El Protocolo. Robert Villesdin
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Название: El Protocolo

Автор: Robert Villesdin

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Apostroph Narrativa

isbn: 9788412200539

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СКАЧАТЬ de una persona de confianza y muy conocedora de los intríngulis financieros de la empresa. Era un individuo alto, delgado —casi enjuto— y de tez cetrina, posiblemente debido a tantos años de llevar la contabilidad bajo lámparas de neón que proporcionaban una luz insuficiente y amarillenta. Como todo buen financiero, tampoco era amante de las aventuras y temía, en todas las ocasiones e incluso en los tiempos de máxima bonanza, que con el dinero disponible no se alcanzara a pagar todas las facturas. Había sido la mano derecha de Sam en su personal cruzada de reducción de gastos y se habían pasado muchos fines de semana repasando todas las partidas del debe, una por una, para cazar y aniquilar cualquier fuente de dispendio innecesario. Era una buena persona, contraria a los conflictos de cualquier tipo, con el que se podía dialogar en cualquier circunstancia, amén de un poco misógino, por lo que se ruborizaba en todas las ocasiones en que se dirigía a las mujeres del Consejo. En definitiva, calificarlo de consejero independiente hubiera sido, como mínimo, una exageración.

      —Pues a mí me parece muy adecuado lo que dice Ton —apuntó, siempre a destiempo, Lucy—. Por cierto GR... el otro día estuve pensando que me gustaría conocer los resultados del equipo de fútbol en las diez últimas temporadas. ¿Puedo llamar a tu contable para pedírselo?

      —Mi contable está ahora muy ocupado con el cierre de los balances mensuales. Ya se lo pediré yo —contestó GR, de mal humor y confiando en que su hermana se olvidaría del tema a los pocos días.

      Sam seguía la discusión con cierto fastidio, pues otras, en idénticos términos, habían tenido lugar en anteriores consejos sin que se llegara a tomar ninguna decisión definitiva. De hecho, también se sentía atraído por la facilidad con la que algunos conocidos estaban realizando auténticas fortunas en el sector inmobiliario. Su firmeza en no desviar fondos de la empresa para esta actividad empezaba a tambalearse, aunque se mantenía renuente al dudar tanto de la capacidad como de la visión excesivamente codiciosa de sus hijos para gestionar cualquier negocio.

      —No tienes ni idea, papá; he hecho un estudio de los balances de las principales compañías inmobiliarias y su ratio de endeudamiento es más del doble del que tenemos nosotros —añadió Ton—. Por otra parte, todo el que conozca medianamente el sector inmobiliario sabe que es un negocio eminentemente financiero.

      —Papá, eres un anticuado. Todo el mundo financia las inversiones inmobiliarias con hipotecas. ¡Esas son las reglas del juego! —añadió Lucy, la cual tenía bien presente que Ton le había dotado de un sustancioso sueldo por ayudarle en el negocio inmobiliario.

      —Cada día pasan por nuestras oficinas dos o tres bancos ofre- ciéndonos dinero —comentó como de pasada Ton—. ¡Y barato!

      —Bien —accedió finalmente Sam; quizás me haya vuelto viejo y demasiado conservador. ¡Adelante!... como dijo Julio César al cruzar el Rubicón: «Los dados están en alto»; pero... ¡sed prudentes!

      —¡Gracias, papá! No te arrepentirás.

      —¿Y tú qué opinas, Modesto? —preguntó el patriarca como último e inútil recurso.

      —En mi opinión un endeudamiento moderado no es peligroso, siempre que esté dentro de los límites que podamos asumir, incluso en las peores circunstancias —contestó el interpelado mirando directamente a Sam, y de reojo a GR, que le fulminó con la mirada—. En cualquier caso —prosiguió— sugiero que mantengamos la actual política de que toda nueva inversión o nuevo préstamo deba ser aprobado previamente por este Consejo.

      Esta vez fue Ton quien le echó mal de ojo, mientras «Botines», Arturo y los demás consejeros —a excepción de Lucy— celebraron interiormente esta última intervención.

      En los últimos tiempos, la posición de Modesto en éste órgano de administración había cambiado sustancialmente, ya que, de ser un simple asesor de confianza, se había convertido casi en un miembro más de la familia. En ello había influido bastante el hecho de que todos le consideraban como el pretendiente oficial de Lucy, posición que, a pesar de no ajustarse a la realidad, esta no intentó negar en absoluto.

      Modesto todavía estaba desconcertado sobre cómo había llegado a producirse esa situación y le intrigaba sobremanera saber quién eran los que la fomentaban. Esas reflexiones le llevaron a recordar que, después de la cena en la que Lucy le hizo el «regalito», las cosas se habían desarrolado de un modo imprevisto.

      La inocencia

      Debían de ser las cuatro de la madrugada cuando Modesto consiguió dormirse, mientras los brazos, piernas y pechos de Lucy le envolvían como una enredadera feromónica. A los pocos minutos, le despertó una música menos sensual, aunque mucho más conocida que la melodía que sonaba en el momento de dormirse y que, después de algunas dudas, reconoció como la de su odioso teléfono móvil que, debido a su galopante nomofobia (no-mobile-phone-phobia), mantenía siempre a menos de un metro de su persona.

      —¿Qué pasa? —consiguió apenas balbucir.

      —Modesto, ¿te he despertado? —le contestó una voz difícil de reconocer a través de tan desconsiderado aparato.

      —¿Quién eres? —dijo, intentando ganar tiempo para ver si conseguía que su cerebro se pusiera efectivamente en marcha.

      —¿Ya no reconoces mi voz? Soy GR.

      —¿Ha pasado algo?

      —No, en absoluto; sólo quería comentar unas cosillas contigo.

      —¿A estas horas?

      —Bueno... no pensaba que ya estuvieras durmiendo.

      —¿A las cuatro de la madrugada?

      —Cualquier hora es buena para pasarlo bien.

      —Vale, vale. ¿De qué demonios quieres hablar? —transigió Modesto, procurando evitar profundizar en el tema de la diversión after hours.

      —Mira, no me gusta nada el cariz que está tomando la estrategia de Ton en relación al negocio inmobiliario; pienso que si no le paramos los pies, puede acabar arruinando a toda la familia.

      —¿Esta noche?

      —No seas burro —contestó, intentando sonar simpático.

      —Solamente quería saber si podía contar contigo para evitar una catástrofe.

      —Tú sabes que yo siempre intento hacer lo mejor para tus padres y para la familia —.El jurista trató de escabullirse mediante un regate en corto.

      —¡Pues ahora tienes una gran oportunidad! —se la devolvió ladinamente GR.

      —Bueno... mañana hablamos.

      —Muy bien. Por cierto... Si-por-ca-sua-lidad vieras a mi hermana, dile que mañana a primera hora me gustaría tener una pequeña conversación con ella.

      Modesto colgó el teléfono intrigado por saber cómo podía GR haberse enterado de que estaba con su hermana y rabioso de pensar lo divertido que debía parecerle... ¡Y encima pretendía utilizarlo para que accediera a colaborar en sus turbios manejos contra su hermano menor!

      Le costó lo indecible volver a conciliar el sueño y, cuanto más le daba vueltas al asunto, más furioso se sentía. El hecho de no estar acostumbrado a dormir con alguien pegado a su cuerpo le producía una sensación de asfixia que no le ayudaba en absoluto a calmarse.

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