La Chica Y El Elefante De Hannibal. Charley Brindley
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Название: La Chica Y El Elefante De Hannibal

Автор: Charley Brindley

Издательство: Tektime S.r.l.s.

Жанр: Историческая литература

Серия:

isbn: 9788835416616

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СКАЧАТЬ el panadero? —me preguntó.

      Desplomé los hombros. Había temido ese momento toda la noche. Jugueteé con mi brazalete, y luego suspiré profundamente.

      —Querrás recuperarlo cuando te lo diga.

      —No. Has trabajado duro para mí esta noche. Es tuyo para que lo guardes. Como tardaste tanto tiempo, envié a Jabnet a buscarte, y me dijo que tiraste mi jarra de vino y te escapaste. Me devolvió los pedazos rotos.

      —Eso es cierto, supongo. De camino a la tienda de Bostar, crucé Elephant Row, donde viven todos los elefantes. Cuando vi esos hermosos animales a ambos lados del sendero, tuve que acercarme a mirar. Pensé verlos un poco y luego ir a pedir tus panes a Bostar. Pero entonces encontré a Obolus, ¡y estaba vivo! Estaba segura de que había muerto en el río.

      Le conté que Obolus me sacó del río y que corrió hacia el árbol, y luego quedó inconsciente después de caerse y golpearse la cabeza contra la roca.

      Aparentemente, esto fue una sorpresa para Yzebel.

      —¿Se cayó?

      —Sí, pensé que lo había matado.

      —¿Por qué estabas en el río?

      —Me tiraron al agua anoche.

      —¿Por qué?

      —No lo sé. Es como si hubiera estado dormida mucho tiempo. No puedo recordar nada antes del río. Me hundí en el agua y Obolus me agarró con la trompa.

      Yzebel masticó su pan y tomó un sorbo de vino.

      —¿Pero no recuerdas quién te tiró al río?

      —No.

      Se acabó su pan y me miró fijamente. Al final, me dijo:

      —Continúa.

      —Cuando vi a Obolus en Elephant Row, se rompió la jarra de vino y… —Me detuve a pensar en eso—. No, espera, la jarra no se rompió. Se cayó al suelo, pero estoy segura de que no se rompió porque la habría oído romperse. Cuando volví de ver a Obolus, solo había un gran charco de barro morado, así que asumí que se había roto, pero ahora que lo pienso, debió volcarse y derramarse cuando se me resbaló. Así que alguien vino y se llevó la jarra. Pero sigue siendo mi culpa. Nunca debí haberla dejado caer.

      —Hum… Metí ese tapón con fuerza. No creo que se saliera cuando golpeó el suelo. —Yzebel miró por encima del hombro hacia la oscura tienda donde dormía Jabnet, y luego me miró a mí—. ¿Y aun así conseguiste el pan de Bostar?

      —Sí. Me senté en Elephant Row, llorando, cuando alguien me preguntó si había perdido algo. Levanté la vista para ver a Tendao allí de pie.

      —¡Tendao! —Yzebel se inclinó hacia mí, con los ojos bien abiertos—. ¿Cómo conoces a Tendao?

      —Me hablaste de él.

      —¿Yo? —Se enderezó.

      —Sí, hoy cuando vine por primera vez. Me preguntaste dónde conseguí su capa.

      Miró la capa que todavía llevaba y se apoyó en la mesa, acercando su cara a mí.

      —Dime exactamente cómo llegaste a usar la capa de Tendao.

      —Los soldados se rieron y se burlaron del pobre Obolus y de mí en el río después de que se golpeara la cabeza con la roca. No entendía lo que había pasado, y los hombres me asustaron. Me preocupaba lo que harían conmigo. Tenía frío y estaba temblando. Entonces sentí que esta capa me tocaba el hombro. Salté, pero vi que era un joven de aspecto agradable. No tenía barba y sus ojos eran de un marrón suave, como los tuyos. Me extendió la capa y…

      Yzebel me interrumpió.

      —¿Qué edad crees que tiene? ¿Como Hannibal?

      —No —dije—. Más joven que Hannibal, pero más viejo que Jabnet. ¿Es Tendao el hermano de Jabnet?

      Yzebel no respondió, sino que se miró las manos, ahora muy juntas. Después de un rato, tragó saliva y miró hacia la oscuridad.

      Mi vida, por lo que yo sabía, había comenzado aquel día. Pero habían pasado muchas cosas: el rescate de Obolus, los soldados amenazantes, el hombre alto de la túnica y el turbante, Tendao, Jabnet, Yzebel, Obolus de nuevo, vivo; Tendao ayudándome por segunda vez, Lotaz con sus brazaletes, aunque ninguno más hermoso que el mío; el gran esclavo, la chica que hilaba, todavía sentía curiosidad por ella; el alegre Bostar, los ruidosos soldados y su cena; y Hannibal, el guapo Hannibal. Me recordó al río, poderoso y profundo. Pero el río casi me mata, ¿por qué lo comparaba con eso?

      —Lo siento —le susurré a Yzebel—. Debo aprender a contener mi lengua.

      —Sí. —Ella me cogió las manos—. Tendao era el hermano de Jabnet.

      Quería saber qué había pasado, pero vi las lágrimas de Yzebel. No, mantendría mi curiosidad a raya, por ahora.

      —Ven. —Yzebel se puso de pie, limpiándose la mejilla—. Es tarde, y tenemos que hacerte una cama.

      La luna llena aparecía entre las copas de los árboles para iluminar las mesas de Yzebel con un brillo plateado. Los ruidos del campamento se apagaron poco a poco y la gente se acomodaba para pasar la noche.

      La tienda era más amplia por dentro de lo que esperaba. Jabnet dormía en una plataforma junto a una gran rueda de carro en la parte de atrás. Había otra cama a la derecha, cerca del fondo.

      Yzebel puso la lámpara en una caja de madera en el centro, desató un fardo de tela y tiró tres pieles de animales; cada una tenía un lado curtido, y el otro cubierto de un grueso pelaje blanco. Las extendió en el suelo, frente a su cama.

      —¿Será suficiente?

      Asentí y sonreí. Sería realmente agradable un lugar suave y cálido para dormir.

      Yzebel recogió algo que se había caído con las pieles: un vestido. Lo sacudió y retrocedió medio paso. Me miró, y luego al vestido. Era suyo. El dobladillo le llegaba hasta los pies.

      —Coge un cuchillo de la chimenea —dijo.

      Corrí por la tienda, cogí un cuchillo y volví.

      Yzebel sostuvo el vestido contra mi cuerpo.

      —Sujétalo por los hombros, así.

      Mientras sostenía el vestido, Yzebel me quitó el cuchillo de la mano. Se arrodilló en el suelo, miró hacia arriba para ver si todavía lo sostenía como ella me había dicho, y luego comenzó a cortar una tira ancha desde abajo.

      —Cuando los sacerdotes se llevaron a mi marido hace seis veranos —dijo mientras trabajaba en el dobladillo—, también se llevaron a Tendao. Era solo un niño, y no lo he vuelto a ver desde entonces. Cuando viniste a mi tienda esta mañana, llevando su capa, me sorprendió. —Recortó el borde inferior del vestido para igualarlo—. Luego lo has visto otra СКАЧАТЬ