontecimientos de mi infancia me han entretenido más de lo que deseaba... y no tengo fuerzas para continuar...

      Su hermana, que ya había estado a punto de interrumpirla, le impuso silencio, y alargando su mano a Fernando, le dijo, despidiéndole:

      —Hasta mañana.

       Índice

      La Condesa continuó su relato, al día siguiente, en estos términos:

      »Mi tío había salido del aposento; Teobaldo y yo nos mirábamos aún asombrados del suceso, sin que pudiéramos darnos cuenta de una aventura que creíamos sobrenatural; porque excepto mi preceptor, que acababa de llegar, nadie entendía el alemán en el castillo, incluyéndome a mí, que hacía un año lo estaba aprendiendo.

      »Carlos permanecía de pie en un rincón del salón y nos miraba sonriendo; de pronto, dirigiéndose a Teobaldo, dijo:

      —»Y bien, querido maestro: ¿no adivina usted que pueda haber aquí otro discípulo, que le debe la dicha de haber sido útil a su bienhechora?

      »Teobaldo quedó estupefacto, porque esta frase acababa de ser pronunciada en el más puro alemán. Yo no pude menos de exclamar:

      —»¿Cómo, Carlos, esa traducción es de usted? ¿Dónde, pues, ha aprendido?

      —»Lo que usted no ha querido estudiar, lo he estudiado yo—nos dijo.

      »En efecto, hacía tres años que Carlos asistía asidua y silenciosamente a todas mis lecciones, y las había aprovechado mucho más que yo. Cuando estaba solo y entregado a sí mismo; cuando habían pasado las dos terceras partes del día, empleaba en estudiar los momentos que yo consideraba perdidos en la ociosidad.

      »Teniendo entrada a todas horas en mi gabinete de estudio, del que estaba encargado, servíase de mis libros y de mis cuadernos; su aplicación y su constancia le habían hecho un joven mucho más instruido de lo que podía pedirse a sus años.

      »El joven, el paje, a quien todos despreciaban en la casa, poseía perfectamente nuestra lengua y varios idiomas extranjeros; conocía la historia y la geografía. No había olvidado la música; y apenas había yo salido, se sentaba al clavicordio; algunas veces, me acuerdo perfectamente, creí, oyendo los sonidos lejanos, que mi maestro se había quedado tocando y que ensayaba todavía.

      »Fácilmente comprenderán ustedes, queridos amigos, que después de este descubrimiento, Carlos no tuvo necesidad de ocultarse. Estudiaba con nosotros, en mi compañía. Este acontecimiento había excitado mi emulación, y encontré desde entonces en el estudio un placer que había ignorado hasta entonces.

      »Teobaldo sentíase orgulloso de nuestros progresos, de los de Carlos sobre todo, porque su precoz inteligencia concebía con una facilidad asombrosa las cuestiones más difíciles y abstractas. Reunía a una memoria feliz, una concepción rápida, una imaginación ardiente y unos sentimientos nobles y elevados que no nacían en la imaginación, sino en el corazón. Tales eran las cualidades que brillaban en él de una manera notable.

      »Teobaldo mirábale con frecuencia sorprendido y me decía en voz baja y con acento profético:

      »Créame СКАЧАТЬ