El polígrafo sexual. Noelia Medina
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Название: El polígrafo sexual

Автор: Noelia Medina

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия:

isbn: 9788417763848

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СКАЧАТЬ me corresponde.

      —¿La de gilipollas engreído, quieres decir? —respondió, entonces sí, con un intento de sonrisa.

      —Mejor empecemos ya. Como bien has dicho, cuanto antes lo hagamos, antes acabaremos. Pero, reconoce una cosa… Te ha puesto tener mis huevos en tu mano, ¿verdad? —preguntó Daniel sin mirarla a la cara, porque se había girado para ojear el artilugio.

      —Ya te gustaría. Además, qué coño… No pienso contestarte.

      —De momento. ¿Te sientas tú o yo?

      Lara lo meditó un segundo.

      «Los malos tragos, mejor pasarlos con rapidez», pensó.

      —Lo haré yo. —Se hizo con uno de los folios que había sobre la mesa y se sentó, dispuesta a seguir las instrucciones de uso.

      Cuando Daniel se ofreció a ayudarla, ella negó en silencio y comenzó a colocarse los cables, no sin dificultad.

      Intentó calmarse, sabía que el estúpido cacharro registraría su actividad fisiológica a través del sistema nervioso. Pero no le fue fácil controlar los nervios cuando descubrió a su compañero frente a ella, también distraído con las instrucciones mientras toqueteaba el programa del ordenador.

      —Bien. Estas barras registrarán tu estado según mis cuestiones, pero aquí dice que eso lo analizarán los profesionales. —Puso cara de hastío—. Para nosotros saber si funciona correctamente solo debemos guiarnos por el botoncito este del aparato, que se pondrá de color verde si la respuesta es correcta o rojo si mientes. Para tontos, vaya. Según esto, comenzaremos con preguntas rutinarias para comprobar la efectividad. Por ejemplo, ¿llevas las bragas puestas?

      Lara lo ignoró, no porque no tuviera qué responderle, sino porque se había embobado con las manos masculinas que todavía le daban vueltas al papel. No le gustaba mirar a Daniel de aquella forma, lo odiaba, de hecho, pero eran grandes y apetitosas… Y no era la primera vez que lo hacía. Sacudió la cabeza con fuerza para espantar esos pensamientos, soltó alguna grosería de las suyas con las que conseguía disimular y continuó escrutándolo.

      «Qué hostias me está pasando. Ha sido sentarme en la maldita silla, semiatada por los cables y notar esta tontería».

      —Perdona, compañera, pero te has puesto mal los sensores del torso —advirtió Daniel volviendo al asunto encomendado por su superior—. Uno va encima del pecho y el otro debajo.

      —Sí, claro…, como un sujetador de cuero, ¿no?

      Él no respondió, se limitó a mostrarle la documentación donde claramente podía apreciarse en una imagen que dichos cables debían colocarse como le había indicado.

      Para enseñárselo mejor, se acercó a ella. Mucho.

      Lara pudo apreciar cómo el olor de su colonia, fresca y varonil, se inmiscuía en sus fosas nasales. Por primera vez desde que lo conocía, no le había olido a «azufre».

      ¿Seguía siendo un diablo?, sí. ¿Lo odiaba?, posiblemente. Pero esa habitación, esa silla y las palabras que le había relatado hacia poco sobre su persona, se le habían quedado grabadas a fuego: «Has preferido quedarte con una imagen que no me corresponde».

      «¿Y si lo que pasa es que me gusta y como una niña reacciono de esta manera? No, imposible. Es un capullo cerebral».

      Sin pensarlo, dijo la frase que seguramente podía cambiarlo todo:

      —Ya que eres tan listo y un experto en polígrafos, ponlos tú.

      —¿Estás seg...?

      —Ni se te ocurra sobrepasarte o te giro la cara, listillo.

      —Lista eres tú, que con la excusa quieres que te roce las tetas.

      —Más quisieras. Venga, colócalo todo como en el libro de instrucciones y empecemos.

      Para poner los dos sensores que se había colocado mal, Daniel se posicionó detrás, metió la mano por debajo de la camiseta, rozó su piel cálida con sutileza, y subió uno de ellos hasta la parte inferior de los pechos, llegando a notar la copa del sujetador. «Una noventa, mínimo», pensó, y se explayó para dejarlo perfecto y para deleitarse con el tacto, pudiendo disfrutar imaginando cómo sería tenerlos delante de él, sin ropa que entorpeciera tal visión.

      Ella fingió no haberse despertado con su roce, pero no era cierto; había notado la pausa de las manos masculinas sobre su piel y su corazón se había acelerado paulatinamente. Una vez asegurados ambos sensores, Garrido le dio la vuelta a la silla y se colocó frente a ella. En silencio, se agachó para quedar a su altura y comprobó que estuvieran bien sujetas las pequeñas cintas con velcro que debían rodear dos de sus dedos. El hombre, al elevar la mirada, chocó con los ojos verdes de ella, que lo observaban sin pudor. Ambos, como chiquillos incómodos, apartaron las miradas.

      —Bien —dijo mientras se levantaba. Se apoyó sobre el filo de la mesa y cogió otro de los folios—. Aquí vienen sugerencias determinadas: preguntar por el nombre y apellido, la edad, el color de pelo… ¿Lista?

      —Sí —respondió Lara con calma y un leve asentimiento.

      —¿Tu nombre y apellido son Lara Martínez?

      —Sí.

      La lucecita del aparato se encendió de color verde y el gráfico de la pantalla del ordenador comenzó a moverse.

      —¿Tienes dieciocho años?

      Ella alzó las cejas.

      —No.

      La luz verde volvió a encenderse y ambos miraron el aparato con más interés del inicial.

      —¿Tienes veintisiete años?

      —Sí.

      De nuevo, la luz verde. Aunque Lara no la apreció; en ese instante estaba preguntándose por qué Daniel Garrido sabía su edad.

      —Me aburro. Cambiaremos la dinámica. ¿Llevas las bragas puestas?

      —No pienso responder a eso —le contestó con tono hosco.

      —Tienes que hacerlo, lo dice el Súper.

      —No.

      —Vamos, Martínez, solo es un juego… Relaja ese cuello y baja el hacha de guerra por una vez en tu vida. Nos ha tocado comernos esta mierda de prueba, al menos disfrutémosla un poco. Venga, ¿llevas las bragas puestas?

      Lara puso los ojos en blanco, pero recordó que después le tocaría a él.

      —Si respondo, ¿te comprometes a actuar igual cuando te toque? —Daniel asintió, convenciéndola. Tras unos segundos, suspiró y añadió—: Sí, las llevo puestas.

      —Una pena. —Chascó la lengua y sonrió de lado como un auténtico sinvergüenza. A continuación, dispuesto a saciar su curiosidad, añadió—: ¿Te caigo mal?

      —Sí СКАЧАТЬ