Historia reciente de la verdad. Roberto Blatt
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Название: Historia reciente de la verdad

Автор: Roberto Blatt

Издательство: Bookwire

Жанр: Документальная литература

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isbn: 9788417866389

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СКАЧАТЬ de máquinas cada vez más complejas (pasada la primera era de la minería y de la rudimentaria labor textil…) y, de paso, reforzaba la cultura cívica de toda la población. Esto fue aprovechado por los movimientos obreros, que también descubrieron el potencial propagandístico de la prensa, aunque fuera en formatos más económicos como la octavilla o el “volante” antes de fundar sus propios periódicos.

      The Times (ambiciosamente nacido en 1785 como Daily Universal Register) comenzó el primer día de 1788, ya con su nombre definitivo, a publicar noticias comerciales y a reportar escándalos. Años más tarde adoptaría su rigurosa política de información precisa, alineada con las virtudes atribuidas a la administración británica, inspirada en un riguroso empirismo.

      Si la imprenta había lanzado la Reforma con sus biblias baratas al alcance de muchos, la rotativa patentada en 1847 hizo lo propio con la prensa al permitir ediciones masivas (fenómeno que inspiró más de una historia marcada por la exclamación de “¡Paren las máquinas!”). En efecto, la tirada de The Times, por ejemplo, pasó de 5.000 ejemplares diarios en 1815 a 40.000 en 1850.

      La cobertura internacional directa se inició con el envío del primer corresponsal de guerra, William Howard Russell, a la guerra de Crimea de 1853-1856. Fue tan eficaz e influyente que el gobierno británico se enteró de las propuestas de paz rusas al leerlas en el periódico.

      Por su parte, Le Figaro francés, designación basada en el personaje del barbero del mismo nombre, tampoco comenzó su andadura de forma muy seria sino como periódico satírico, más cercano a la informalidad del café y al antiguo libelo que a un discurso oficialista. Hasta hoy pervive su motto, una cita de Las bodas de Fígaro de Beaumarchais: “Sans la liberté de blâmer, il n’est point d’éloge flatteur” (“Sin la libertad de culpar, no hay alabanza halagadora”). A punto de ser clausurado por incumplir las leyes en vigor que limitaban la libertad de expresión de la prensa, Le Figaro publicó en su edición del 23 de marzo de 1856 y en primera página una solicitud de gracia al príncipe imperial… ¡que cumplía apenas siete días de edad! La ocurrencia le gustó al papá, Napoleón III, y se levantó la orden de cierre. Desde entonces pocos gobernantes han mostrado un similar sentido del humor. Que lo llamaran “el pequeño Napoleón”, a pesar de ser su estatura mucho más alta que la de su eminente tío, le hacía menos gracia.

      The New York Times nace en 1852 evitando toda forma de sensacionalismo. Sin embargo, solo alcanza su apogeo popular cuando publica los detalles del hundimiento del Titanic en abril de 1912. Su cobertura de las dos guerras mundiales afianzó su prestigio y dio un salto cualitativo cuando publicó en 1971 los “papeles del Pentágono”, un estudio secreto sobre la intervención de los estadounidenses en Vietnam filtrado por funcionarios del estado. El supremo de Estados Unidos decidió que primaba el derecho de libre expresión constitucional sobre el secreto de estado.

      Hoy la filtración anónima se ha convertido en un recurso fundamental de la prensa en países donde está permitida por la ley. Ese no es el caso, por ejemplo, de Gran Bretaña, democracia garantista de primera hora, donde rige una estricta “ley mordaza”. Cuando The New York Times filtró en 2017 informaciones secretas conjuntas de los servicios de inteligencia americanos y británicos sobre víctimas de un atentado en Londres, los británicos indignados amenazaron con interrumpir el intercambio de información entre las agencias de los dos países. Las filtraciones, son, sin duda excelentes fuentes, por lo demás inconfirmables, y resultan más baratas que el “periodismo de investigación”. Tienden, sin embargo, a establecer vínculos clientelistas entre políticos y periodistas, cuyos diarios, por necesidad y para conservar sus respectivas fuentes, se alinean cada vez más en una dirección partidista determinada.

      Claro que nunca existió una prensa uniforme, sino que los diarios se fueron situando del lado liberal o conservador, a derechas o izquierdas del abanico ideológico, según la afinidad de sus dueños y redactores y, muy pronto, de sus estrategias de mercadeo. Pero ningún órgano de prensa de la época, excepto los oficiales de la iglesia, dudó nunca de la existencia de una realidad material única, objetiva y universal, y ninguna ideología moderna renunciaba a propulsar una utopía de justicia y prosperidad. El gran desacuerdo, ciertamente no menor en la práctica, se centraba en cuál era el camino para alcanzar ese ideal y qué periódico lo representaba mejor. Independientemente de cómo se interpretase, la verdad era indudablemente una sola y ciertamente muy diferente a la mentira.

      La prensa, difusora de esta “descubierta” realidad, discrepancias aparte, en general dio un paso decisivo en el establecimiento de esa verdad literalmente revelada. Hasta hace muy poco, la noticia periodística ha gozado efectivamente de una especial credibilidad. El hecho de que una información apareciese en las páginas de un periódico confirmaba de manera inequívoca su veracidad, un atributo que luego se trasladó a la televisión.

      Sin embargo, extraña que las noticias, flashes de realidades incontestables, hayan sido siempre de naturaleza perecedera, condición necesaria, claro está, para dar lugar a las del día siguiente. Se supone que no es el componente de veracidad de cada una lo que se difumina a diario, sino su relevancia o la oportuna aparición de una actualización, para finalmente dar con sus restos en los archivos, la hemeroteca, literalmente “memoria de los días”, que se va haciendo infinita en el espacio digital y presumiblemente indestructible (o especialmente vulnerable si por alguna razón se dispersa “la nube” digital que la cobija). La rápida pérdida de interés de una noticia se parece a cómo se desinfla un chiste una vez conocido su punch line. Frágil momento de sorpresa de una mini historia inmediatamente resuelta, como los spots publicitarios que pronto aparecieron y que, nacidos emulando a las noticias, se limitaban a aportar información factual sobre las características técnicas, coste y utilidad del producto.

      Sobre la posible irrelevancia de las noticias, Chesterton, que como buen metafísico cristiano buscaba la verdad en otra parte, decía: “El periodismo consiste esencialmente en decir ‘Lord Jones ha muerto’ a gente que no sabía que Lord Jones estaba vivo”. “Por qué no habrá la eternidad querido abortar este engendro del tiempo”, se lamentaba Karl Kraus en ese mismo sentido. “No tener ideas, pero saber expresarlas, eso es periodismo” era otra de sus boutades, atribuyendo tácitamente a las ideas la perdurabilidad que no les concedía a los hechos notables, mejor dicho “noticiables”.

      A diferencia del texto sagrado dueño de una verdad tan eterna como postergada, la noticia periodística conjura, es cierto, una realidad absolutamente presente pero efímera, eso que conocemos como “actualidad” en perpetua renovación. La experiencia personal ya solía volcarse en un diario íntimo y secreto. Por el contrario, el periódico es un diario de impacto público cuyas entradas son, salvo las columnas que firman los comentadores, por lo general anónimas, provenientes de agencias de prensa. Puntual o no, la noticia nace, no obstante, como sinónimo de información. Menos claros son los criterios “objetivos” para seleccionarla en un océano casi infinito y continuo de eventos. El concepto de “scoop” o “exclusiva” se refiere a hechos espectaculares y sorprendentes que destacan y se perciben como novedad. Claro que un factor editorial y el papel del redactor responsable son decisivos y responden a una variada amalgama de intereses comerciales, políticos, culturales y de estilo.

      No todas las novedades sirven. Se ajustan a directrices oportunistas. Para empezar, la globalización de la información nació para cumplir con unas necesidades específicas surgidas de la difícil tarea de administrar las extensísimas colonias británicas, un punto de vista muy particular. Esto se hizo con extraordinaria eficacia, entre otras razones, gracias a la explotación correcta de la información periodística aportada por la propia prensa británica, que podría considerarse la versión civil de la “inteligencia militar”. Todo el subcontinente indio, que incluye los actuales India, Pakistán y Bangladesh, fue mantenido bajo ocupación con unos meros 4.000 soldados metropolitanos, en su mayoría escoceses, y mucha intriga para aprovechar las rencillas СКАЧАТЬ