Mujeres, cámara, acción. Rolando Gallego
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СКАЧАТЬ mariposa, La tregua, Vení conmigo), ambientación (La revolución, Vení conmigo) y escenografía (Heroína, Vení conmigo), o Diana Frey (La hora de María y el pájaro de oro, La Raulito, Sola, Juan que reía, entre otras) también fueron casos de mujeres que se pararon de otra manera frente a la realidad que les exigía un rol diferente.

      Hacia finales de los años setenta, se destacan figuras como Eva Fainsilberg Landeck (Horas extras, El empleo, Gente en Buenos Aires, Este loco amor loco), Nelly Kaplan (desarrollando su carrera en Francia, con películas como Charles et Lucie, Nea, La Fiancée du pirate); y ya en los años ochenta, varias mujeres pudieron comenzar su carrera en el cine, como Jeanine Meerapfel (Malou, La amiga), no solo dirigiendo, sino en rubros técnicos, pero siempre a la sombra de las decisiones masculinas que imposibilitaban una continuidad de trabajo y una igualdad en el medio.

      Tímidamente, pero avaladas por una Ley de Cine que permitió la multiplicación de rodajes, las realizadoras comenzaron a trazar un mapa de realidades que hasta el momento no se había reflejado, con algunas experiencias previas a la sanción.

      María Victoria Menis (Vecinas, A qué hora, Arregui, la noticia del día), Ana Poliak (Parapalos, ¡Que vivan los crotos!, La fe del volcán), María Teresa Costantini (El amor y la ciudad, Felicitas, Acrobacias del corazón), Gabriela David (Taxi un encuentro, La mosca en la ceniza), Carmen Guarini (Tinta Roja, Buenos Aires, crónicas villeras, La noche eterna), Paula de Luque (Cielo azul, Cielo Negro, codirigido con Sabrina Farji, Juan y Eva, Todas esas cosas), Paula Hernández (Herencia, Lluvia, Un amor), Inés de Oliveira Cézar (La entrega, Cómo pasan las horas, Extranjera, El recuento de los daños), aparecieron en el panorama cinematográfico con una impronta autoral única y precisa, nombres de un fenómeno que tal vez no tenga paralelismo en el mundo.

      De esas camadas de nuevas directoras, Lucrecia Martel (La ciénaga, La niña santa, La mujer sin cabeza, Rey Muerto) se ha impuesto con su mirada lúcida sobre la realidad a partir de relatos sobre costumbres y usos, pero también con ambición de trascender su género adaptando, por ejemplo, la épica de Diego de Zama en Zama (2017), basada en la novela homónima de Antonio Di Benedetto, película por la cual ha vuelto a reafirmar su autoría y nombre.

      “El gran conflicto y la gran pobreza que tiene el cine es que en estos cien años, en estos ciento y pico de años de existencia, ha sido un cine en manos de la clase media-alta blanca, en el mundo, al que han tenido muy poco acceso las mujeres y otras minorías; las mujeres no somos minoría, pero hemos tenido muy poco acceso, y ni hablar de grupos indígenas o directores indígenas, de la población negra”, afirma Martel.

      Considerada en la actualidad como referente, su paso por festivales y premiaciones, y la profundidad de sus realizaciones, la han posicionado dentro y fuera del país como una directora única y una artista convocada por personalidades de otros campos, como, por ejemplo, la cantante y performer islandesa Björk.

      “Lucrecia Martel me parece que es de lo mejor del cine argentino que hemos tenido en muchísimas décadas. Mi sensación fue en Berlín y vi La ciénaga y me daba la impresión que fuera del cuadradito había un mundo, que estaba vivo, construía con tanto tejido. Además me encanta cómo trabaja el sonido y el lugar que le da en los rodajes y en la mezcla que muy pocos se lo dan. Eso te golpea en un lugar sensorial por este trabajo. Es alguien que logra películas muy vivas”, dice la realizadora Lucía Puenzo.

      Una de las figuras relevantes, que ha logrado además desarrollar su carrera dentro y fuera del país, guionista, escritora de literatura y directora cinematográfica (Wakolda, XXY, El niño pez), heredera de una familia que ha mantenido el cine bien en alto.

      En el último tiempo, y con la figura de estas directoras, otras han podido ejercer el rol con una mirada distinta del soporte, contando historias personales que a la vez pueden universalizar problemáticas.

      Anahí Berneri, Sandra Gugliotta, Julia Solomonoff, Celina Murga, Natalia Smirnoff, Vera Fogwill, Ana Katz, Tamae Garateguy, Laura Citarella, Nele Wohlatz, Verónica Chen, Lucía Cedrón, Milagros Mumenthaler, Mónica Lairana, Florencia Percia, Majo Staffolani, etc., son solo algunos de los nombres que supieron forjar un camino en el universo de la realización.

      Muchas de ellas lograron, tras estudiar y ponerse firmes en la concreción de su deseo, hacer carrera en el cine nacional, algo complicadísimo teniendo en cuenta costos, vaivenes económicos e intereses.