La Larga Sombra De Un Sueño. Roberta Mezzabarba
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Название: La Larga Sombra De Un Sueño

Автор: Roberta Mezzabarba

Издательство: Tektime S.r.l.s.

Жанр: Драматургия

Серия:

isbn: 9788835407485

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СКАЧАТЬ llegó de nuevo delante de la puerta Greta dudó, no quería entrar en su casa: no tenía ganas de dormir pero, sobre todo, no tenía ganas de quedarse a solas. Llamó con cuidado a la puerta de Giacomo: esperaba con todo su corazón que todavía estuviese despierto.

      La puerta se abrió con un ligero chirrido que resonó en el aire de la plaza hasta que la llenarla del todo; apareció Giacomo con su cara oscura, sobre la que resaltaban dos cejas blancas. Estaban arrugadas, como queriendo preguntarle a Greta lo que sus labios no se hubieran permitido decir: ¿cuál era el motivo por el que se encontraba allí, a esas horas?

      «Giacomo, necesito hablar con usted. Hoy por la tarde he ido a Martana con aquel pescador que ya me había llevado a la Bisentina…»

      «Usted trabaja mucho… ¿ahora también a la Martana? Es necesario que vaya yo a hablar con aquel notario».

      El anciano la había interrumpido enseguida, para desdramatizar un poco la situación: los había visto volver, los había visto en el muelle, había visto la manera en que se habían abrazado. Había visto, quizás, más de lo que Greta hubiese podido comprender.

      «¡Qué va! ¿Qué dice? No he ido por trabajo, ojalá hubiese sido por eso; he ido con Ernesto a visitar la isla y… ¡Oh, Dios mío! He montado una buena, ¡un bonito lío! Mi madre me lo dijo, siempre la misma, Giacomo, ¿qué debo hacer? Dígamelo usted, ¿qué debo hacer?»

      «Ante todo, entre, y luego ya hablaremos. Venid».

* * *

      Greta habría deseado sobre todo tener una existencia tranquila, a lo mejor con Ernesto, pero no podía ni siquiera pensar en eso, al menos hasta que no consiguiese sacarse de encima los fantasmas que la acosaban continuamente, a cada paso. Giacomo tenía razón, ese era su auténtico problema.

      Y Greta ya se había decidido. Partiría para Sicilia a la mañana siguiente.

      Tenía delante de ella un folio en blanco sobre el cual comenzaría a escribir una carta para Ernesto.

      Querido Ernesto:

      Quizás ayer por la tarde tú tenías razón. La isla Martana realmente produce extraños pensamientos en sus visitantes y ha debido ocurrir de esta manera. Quizás sólo estaba esperando un pretexto al que aferrarme, quizás hacía ya tiempo que maduraba la decisión de volver a Sicilia. De todas formas, cuál ha sido el recorrido que han seguido mis decisiones poco importa. Me debo ir.

      Llevaré conmigo la rosa que has cogido en la Bisentina y todas las cosas que he descubierto y encontrado junto a ti. Las llevaré conmigo con la esperanza de que me ayuden a vencer todos mis miedos y los fantasmas que se esconden detrás de ellos. Las llevaré conmigo para que un día me devuelvan a ti, aquí, en tu paraíso: y si un día, cercano o lejano, vuelvo… será para quedarme.

      Querría tan solo que no me olvidases: sería el dolor más grande que podrías producirme. Recuérdame, a lo mejor como a una loca que deliraba con sus miedos y con las sombras que decía sentir en su interior, pero no dejes jamás que otros rostros se peguen al mío, sofocándolo.

      Dulce barquero de mis más bellos pensamientos, me despido de ti y no te entretengo más.

      Te amo y te amaré siempre.

      Greta

      Escribió aquellas palabras de un tirón, sin pensar demasiado en ellas y sin pensar demasiado en lo que estaba haciendo.

      Habría debido escribir dos líneas también al notario De Fusco: sabía perfectamente, sin que nadie se lo dijese, que se estaba comportando otra vez como una inconsciente. Tenía casi treinta años pero se sentía vacía como un recién nacido: todas sus experiencias, sus emociones, todo lo vivido habían pasado sobre ella sin dejar más que un rastro descolorido de dolor y remordimientos. Quería respuestas y las quería dar. Sabía demasiado bien que sólo cerrando un capítulo y partiendo de una página en blanco sería posible empezar de nuevo.

      No sabía cuánto tiempo necesitaría para librarse de sus sueños, de los miedos que habían crecido dentro de ella, para purgar el veneno que, lentamente, corría por sus venas mezclado con la sangre.

      Ni siquiera tenía la certidumbre de que lo conseguiría.

      Pero valía la pena intentarlo.

      SEGUNDA PARTE

      Durante años había estado alejada de casa

      y ahora, delante de la puerta,

      no me atrevías a entrar, por miedo a que un rostro

      que nunca había visto

      mirase estúpidamente el mío

      y me preguntase qué quería.

      “Sólo una vida que he dejado

      ¿Quizás me ha quedado aquí?”

      Me apoyé en el temor,

      dejé pasar el tiempo,

      el instante se infló como un océano

      y se rompió contra mi oído.

      Reí con una risa rota

      que habría podido temer una puerta

      yo que conocía la consternación

      y nunca la había remontado.

      Acerqué a la manilla la mano

      de manera temblorosa por el miedo

      a que la puerta terrible se abriese de par en par

      y me dejase en medio del suelo

      luego saqué los dedos

      con cuidado como si fueran cristal,

      me tapé las orejas, y como una ladrona

      respirando con fatiga huí de la casa

Emily Dickinson

      7

      El lago estaba oscuro.

      La orilla transitada por el viento tenía un color plateado mientras que el resto de la superficie era de un azul intenso, intercalado aquí y allá por el blanco de alguna ola perdida. No hacía sol aquella mañana, al menos no de manera visible, y el aire era fresco. Greta subió, como hacía cada mañana desde hacía años, a aquella parte, en el autobús de estudiantes que voceaban, pero esa mañana aquella situación, aunque sin quererlo, le causó tristeza: tristeza por saber si algún día volvería.

      Se había despedido de Giacomo con pocas palabras pidiéndole que le entregase la carta a Ernesto en cuanto volviese de pescar. Aquel hombre anciano le había aconsejado, le había ayudado casi como si fuese la hija que tanto había deseado.

      En cuanto llegó a Viterbo bajó del autobús, fue a la oficina y depositó en el buzón, que ella misma había abierto mil veces, la carta que había escrito para el notario. Había puesto dentro de la carta también las llaves de la oficina, casi como si quisiese sacarse de encima algo que le pesaba mucho. Dudó todavía un momento dentro de aquel portal oscuro, luego cruzó el umbral y se alejó a grandes pasos con un nudo en la garganta debido a las lágrimas.

      En poco tiempo llegó a la estación: Viterbo todavía dormía en el gris insólito de una mañana veraniega. El tren finalmente partió: Greta tenía la impresión de que si se hubiese parado un minuto de más en la estación, hubiera bajado para no subir a él de nuevo.

      El ruido del paso de las ruedas sobre los raíles la acunaba con su cantinela repetitiva, siempre igual en el tiempo y en el espacio. СКАЧАТЬ