Historia reciente de la verdad. Roberto Blatt
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Название: Historia reciente de la verdad

Автор: Roberto Blatt

Издательство: Bookwire

Жанр: Документальная литература

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isbn: 9788417866389

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СКАЧАТЬ que respetar patentes. De esta forma, el Estado burgués abría a todo el mundo un punto de vista universal considerado independiente de todo prejuicio cultural, nacional o religioso. Muchos periódicos publicaron la noticia y los detalles de una técnica de alta definición. Se realizaron demostraciones públicas en varios países y antes de llegar al año 1841 ya habían tenido lugar en Portugal, España, Brasil, Estados Unidos, México, Uruguay y Colombia. Sin embargo, un invento similar, el calotipo del británico Fox Talbot, con imágenes de menor definición sobre papel pero reproducibles, no se extendió a causa de las limitaciones de su patente.

      El tiempo mismo se medía de forma local hasta el establecimiento de la red ferroviaria; cada pueblo solía tener el suyo. Los trenes, liberados de las limitaciones de la “tracción sangre”, empezaron a conectar destinos lejanos para cuyos usuarios hubo que configurar horarios fijos y comunes. La navegación ya había descubierto el espacio planetario; los trenes, y mucho después los aviones, el tiempo planetario. Para contrarrestar el inconveniente de que la rotación de la Tierra impide la simultaneidad del día o noche en todos los puntos del planeta, se inventaron los husos horarios, siendo la hora 0, ¿cuál si no?, el meridiano de Greenwich.3 Así, en 1884 la referencia universal recibió el nombre del distrito londinense que atraviesa, en justo reconocimiento de que el imperio británico ocupaba la mayor parte del planeta, surcado por sus propias rutas marítimas y controlado por su inmensa flota. Los mapas, anteriormente locales o regionales, se integraron para describir un espacio planetario único permitiendo fijar itinerarios, ubicar la posición relativa de navíos y racionalizar rutas. En el plano de la medición doméstica se estableció el metro en 1889 en la Conférence Générale des Poids et Mesures como “la distancia entre dos líneas sobre una barra estándar compuesta de una aleación de 90% de platino y 10% de iridio, medida a la temperatura de fusión del hielo”. La comunicación se revolucionó con el telégrafo, y la estandarización se extendió a ámbitos como la sanidad, el saneamiento y el alcantarillado. Mientras, las academias oficiales de las potencias europeas continuaron la unificación del lenguaje nacional, con variada incidencia internacional, y se desarrollaba la lingüística como ciencia del lenguaje en general. Las nuevas utopías igualitarias no impidieron, quizá más bien favorecieron, una cierta obsesión por la medición objetiva y cuantitativa de la “normalidad” humana y de su defecto, en general con actitud paternalista. Churchill incluso era partidario de esterilizar y aislar en campos a los “mentalmente incapaces” y encabezó el apoyo a la Mental Deficiency Act de 1913 que suplantó a la Idiots Act de 1886. “Idiotas” se consideraba a quienes requerían protección de sí mismos, “imbéciles” a aquellos de quienes la sociedad debía cuidarse y, finalmente, se identificaba a los “débiles mentales”, que necesitaban mucho entrenamiento y supervisión. Entusiasmados por las medidas “objetivas” del cociente intelectual, los norteamericanos definieron como “idiotas” a los que puntuaban por debajo de 25; “imbéciles” a los de menos de 50 y en 1910 Henry Goddard inventó un término para los que se situaban entre 51 y 70 puntos: los morons o “tontos”, un calificativo muy en uso aún.

      En el pasado la noción de universalidad no era aplicable a lo cotidiano, sino que estaba postergada a una infinita eternidad alcanzable post mortem, de tal forma que tanto el pasado como el porvenir eran míticos. Hasta el siglo xviii los cambios históricos eran muy lentos, imperceptibles desde una perspectiva individual. Hasta entonces, las únicas variaciones que se distinguían eran los avatares de las vidas personales marcados por la suerte o la desgracia, el “destino”, si se quiere, que afectaba exclusivamente al ámbito privado, biográfico o familiar.

      Sirva como demostración del poco interés por la historia global que el primer “centenario” se conmemoró en Estados Unidos en 1876, el primero de la revolución de un país sin una historia anterior –la de los indígenas no contaba–, y no sin la mofa de los críticos ingleses del Daily Mail que constataban la súbita profusión de estas celebraciones en distintos puntos de América. Un siglo antes, los ingleses consideraban la historia como un elemento de interés meramente estético o como un signo de distinción, por ello construían falsas ruinas grecorromanas en sus jardines artificialmente diseñados para parecer silvestres…

      El rápido desarrollo tecnológico del siglo xix, que se haría veloz en el xx y frenético en el xxi, permitió “la invención del futuro” como horizonte de proyectos utópicos realizables. A la par nació la fascinación por el pasado, relacionada con el afán por detectar los “principios” mecánico-racionales de la Historia, combinando a Feuerbach y Darwin, de forma similar a cómo, con Newton, se creía haber descubierto la naturaleza mecánica de la materia. James Gleick recoge en su libro Viajar en el tiempo (2017) las “fantasías” de Jorge Luis Borges: “Que el presente estado del universo es, en teoría, reducible a una fórmula, de la que alguien podría deducir todo el futuro y todo el pasado”.

      Y una vez establecidas las conexiones con un pasado y un futuro objetivos, se entiende mejor la obsesión contagiosa de un Wells: una máquina del tiempo para no solo “deducirlo”, sino viajar en él en ambas direcciones.

      La nueva utopía progresista, burguesa o proletaria, otorgó un papel fundamental a la información y a la formación o educación (Bildung), una herramienta esencial para permitir una aspiración casi imposible hasta entonces: la movilidad social. Esto encajaba perfectamente con la concepción de un mundo universal de homogénea constitución material, perfectamente descrito por un conocimiento científico y tecnológico que se tenía por casi completo, apenas y solo provisoriamente limitado por instrumentos de medición aún no lo suficientemente precisos. Así de optimista era la visión mecanicista del mundo antes de Planck, Freud y Einstein.

      En una serie inglesa producida por la BBC que evoca la introducción de un nuevo programa informativo en el Reino Unido en la década de 1950, un personaje comentaba emocionado: “We are making the world look unbearably real” (“Estamos mostrando un mundo insoportablemente real”).

      Dada la centralidad de la información en el nuevo proyecto utópico burgués, la prensa, que hasta el xviii estaba apenas compuesta de pasquines y libelos mayoritariamente anónimos, se convirtió en una institución, en principio independiente: “el cuarto poder”. Quizá fuese la primera de propiedad privada con vocación de participar abiertamente en el proceso de toma de decisiones sociales y políticas, un área tradicionalmente limitada al rey y oblicuamente a la iglesia.

      Prensa y democracia se retroalimentaron. La introducción del sufragio, que tardó mucho en ser universal, se inició en el Reino Unido en el siglo xviii –ya en el xvii, después de una real cabeza cortada, la revolución de Cromwell colocó el Westminster, el parlamento, por encima de la monarquía–, pero para adquirir la calidad de votante había que superar unas pruebas de solvencia accesibles a unos pocos, no muchos más que los miembros tradicionales de la élite, algo ensanchada gracias a las nuevas oportunidades abiertas a funcionarios y aventureros enriquecidos en las posesiones coloniales.

      A continuación, la mencionada transformación de los medios de producción dio lugar a una numerosa clase media y a una consiguiente redistribución de recursos, que en conjunto concentraba más poder económico que la aristocracia hereditaria, habituada a la toma de decisiones en selectas cortes alimentadas por rumores e intrigas. Esa nueva élite masiva, arribista y anónima, pero liderada por los potentados, requería el acceso público a la máxima información para promover la correcta toma de decisiones, incluso las de pequeños inversores y ahorradores; un número creciente de ciudadanos que por primera vez disponían de algún capital. La comunicación era imprescindible para dar forma a esta emergente “opinión pública” que, una vez movilizada, exigió ampliar el derecho al voto y hacerlo secreto para evitar presiones.

      La utopía socialista diseñada para el proletariado surge como un efecto secundario, СКАЧАТЬ