Название: La Familia de León Roch
Автор: Benito Pérez Galdós
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
isbn: 4064066058449
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Durante la pausa que siguió á esta frase, acercóse Federico á la puerta del salón para llamar á los que aún quedaban en él; después volvió junto al Marqués, y sacando de su bolsillo una baraja, la arrojó sobre la mesa. Las cartas se extendieron pegadas unas á otras y resbalando como una serpiente cuadrada.
«¡Hombre, también aquí!» dijo Fúcar con expresión de disgusto.
Cimarra volvió al salón, que ya estaba apagado. Empujados por él entraron cuatro caballeros. León Roch se paseaba solo en el salón medio á obscuras. Después de hablar en voz baja con el mozo, Cimarra tomó el brazo de su amigo y paseó con él un rato. Entre los dos se cruzaron palabras apremiantes, agrias; pero al fin León subió á su cuarto, bajando diez minutos después. «Toma, vampiro,» dijo con desprecio á su amigo, dándole monedas de oro.
Después se quedó solo. Acercándose á la puerta de la sala de tresillo, pudo ver el cuadro que en el centro de ésta había, formado por seis personas, algunas de las cuales tenían un nombre no desconocido para la mayoría de los españoles. Es verdad que había entre ellos quien gozaba de reputación poco envidiable; pero también alguien había que la ganara ventajosa con sus bellos discursos, en los cuales no faltaban palabrejas muy sonoras contra el desorden social, los vicios y la holgazanería. El Marqués de Fúcar era, de los allí presentes, el único que parecía tomar la ocupación como un verdadero juego, y apuntaba sonriendo las cartas, acompañando de picantes observaciones cada pérdida ó ganancia. Cimarra, con el sombrero en la corona, el ceño fruncido, los ojos atentos y brillantes, la expresión entre alelada y perspicua, con cierta seriedad de adivino ó de estúpido, tallaba. Sus delicados labios murmuraban á cada instante sílabas obscuras, que un inocente habría tomado por fórmulas de evocación para atraer espíritus. Era el tenebroso lenguaje del jugador, el cual, con gruñidos ó sólo con el ardiente resuello, mantiene un diálogo febril con las cuarenta personas de cartón que se deslizan entre sus manos, y ora le sonríen, ora se mofan de él con hórridos visajes.
La contienda con el azar es una de las luchas más feroces á que puede entregarse el hombre inteligente. La casualidad, que es el giro libre y constante de los hechos, no ha de ser hostigada; no se la puede mirar cara á cara; jugar con ella es locura. Revuélvese con las contorsiones y la fuerza del tigre, y ataca y destroza. Sus caricias, pues también las tiene, despiertan en el hombre un hondo anhelo que le consume como llama interior. El espíritu de éste se pierde y delira con sueños semejantes á los del borracho, porque el ideal indeciso de aquella misma casualidad que con él forcejea, le penetra todo y hace de él una bestia. Atleta furibundo y desesperado en las tinieblas, el jugador es víctima de pesadilla horrenda, y se siente lanzado en una órbita dolorosa, como piedra que voltea en la honda sin salir nunca de ella.
El Marqués decía á cada rato:
«Señores, que es tarde; que tenemos que madrugar. Bueno es divertirse un poco pero no exageremos...»
VI
Pepa.
León Roch no quiso ver más, y salió del salón y del establecimiento. La noche tibia y calmosa convidábale á pasear por la alameda, donde no había alma viviente ni se oía otro ruido que el canto de los sapos. Después de dar cuatro vueltas, creyó distinguir una persona en la más próxima de las ventanas bajas. Era una forma blanca, mujer sin duda, que apoyando su brazo derecho en el alféizar, mostraba el busto. León se acercó, y viendo que la forma no se movía, se acercó más. Habría ésta parecido una estatua de mármol, á no ser por el pelo obscuro y el movimiento de la mano que jugaba con las ramas de una planta cercana.
«Pepa,—dijo él.
—Sí, soy yo... Aquí me tienes hecha una romántica, mirando á las estrellas... Es verdad que no se ve ninguna; pero lo mismo da.
—Está muy negra la noche; no te había conocido—dijo León poniendo sus dedos en el antepecho de hierro.—La humedad puede hacerte daño. ¿Por qué no cierras? No esperes á tu padre. Ese ladrón de Cimarra ha puesto banca. Allí están entretenidos... Retírate.
—Hace calor en el cuarto.»
León no pudo distinguir bien, por ser obscurísima la noche, las facciones de la hija de Fúcar; pero observaba la fisonomía de la voz, que suele ser de una diafanidad asombrosa.
La voz de Pepa gemía. Su cabeza, echada hacia atrás, se apoyaba en la madera de la ventana. Tenía en la mano una flor (á León le pareció una rosa) de palo largo. A cada instante se lo llevaba á la boca, y arrancando un pedacito, lo escupía. León vió todo esto, y comprendiendo la necesidad de decir algo apropiado al momento, buscó en su mente, rebuscó; pero no hallando nada, nada dijo. Ambos estuvieron callados un rato: León atento, inmóvil, con ambas manos fijas en el frío antepecho; ella arrancando y escupiendo palitos.
«Se cuentan de tí estos días no pocas rarezas, Pepa—indicó él, considerando que para llegar á decir algo de provecho era preciso empezar diciendo una tontería.—Dicen que rompiste las porcelanas, que cortaste en pedazos los encajes, no sé qué encajes...
—¡Qué tipo!...—exclamó Pepa, rompiendo á reir con un desentono que hizo temblar á León.—La pobre señora no sale de las sacristías... ¿No entiendes?... parece que eres idiota. Hablo de tu futura suegra, de la Marquesa de Tellería... Cuando estuve en la playa de Ugoibea tuve el gusto de verla. Me contaron las picardías que habló de mí. Lo de siempre... que soy muy malcriada, que derrocho; que tengo modales libres y hábitos chocantes... chocantes, justamente... ¡La pobre señora ha cambiado tanto desde que empezó á marchitarse su hermosura!... Ya se ve: no se puede llevar una vida mundana cuando se tiene un hijo santo... pues qué, ¿no te has enterado? ¿No sabes que Luis Gonzaga, el hermano gemelo de tu novia, el que está de colegial en el Sagrado Corazón de Puyóo, tiene fama de ser un ángel con sotana? Chico, vas á vivir en medio de la corte celestial. Hasta tu suegra usa cilicio. ¿No lo crees? Pues créelo, porque lo han dicho sus amantes.»
Al decir esto, Pepa escupió un palito de rosa con tanta fuerza, que fué á chocar en la frente de León.
«Pepa—indicó éste con enojo.—No me gusta que las personas que estimo hablen así de una familia respetable.
—Se puede hablar de mí y llamarme loca, voluntariosa... Yo no puedo hablar... es verdad. En mí todo es informalidad, desenfreno, desorden, ignorancia... Pasemos á otra cosa. León, sentí mucho no ver cara á cara á tu futura esposa María Egipciaca. Dicen que está muy guapa; siempre fué guapa. En Ugoibea sale poco; ella y su tontísima mamá se van solas á tomar los aires puros. Cuentan que están muy tronadas; pero tú eres rico, y el Marqués... ¡Oh! Dicen que es el único mentecato que no ha logrado hacerse un puesto en la política.
—Pepa, por Dios, no digas disparates. Me lastimas en lo más delicado con tu charla imprudente.»
Pepa seguía escupiendo palos. El tallo de la rosa estaba reducido á la cuarta parte.
«Sí: yo soy muy mal educada—dijo con amarga ironía.—Además, ahora han descubierto que tengo muy mal corazón, un corazón cruel, un carácter rebelde СКАЧАТЬ