Medianoche absoluta. Clive Barker
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Название: Medianoche absoluta

Автор: Clive Barker

Издательство: Bookwire

Жанр: Книги для детей: прочее

Серия: Abarat

isbn: 9788417525903

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СКАЧАТЬ eres venenosa? —preguntó Candy.

      —Ciertamente. Puedo probar la amargura de mi propio veneno. Una es, por supuesto, inmune a sus propias toxinas, pero si una sola gota cayera sobre vuestra boca…

      —¿Moriría?

      —Está garantizado.

      —¿Rápidamente?

      —¡Por supuesto que no! ¿De qué sirve el veneno si es rápido?

      —¿Indoloro?

      —¡No! ¿De qué sirve…?

      —¿El veneno si es indoloro?

      —Precisamente. Mi mordisco puede ser bastante rápido, pero, ¿las consecuencias? Os aseguro que son las peores que existen. Es como si un fuego estuviera cociendo vuestro cerebro y vuestros músculos se estuvieran pudriendo sobre los huesos.

      —Por el amor de Lou.

      Escuchar hablar al animal con tanto afecto sobre las agonías que podía causar hizo que Candy se acordara de Christopher Carroña. Al igual que el veneno de la serpiente, el caldo de pesadillas de Carroña había resultado mortal para otros, pero para él habían sido compañeras en las que confiaba y a las que amaba. La similitud era demasiado grande para ser una coincidencia. Candy había provisto a su serpiente inventada con un poco de la esencia de Carroña.

      La conversación con la serpiente, junto con los pensamientos de Candy sobre Carroña, habían transcurrido en unos segundos durante los que el sonido de Boa al golpear la última placa de aire se había convertido en un ruido constante y mucho más alto.

      —¿Sabe tu serpiente lo que tiene que hacer cuando entre Boa? —exclamó la señora Munn por encima del ruido—. Porque es violenta. Va a atravesar la placa muy pronto y será mejor que estés preparada.

      —Oh, creo que mi serpiente sabe hacer su trabajo —le contestó Candy también a voces.

      —¿Vuestra serpiente soy yo?

      —Siempre y cuando no os opongáis —dijo, intentando reproducir lo mejor que pudo la imitación que hacía la serpiente del estilo aristocrático.

      —¿Por qué habría de importarme? —respondió la serpiente—. En verdad, señora, me siento a la vez honrada y conmovida.

      Levantó un poco su hocico bien formado con la intención de intensificar la reverencia que vino a continuación. Candy hizo todo lo que pudo por ocultar su impaciencia (¿qué parte de ella, al pensar en una serpiente, había creado una con tanta corrección y sin sentido del humor?) pero le resultó difícil. Lo único que evitaba que perdiera la compostura era la auténtica devoción que sentía la serpiente por ella.

      —Me habéis ganado por completo —le dijo a Candy—. Mataría al mundo entero por vos, juro que lo haría.

      —Candy… —dijo la señora Munn—. Date prisa o todo habrá terminado.

      —Ya lo sé —respondió Candy—. Estamos listas.

      —¿Mataré al mundo, entonces? —dijo la serpiente.

      —Gracias por la oferta, pero no, solo necesito que pares a una persona.

      —¿Y quién será? ¿La mujer rechoncha?

      —¡Te he oído, serpiente! —gritó la señora Munn.

      —No, serpiente —dijo Candy—. De ninguna manera, ella es nuestra amiga.

      —No mataré al mundo ni tampoco a la mujer rechoncha. ¿Entonces a quién?

      —A la que está al otro lado del aire —dijo Candy.

      —¿Por qué ella?

      —Porque es una manzana podrida —dijo Candy—. Confía en mí. Se llama Boa, princesa Boa.

      —Oh, espera un segundo —dijo la serpiente—. ¿Es de la realeza? No. No, no. Una tiene sus límites. ¡Es una de los míos!

      —¡Mírala! No es ninguna serpiente.

      —No me importa.

      —¡Estabas dispuesta a matar al mundo por mí hace un instante!

      —Al mundo sí. ¿A ella? No.

      La señora Munn no había escuchado ni una sola palabra de esto. Había estado ocupada utilizando sus fuerzas (mentales, físicas y mágicas) para evitar que la última placa de aire, que ya estaba bastante rasgada, se rompiera por completo.

      Candy temía que estuviera a punto de perder esa batalla. El poder de Boa era ahora tan formidable que, a pesar de todos los años de hacer encantamientos, la hechicera se estaba quedando sin energías para luchar contra ella. Debido a la desesperación, había buscado fuerzas incluso en su alma, pero ni siquiera eso había bastado. Su combustible se había quemado casi por completo en unos segundos. Cuando se terminara, su vida también lo haría.

      —Lo lamento, Candy… —El estruendo que emitían las fuerzas de Boa al golpear la última placa de aire casi la ahogaron. Cogió una bocanada de aire y volvió a intentarlo de nuevo una última vez—. No puedo contenerla. He utilizado todo lo que tengo. No queda vida dentro de mí.

      —¡No! Señora Munn, no puedes morir. Quítate de en medio.

      —Si me muevo, todo habrá terminado —dijo—. Boa lo atravesará y las dos nos pondremos a vomitar.

      —¿Sabes qué? —dijo Candy—. Deja que venga. No le tengo miedo. Tengo una serpiente asesina aquí a mi lado.

      —No contéis conmigo —dijo la serpiente.

      A Candy no le sobraba ni el tiempo ni el ánimo para ponerse a razonar. Alzó a la serpiente, que seguía enrollada en su brazo.

      —Ahora escúchame bien, gusano pretencioso y narcisista con la cabeza vacía…

      —¿Gusano? ¿Me habéis llamado gusano?

      —¡Cállate, te estoy hablando! Existes porque yo te he creado y puedo hacerte desaparecer con la misma facilidad. —No tenía ni idea de si realmente sería verdad, pero, dado que había hecho aparecer a la serpiente, era una suposición razonable.

      —¡No os atreveríais! —dijo la serpiente.

      —¿A qué? —dijo Candy sin ni siquiera mirarle.

      —A hacerme desaparecer.

      Ahora sí que la miró.

      —¿De veras? ¿Es eso una petición?

      —No. ¡No!

      —¿Estás segura?

      —Estáis loca.

      —Oh, pues todavía no has visto nada.

      —Y no quiero verlo, muchas gracias.

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