La caída. Guillermo Levy
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СКАЧАТЬ tanto al interior del peronismo al principio, como entre militares y guerrilleros tanto peronistas como de izquierda revolucionaria antes y durante la etapa dictatorial. Esta periodización exitosa logró que, para buena parte de la población, lo que había que superar no era solo el lastre de la dictadura, sino también el lastre del peronismo, sobre todo del último peronismo, el de Isabel Perón, el movimiento en desbandada después de la muerte de su líder Juan Domingo Perón el 1° de julio de 1974. La violencia que había asolado la Argentina, en la imagen muy bien reconstruida y articulada por la campaña alfonsinista, era al mismo tiempo violencia militar y violencia guerrillera. Dentro de esta última, era violencia peronista en particular por sus disputas entre la izquierda y la derecha del movimiento fundado por Juan Domingo Perón.

      La denuncia del candidato Alfonsín, producida seis meses antes de las elecciones, del pacto “sindical-militar”, basado en conversaciones entre un ex ministro de Trabajo de Jorge Rafael Videla y ministro del Interior de Roberto Viola con algunos dirigentes de la CGT, terminarían siendo una estrategia de campaña tremendamente efectiva para impedir que esos dos pasados (último gobierno peronista y dictadura militar) se desconectaran. La afirmación del candidato a presidente por el peronismo de que en un futuro gobierno peronista no habría juicios por los crímenes cometidos por los militares y que se respetaría la Ley de Autoamnistía, que los mismos militares habían promulgado un mes antes de las elecciones para garantizarse impunidad, le dieron fuerza a la sospecha de un acuerdo de la dirigencia del justicialismo con la cúpula militar en el último tramo de la campaña.

      Una vez puesto en el ring de la campaña ese último peronismo en la misma línea que la última dictadura, el marketing alfonsinista daría un paso más. Muerto ese último peronismo, ahora se podía rescatar parte de su legado histórico: Alfonsín no sería un radical “gorila”, no sería la expresión del radicalismo que abrazó la Revolución Libertadora en 1955 y sostuvo la proscripción del peronismo durante dieciocho años. Alfonsín intentaría presentarse como el líder de un tercer movimiento histórico, un movimiento que sumara a la democratización que había realizado el primer radicalismo de Yrigoyen, la justicia social del peronismo. También, la honestidad en la gestión de Arturo Illia. Este radicalismo alfonsinista abjuraba del gorilismo en la medida que sentía que el peronismo había sido definitivamente derrotado y, en esa instancia, valoraba su aporte histórico en términos de justicia social.

      Si bien, años después, los equipos de campaña del macrismo han sido reconocidos por su creatividad y profesionalismo para construir relatos efectivos electoralmente, logrando formatear el sentido común de buena parte de la población acerca del pasado kirchnerista y del presente durante el Gobierno de Cambiemos, fue el equipo de publicitario de Alfonsín el primero en sistematizar un relato exitosísimo acerca del entonces pasado reciente y de la tarea a emprender. El peronismo derrotado, la CGT, los militares, la Iglesia y, en menor medida, los empresarios serían los que intentarían condicionar y hacer fracasar el proyecto de construir una democracia de ciudadanos libres sin condicionamientos corporativos. El núcleo duro de Cambiemos tres décadas después, quitaría de la ecuación de “saboteadores de la democracia” a los militares, a la Iglesia y a los empresarios y agregará al conjunto conformado por el peronismo y la CGT, a los organismos de derechos humanos.

      Una buena parte de la sociedad civil radicada en nuestras clases medias no sentiría ninguna responsabilidad sobre el pasado inmediato y podría asumir el papel de protagonista de un cambio democrático novedoso en la Argentina: una democracia liberal, de ciudadanos libres, preocupados por la república, pero también por la desigualdad social, que estarían convencidos de una superioridad moral frente a militares y frente al peronismo ya vencido y puesto en vereda. Más adelante trabajaremos sobre parte de esa ciudadanía progresista que se constituyó al calor de la transición democrática. Una ciudadanía que se sintió identificada con el “Nunca más”, tan popularizado desde 1984, y que volvió a tomar centralidad en el discurso político de asunción de Alberto Fernández. Este primer “Nunca más” era una marca de no retorno a los golpes de Estado, pero también a los cambios revolucionarios. “Nunca más” excesos de ningún tipo. La democracia, sería pincelada por el alfonsinismo como un lugar de individuos respetuosos de las opiniones de los otros donde lo único vedado era la violencia para resolver disputas.

      En su discurso de asunción del 10 de diciembre de 1983, frente a la Asamblea Legislativa, Alfonsín esbozó las líneas de un claro programa reformista y progresista. No solo anunció la recuperación de las libertades, sino también denunció la concentración del poder económico y la enorme deuda externa. Su discurso, duro con respecto a la deuda, no se tradujo luego en ningún cuestionamiento ni investigación acerca de su legitimidad, solo hubo un intento de negociar en conjunto con otros países de la región, iniciativa que fracasó rápidamente dejando a la Argentina en una posición de mucha debilidad.

      Propuso en ese discurso, usando el bagaje de la teoría política, un compromiso republicano de toda la sociedad al estilo del contrato social de Rousseau, con el que volvería a insistir Alberto Fernández 36 años después, en donde predominara una ética republicana, un cuidado de la democracia y un rechazo a la corrupción. Anunció la plena vigencia de los derechos humanos, categoría que se incorporaría al lenguaje político de todos los gobiernos post transición, derogó la Ley de Autoamnistía promulgada por la última junta militar en septiembre de 1983 y anunció, sin precisiones, que se juzgarían tanto los crímenes de la dictadura como a los cometidos por los responsables del “terrorismo subversivo”.

      Surgió la teoría de los dos demonios, como un límite y equilibrio entre la denuncia a la dictadura y el intento de igualar los crímenes cometidos por el “terrorismo subversivo”, término que usó Alfonsín en su discurso inicial sembrando el camino a la construcción de una conciencia ciudadana que no quería más violencia ni excesos de ningún tipo. La ciudadanía, al demonizar e igualar a los dos extremos de la violencia, no tuvo nada que preguntarse sobre su papel en el país que habitaba cuando desaparecían miles de personas. La teoría de los dos demonios se constituyó en la gran amnistía de nuestra democracia. No amnistió a militares o guerrilleros, amnistió al conjunto de la sociedad civil, ya que esa teoría sirvió para obturar cualquier pregunta sobre silencios y complicidades. En eso radicó fundamentalmente, su popularidad.

      La democracia nació entonces, con una utopía de extirpación de la violencia y de los excesos. La utopía de la democracia naciente era la de ciudadanos libres, respetuosos de las opiniones de otros y donde el conflicto político quedaba anulado. Solo el enfrentamiento electoral podía usarse para dirimir la lucha política. Otras luchas, movilizaciones, reclamos, reivindicaciones y pedidos, para ser legítimos, debían presentarse por fuera de cualquier intencionalidad política. La lucha por la recuperación de los derechos humanos fue aceptada masivamente solo en tanto y en cuanto no implicara la reivindicación de la lucha política de las víctimas de la dictadura, solo en tanto y en cuanto las víctimas fueran solo eso: víctimas. En esa operación ideológica exitosa, en el marco de los enormes condicionamientos estructurales y bajo la vigilancia y control de militares y empresarios, nació el primer gobierno de la etapa democrática.

      El legado que estamos recibiendo es el de

      una brasa ardiendo entre las manos.

      El comienzo de la segunda etapa post 1983, arrancó en el mes de mayor inflación de la historia argentina. El mes de julio de 1989 tuvo un 196% de inflación mensual. Menem asumió el 8 de julio.

      A la sorpresa del triunfo de Alfonsín en 1983 le siguió otra: Carlos Menem, gobernador de La Rioja, ex preso político de la dictadura, le ganó la interna por la candidatura presidencial del peronismo a Antonio Cafiero, gobernador de la provincia de Buenos Aires, histórico líder del peronismo, joven ministro de Perón entre 1952 y 1955 y fundador de la renovación peronista en los ochenta –junto a Carlos Grosso y también Carlos СКАЧАТЬ