Название: ¿Jugamos?
Автор: El Vecino del Ático
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
isbn: 9788417763510
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Llevaba un vestido negro, cortito y aparentemente suave, con un pequeñísimo cinturón que hacía de frontera entre la parte del torso y lo que, de manera muy sensual, dejaba paso a unas piernas bronceadas. La talla cien de pecho que se insinuaba entre el escote y la silueta que le hacía el vestido combinaba perfectamente con las caderas de la mujer.
Una vez más, la realidad les demuestra a los cánones de belleza que no es necesario ser extremadamente delgada y medir un metro ochenta para ser y sentirse bonita y deseada.
Con aquellas curvas, sumadas a su sonrisa, y el pelo largo suelto al viento, había conseguido provocar ese efecto hipnotizante en el chico misterioso del taxi donde, casualmente, habían coincidido la noche anterior.
Detrás de ella, Marcos siguió su camino en busca de su copa. Un ron con cola era el objetivo.
Había mucha gente esperando su turno en la barra: los que conversaban animadamente y los que bailaban al ritmo de la música, o lo intentaban.
Se colocó justo detrás de la chica del taxi y pudo observar que de sus orejas colgaban unos pendientes de aro que parecían de plata, de aquellos que venden en las ferias o mercados alternativos con detalles bastante trabajados. Le hicieron sospechar que la susodicha debía ser amiga del rock and roll o, por lo menos, algo diferente a los estereotipos estandarizados de mujeres de su edad.
Mientras esperaba el turno para pedir su ron con cola y por motivo de la «muchedumbre» del lugar, no tuvo más remedio —o sí— que pegarse bien al vestido negro de la muchacha.
—¡Un ron con cola, por favor! —exclamó para que lo oyera esta vez un camarero. Al acercarse a la barra para pedir, su nariz quedó a la altura del cuello de la recientemente conocida. Como la música no permitía otro tono de voz, tuvo que subir el volumen para decirle—: Guau, qué bien hueles.
Al inspirar el perfume embriagador que desprendía la mujer del taxi, quedó como embrujado por una pócima. Ella, al igual que él, realizaba su pedido para saciar la sed de su garganta en la barra de aquel chiringuito de playa que, de manera inusual, se había convertido en una boda que los novios, seguramente, jamás iban a olvidar.
Pegando su cuerpo con el de ella mientras los camareros preparaban lo que habían pedido, Marcos notó cómo el suyo había sido invadido.
La chica del taxi, no sabía bien si por un descuido o de manera premeditada, había acercado su mano izquierda a su entrepierna, produciendo un roce casual. El hecho de ir sin ropa interior acentuó el efecto sensorial que produjo en él.
Creyendo realmente que había sido por error, él se acercó un poquito más, seducido por su estado de conciencia, alterado por los efectos que había causado en su ser el perfume del cuello de la chica misteriosa. Llegando a notar en su torso sin camiseta el suave textil del vestido que cubría el estéticamente perfecto cuerpo de la mujer.
Ella se giró sonriente y, con mirada picarona, se volvió hacia donde le estaban sirviendo su gin-tonic.
No había duda, o eso había pensado Marcos: el roce supuestamente casual sobre la parte del traje que cubría su zona genital no había sido tan casual. Más bien, un acto provocado por quien, de alguna manera, se había convertido en una fantasía sexual para él al más puro estilo sueño de verano.
Cuando Marcos se estiró un poquito hacia la barra para coger su copa, los dos torcieron sus cuellos como si de un espejo se tratara y una persona se mirara en él. Volvieron a cruzarse las miradas y se produjo en ellos una parada del tiempo en la que el resto dejó de existir.
Con la mano libre —en la otra sostenía su ron con cola—, acarició la piel de su compañera de «sueño» a través del vestido. Notó una nalgas muy suaves. Entre el tacto finísimo del vestido y la suavidad de la piel que se predecía con la caricia, los sentidos del chico despertaron de manera sobrenatural.
Sintió cómo ella se acercaba aún más a él, apretando el cuerpo con el suyo. Marcos se atrevió a introducir la mano por debajo de vestido y continuar con las caricias, cosa que provocó en ella un pequeño contoneo sensual al ritmo de la música, dando así conformidad a lo que allí estaba sucediendo. Le hizo sentir que, no solo no le había molestado, sino que le había gustado. Excitado, incluso.
Nadie en la barra ni en el resto del lugar se percató, cada uno iba a lo suyo. Además, ellos seguían en su parada temporal y eso provocaba que no le dieran demasiada importancia a lo que sucedía alrededor.
Siguiendo con las caricias debajo del vestido, Marcos se encontró, o eso le pareció, con una lencería de raso y encaje, según por donde la tocara. Una pequeña caricia sensual en sus genitales volvió a indicarle que no se estaba equivocando.
Desde su posición, Marcos podía notar cómo los labios pedían ser liberados para deleitarse de tal extraña y emocionante situación. Apartó la braguita que cubría su más escondido deseo, notando en ella la humedad producida por los momentos previos a la liberación.
La masturbó.
Escuchaba los gemidos entre la música. Sutiles. Armónicos como música para sus sentidos.
Cada vez estaba más abierta, más húmeda, y los dedos que le daban placer a la chica del taxi se dejaban llevar por lo que su cuerpo iba pidiendo de manera implícita. El contoneo de ella y lo lubricada que estaba hicieron el resto.
Nadie se dio cuenta. Las copas y la situación hacían que la escena fuera de lo más morbosa. No importaba el lugar ni el momento.
Cada vez estaba más mojada y eso les encantaba. A los dos por igual.
Marcos intentó dar un sorbo a su cubata, pero, antes de poder hacerlo, notó cómo la chica del taxi se estremecía. Lo percibió perfectamente, pues el escalofrío que recorrió el cuerpo de ella se trasladó a la mano de él, dejándosela bien empapada.
Ahora sí, Marcos pudo dar el sorbo para calmar la sed producida por el calor del momento.
Ella lo miró, sonrió a la vez que se mordía el labio inferior y se puso a charlar con una de las invitadas a la boda.
Marcos cogió su copa y se dirigió a la orilla del mar, esperando a ver si la chica del taxi aparecía para compartir un cigarrillo y quizá la luna también.
No se hizo esperar.
Al poco de encender su cigarro, notó la presencia de alguien detrás de él a la vez que se sentaba a su lado a mirar el mar.
Tras un minuto de silencio, salvado únicamente por una sonrisa cómplice y una risa de ella, la mujer lo rompió preguntando:
—¿Qué ha sucedido ahí hace un rato?
—No sé a qué te refieres —respondió Marcos, acompañando las risas de ella con otras de igual picardía.
—Ha estado genial, en serio. Aunque todavía me tiemblan las piernas, y no sé bien si por la emoción o la locura.
Brindaron con las copas en tono cómplice, sabiendo que compartían un secreto posiblemente inconfesable.
Ella le dio un beso en СКАЧАТЬ