Название: El mundo en que vivimos
Автор: Anthony Trollope
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
isbn: 9788417743826
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Sin temblar ni ruborizarse, lady Carbury logró zafarse del abrazo, y luego le obsequió con un excelente discursito:
—¡Señor Broune, qué tontería, qué locura, qué equivocación! ¿No le parece? ¡Dudo que quiera poner fin a la amistad que nos une!
—¿Poner fin a nuestra amistad? ¡Lady Carbury, eso no!
—Entonces, ¿por qué arriesgarla con un acto así? Piense en mi hijo y en mi hija, ambos ya crecidos. Piense en los sinsabores que he vivido, en cuánto he sufrido inmerecidamente. Nadie lo sabe tan bien como usted. Piense en mi reputación, ¡cuántas veces han intentado mancillarla, sin éxito! Dígame que lo siente, pues, y todo quedará olvidado.
Cuando un hombre besa a una mujer, no le apetece disculparse inmediatamente después. Eso equivaldría a afirmar que el beso no ha estado a la altura de sus expectativas. Así, el señor Broune no pudo satisfacer la petición de lady Carbury, quien a su vez quizás tampoco lo esperaba. Dijo él:
—Usted sabe que no querría ofenderla por nada en el mundo.
Y eso bastó. Lady Carbury volvió a mirarlo a los ojos, y ese día obtuvo la promesa de que se imprimirían sus artículos, con una generosa remuneración.
Cuando la entrevista terminó, lady Carbury pensó que había sido un éxito. Por supuesto que era de esperar que surgieran incidentes, cuando se tenía que luchar trabajosamente para salir adelante. La señora que se ve obligada a alquilar un carruaje que pasa por la calle se encontrará con barro y polvo, a diferencia de su vecina más pudiente, que posee un carruaje privado. Claro que habría preferido que el señor Broune no la besara, pero ¿qué importaba? Sin embargo, para el señor Broune el asunto era un poco más serio. «Demonios», se dijo al salir de la casa, «no hay manera de llegar a entenderlas, por mucha experiencia que uno tenga». A medida que se alejaba, casi pensó que lady Carbury había querido que la besara de nuevo, y a punto estuvo de enfadarse consigo mismo por no haberlo hecho. Después del incidente, la vio tres o cuatro veces más, pero tuvo buen cuidado de no repetir la ofensa.
Seguiremos ahora con las cartas restantes, ambas destinadas a los editores de otros tantos periódicos. La segunda estaba dirigida al señor Booker, del Literary Chronicle. El señor Booker era un esforzado profesor de literatura, no desprovisto de talento, ni de influencia, ni de conciencia. Pero, a causa de la naturaleza de sus esfuerzos, de los compromisos a los que se había visto obligado a adquirir, por parte de sus colegas autores por un lado, y las demandas de sus empleadores por el otro, únicamente preocupados por el beneficio económico, se había acomodado en un trabajo rutinario en el cual resultaba difícil ser escrupuloso, y casi imposible alimentar el lujo de una conciencia literaria. Ahora era un hombre calvo de sesenta años, con numerosas hijas, una de las cuales era viuda y tenía dos hijos, y los tres dependían de él económicamente. El señor Booker ganaba un sueldo de quinientas libras al año como editor del Literary Chronicle, diario que gracias a su energía se había convertido en una cabecera muy leída. También escribía para otras revistas literarias, y casi cada año publicaba un libro propio. Sobrevivía, y los que conocían su reputación, pero no le conocían a él, le consideraban un hombre de éxito. Siempre conservaba el ánimo, y en los círculos literarios lograba hacerse valer. Pero la presión de las circunstancias le obligaba a aceptar todo lo bueno que le salía al paso, y apenas podía permitirse ser independiente. Hay que aclarar, además, que los escrúpulos literarios no formaban parte ya de sus preocupaciones, desde hacía tiempo. La segunda carta, pues, rezaba así:
Calle Welbeck, 25 de febrero de 187—
Estimado señor Booker:
Le he pedido al señor Leadham [el cual era socio principal de la empresa editorial Leadham & Loiter] que le enviara un ejemplar anticipado de mi obra Reinas criminales. También he acordado con mi amigo el señor Broune que voy a reseñar su Nueva historia de una bañera en el Breakfast Table. De hecho, estoy en ello en estos momentos, y me estoy esforzando mucho. Si desea que haga mención de algún aspecto específico del protestantismo de la época, no dude en decírmelo. Igualmente, me agradaría mucho que hiciera usted mención de mi profunda investigación histórica, detalle que confío a su buen saber. No se retrase, se lo ruego, pues las ventas dependen en gran medida de que salgan reseñas tempranas. Solamente me pagan mediante regalías, que no cobro hasta alcanzar los primeros cuatrocientos ejemplares de venta.
Sinceramente,
Matilda Carbury
Alfred Booker
Literary Chronicle, Office, Strand
Al señor Booker no le escandalizó en absoluto recibir dicha nota. Se rió para sus adentros, con una risita agradablemente reticente, mientras pensaba en lady Carbury escribiendo sobre sus opiniones acerca del protestantismo. También pensó en los numerosos errores históricos en los que la aguda dama sin duda había incurrido, habida cuenta de que escribía sobre asuntos de los que, el señor Booker estaba convencido, lo ignoraba todo. Sin embargo, no le pasó por alto que una reseña favorable de su concienzuda obra, titulada Nueva historia de una bañera, en el Breakfast Table, no sería nada desdeñable, aun si llegara de la mano de una charlatana literaria, y por lo tanto no tendría el menor escrúpulo en devolver el favor cubriendo a su vez la obra de lady Carbury de alabanzas en el Literary Chronicle. Probablemente no afirmaría que el libro fuera certero, pero sería capaz de declarar que se trataba de una lectura deliciosa, que las características femeninas de las reinas estaban dibujadas con СКАЧАТЬ