Antología de Martín Lutero. Leopoldo Cervantes-Ortiz
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Название: Antología de Martín Lutero

Автор: Leopoldo Cervantes-Ortiz

Издательство: Bookwire

Жанр: Документальная литература

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isbn: 9788417131371

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СКАЧАТЬ que olvidar que Roma no ha sacado las consecuencias prácticas, relativas a las estructuras eclesiales, que para Lutero se inferían de tal doctrina. Más aún, la dictadura a espiritual impuesta hoy por Roma a los espíritus está otra vez en clara contradicción con los principios básicos de la Reforma y de la tradición católica (el papa no es superior a la Escritura). Para lo que Lutero quería, apoyado en el evangelio, se sigue teniendo en Roma poca comprensión.

      Sin embargo —era necesario el contrapunto— aun aprobando la gran línea interpretativa básica, en consonancia con el evangelio, de Lutero ¿quién puede dejar de ver que, en sus resultados, la Reforma luterana es contradictoria, tiene un doble rostro?

      10. Los problemáticos resultados de la Reforma

      El movimiento luterano había desplegado una gran dinámica, propagándose considerablemente no solo en Alemania sino también en Livonia, Suecia, Finlandia, Dinamarca y Noruega. Paralelamente a los acontecimientos de Alemania, en Suiza, que desde mediados del siglo XV ya había empezado a separarse del Imperio, había surgido, por obra de Ulrico Zwinglio y más tarde de Juan Calvino, una modalidad propia y más radical de la Reforma que, con su concepto de Iglesia, había de tener más peso histórico, en el antiguo y en el nuevo mundo, que el luteranismo. Lutero, por su parte, había conseguido al menos, en los años veinte y treinta, consolidar interiormente en Alemania el movimiento reformador.

      Y sin embargo, Alemania había quedado dividida en dos bandos religiosos. Y ante el peligro que para el Imperio representaban los turcos, quienes en 1526 habían vencido a los húngaros en Mohács y en 1529 avanzaron hasta las puertas de Viena, Lutero se había planteado la cuestión de qué era más peligroso para la cristiandad, el poder islámico o el papal. Para él, en ambas religiones imperaban las obras, la ley. Incluso el porvenir de las Iglesias reformadas ya no lo veía Lutero en absoluto, al final de su vida, tan de color de rosa como en el año del estallido de la Reforma. Más aún: en los últimos años de su vida, aun teniendo hasta el final una incansable actividad, se abrieron paso crecientemente en él, además de enfermedades y angustias escatológico-apocalípticas, el humor sombrío, la melancolía, depresiones maníacas y tribulaciones espirituales. Y ese creciente pesimismo frente al mundo y los hombres tenía no solo causas de orden psicológico y patológico sino también de carácter objetivo. No le faltaron a Lutero grandes desengaños:

      Por un lado, el primitivo entusiasmo reformador se esfumó pronto. A menudo, la vida parroquial languideció; muchos que no tenían madurez para la “libertad del hombre cristiano”, perdieron, con el derrumbamiento del sistema romano, toda base eclesiástica. E incluso en el bando luterano muchos se preguntaban si con la Reforma, los hombres se habían vuelto realmente mucho mejores. Tampoco se pudo dejar de ver un empobrecimiento —excepto en la música— en el arte.

      Por otro lado, la Reforma encontró una creciente resistencia política. Después de la fracasada Dieta de Augsburgo de 1530 (el emperador rechazó la conciliante Confesión de Augsburgo elaborada sobre todo por Melanchton), la Reforma consiguió, en los años treinta, no solo consolidarse en los territorios en que ya estaba asentada, sino extenderse por otras zonas, desde Wurtemberg hasta Brandeburgo. Pero en los años cuarenta, el emperador Carlos V que, excesivamente comprometido en política exterior, había intentado mediar una y otra vez en política interior, pudo terminar las guerras con Francia y Turquía. Y cuando los luteranos se negaron a participar en el concilio de Trento (por celebrarse este bajo la dirección del papa: escrito de Lutero Contra el papado de Roma, fundado por el diablo, 1545), el emperador se encontró por fin lo suficientemente fuerte como para osar un enfrentamiento bélico con la poderosa Liga de Smalkalda de los protestantes. Y en efecto, las fuerzas protestantes fueron vencidas en estas primeras guerras de religión de 1546-1547 (guerras de Smalkalda), y la plena restauración del estado de cosas católico-romano (con concesiones únicamente en el tema del matrimonio de los clérigos y de la comunión de los laicos en las dos especies) parecía ser solo cuestión de tiempo. Solamente el cambio de partido del astuto Mauricio de Sajonia —quien se había aliado en secreto con Francia, obligando a huir al emperador en 1552, en un ataque por sorpresa en Innsbruck, y provocando así también la interrupción del concilio de Trento— salvó al protestantismo del naufragio definitivo. El cisma religioso de Alemania, que separó a los territorios de la antigua fe de los de la Confessión de Augsburgo, fue cancelado finalmente mediante la tregua religiosa de Augsburgo de 1555. Desde entonces no rigió la libertad de religión sino el principio Cuius regio, eius religio, “de quien es la región, de ese es también la religión”. Quien no pertenecía a ninguna de las dos “religiones”, quedaba excluido de la tregua. A ello se añade que el propio bando protestante no fue capaz de conservar la unidad: ya pronto, el protestantismo alemán se dividió en una Reforma “de izquierdas” y una “de derechas”.

      11. El cisma interno de la Reforma

      Lutero había conjurado espíritus, de algunos de los cuales solo se liberó por la fuerza. Eran los espíritus del entusiasmo fanático, movimiento que sin duda hundía sus raíces en la Edad Media, pero que se vio enormemente favorecido por la actitud de Lutero. Numerosos intereses particulares, numerosos movimientos, que se escudaban todos en el nombre de Lutero, empezaron a surgir por doquier, y pronto se vio Lutero ante un segundo frente, un frente “de izquierdas”. Hasta tal punto que los adversarios de izquierdas de Lutero (disturbios provocados por los entusiastas, tumultos iconoclastas, con un asalto a las imágenes ya en 1522, en su propia ciudad, en Wittenberg) pronto fueron por lo menos tan peligrosos para su obra reformadora como los adversarios de derechas, los tradicionalistas de cuño romano. Si los “papistas” apelaban al sistema romano, los “entusiastas” practicaban un subjetivismo religioso muchas veces fanático que se basaba en una revelación y una experiencia espiritual, vividas de manera personal e inmediata (“voz interior”, “luz interior”). En la persona del párroco Tomás Müntzer, primer agitador de esta corriente y el más importante rival de Lutero, se unieron las ideas reformadoras y social-revolucionarias: imponer la Reforma por la fuerza, haciendo caso omiso, si necesario fuese, del derecho establecido, e imponer el reino milenarista de Cristo en la tierra.

      Pero Lutero —quien, políticamente, parece evidente que nunca pudo dejar de ver las cosas “desde arriba” siendo por ello objeto de violentas críticas por parte no solo de Tomás Müntzer sino de pensadores como Friedrich Engels y Ernst Bloch— habiéndose mostrado radicalmente exigente en lo tocante a la libertad del hombre cristiano, no mostró la misma radicalidad cuando se trató de obrar en consecuencia en el aspecto social y de apoyar con toda claridad las justas reivindicaciones de los campesinos —quienes perdían ostensiblemente su independencia y eran objeto de creciente explotación— frente a príncipes y nobles. ¿No había también —por muy rechazables que sean los desmanes cometidos— reclamaciones sensatas y justas por parte del campesinado? ¿O no fue todo sino un mal entendimiento o hasta un mal uso del evangelio? Tampoco Lutero podía dejar de ver que la situación económica de los campesinos era angustiosa, de hecho y de derecho. Un proyecto de reforma no hubiese sido a priori pura utopía. ¿Por qué no? Porque el orden democrático de la confederación helvética, para los campesinos de Alemania meridional el ideal de un orden nuevo, habría podido ser un modelo perfectamente realizable. Sin embargo, a Lutero —quien, anclado en la estrecha perspectiva de su tierra turingia veía ahora confirmadas sus tendencias conservadoras— todo aquello le resultaba ajeno. Asustado por noticias de horribles revueltas de campesinos, da el paso fatal de ponerse del lado de los de arriba y de justificar la brutal represión de la rebelión campesina.

      12. ¿Libertad de la Iglesia?

      Junto a la izquierda reformada estaba la derecha. A este respecto hay que observar lo siguiente: el ideal de la Iglesia libre cristiana, tal y como Lutero lo había presentado con todo detalle entusiásticamente, en sus escritos programáticos, a sus coetáneos, no halló realización en el Imperio alemán. Es innegable que innumerables iglesias fueron liberadas por Lutero de la dominación de obispos disolutos y enemigos de reformas y sobre todo de la “cautividad” de la curia romana, de su absolutismo prepotente y de su СКАЧАТЬ