El conde de Montecristo ( A to Z Classics ). A to Z Classics
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Название: El conde de Montecristo ( A to Z Classics )

Автор: A to Z Classics

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия:

isbn: 9782378072469

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СКАЧАТЬ si tocáis el pelo de la ropa a su adorado Edmundo.

      -Es verdad -repuso Fernando.

      -Nada, si nos decidimos, lo mejor es coger esta pluma simplemente, y escribir una denuncia con la mano izquierda para que no sea conocida la letra -contestó Danglars; y esto diciendo, escribió con la mano izquierda y con una letra que en nada se parecía a la suya acostumbrada, los siguientes renglones, que Fernando leyó a media voz:

      Un amigo del trono y de la religión previene al señor procurador del rey que un tal Edmundo Dantés, segundo de El Faraón, que llegó esta mañana de Esmirna, después de haber tocado en Nápoles y en Porto-Ferrajo, ha recibido de Murat una misiva para el usurpador, y de éste otra carta para la junta bonapartista de París.Fácilmente se tendrá la prueba de su crimen, prendiéndole, porque la carta se hallará sobre su persona, o en casa de su padre, o en su camarote, a bordo de El Faraón.

      -Está bien -añadió Danglars-. De este modo vuestra venganza tendría sentido común, y de lo contrario podría recaer sobre vos mismo, ¿entendéis? Ya no queda sino cerrar la carta, escribir el sobre -y Danglars hizo como decía-: Al señor procurador del rey, y asunto concluido.

      -Sí, asunto concluido -exclamó Caderousse, quien con los últimos resplandores de su inteligencia había escuchado la lectura, y comprendiendo por instinto todas las desgracias que podría causar tal denuncia; sí, negocio concluido; pero sería una infamia.

      Y alargó el brazo para coger la carta.

      -Por supuesto -dijo Danglars, apartándole la mano-, lo que digo no es más que una broma; y soy el primero que sentiría mucho que le sucediese algo a Dantés, a ese bueno de Dantés. Vamos, ¡no faltaba más… ! -y cogiendo la carta, la estrujó entre los dedos, y la tiró a un rincón.

      -¡Muy bien! -exclamó Caderousse-. Dantés es mi amigo, y no quiero que le hagan ningún daño.

      -¿Quién diablos piensa en hacerle daño? A lo menos no seremos ni Fernando ni yo -dijo Danglars levantándose y mirando al joven, cuyos ojos estaban clavados en el papel delator tirado en el suelo.

      -En tal caso -replicó Caderousse-, que nos den más vino, quiero beber a la salud de Edmundo y de la bella Mercedes.

      -Bastante has bebido, ¡borracho! -dijo Danglars-; y como sigas bebiendo te verás obligado a dormir aquí, porque seguramente no podrás tenerte en pie.

      -¡Yo! -balbuceó Caderousse levantándose con la arrogancia del borracho-; ¡yo no poder tenerme! ¿Apuestas algo a que me atrevo a subir al campanario de las Accoules derechito, sin dar traspiés?

      -Está bien -dijo Danglars-, hago la apuesta; pero la dejaremos para mañana. Ya es tiempo de que nos vayamos; dame el brazo.

      -Vamos allá -dijo Caderousse-; mas para andar no necesito de tu brazo. ¿Vienes, Fernando? ¿Vuelves a Marsella con nosotros?

      -No -respondió Fernando-; me vuelvo a los Catalanes.

      -Haces mal; ven con nosotros a Marsella.

      -Nada tengo que hacer en Marsella, y no quiero ir.

      -Bueno, bueno, no quieres, ¿eh? Pues haz lo que te parezca: libertad para todos en todo. Ven, Danglars, y dejémosle que vuelva a los Catalanes, si así lo quiere.

      Danglars aprovechó este instante de docilidad de Caderousse para llevarle hacia Marsella; pero para dejar a Fernando más a sus anchas, en vez de irse por el muelle de la Rive-Neuve, echó por la puerta de Saint-Victor. Caderousse le seguía tambaleándose, cogido de su brazo. Apenas anduvieron unos veinte pasos, Danglars volvió la cabeza tan a tiempo, que pudo ver al joven abalanzarse al papel, que guardó en su bolsillo, dirigiéndose en seguida hacia Pillon.

      -¡Calla! ¿Qué está haciendo? -dijo Caderousse-. Nos ha dicho que iba a los Catalanes, y se dirige a la ciudad. ¡Oye, Fernando, vas descaminado, oye!

      -Tú eres el que no ves bien -dijo Danglars-. ¡Si sigue derecho el camino de las Vieilles Infirmeries… !

      -Es cierto -respondió Caderousse-; pero hubiera jurado que iba por la derecha. Decididamente el vino es un traidor, que hace ver visiones.

      -Vamos, vamos -murmuró Danglars-, que la cosa marcha, y sólo cabe dejarla marchar.

      Capítulo 5 El banquete de boda

      Amaneció un día magnífico: el tiempo estaba hermosísimo; el sol, puro y brillante, y sus primeros rayos, de un rojo purpúreo, doraban las espumas de las olas.

      La comida había sido preparada en el primer piso de La Reserva, cuyo emparrado ya conocemos. Se componía aquél de un gran salón iluminado por cinco o seis ventanas; encima de cada una se veía escrito el nombre de una de las mejores ciudades de Francia. Todas estas ventanas caían a un balcón de madera: de madera era también todo el edificio.

      Si bien la comida estaba anunciada para las doce, desde las once de la mañana llenaban el balcón multitud de curiosos impacientes. Eran éstos los marineros privilegiados de El Faraón y algunos soldados amigos de Dantés. Todos se habían puesto de gala para honrar a los novios. Entre los convidados circulaba cierto murmullo ocasionado porque los consignatarios de El Faraón habían de honrar con su presencia la comida de boda del segundo. Era tan grande este honor, que nadie se atrevía a creerlo, hasta que Danglars, que llegaba con Caderousse, confirmó la noticia, porque aquella mañana había visto al señor Morrel, y le dijo que asistiría a la comida de La Reserva.

      Efectivamente, un instante después Morrel entró en la sala y fue saludado por los marineros con un unánime viva y con aplausos. La presencia del naviero les confirmaba las voces que corrían de que Dantés iba a ser su capitán; y como todos aquellos valientes marineros le querían tanto, le daban gracias, porque pocas veces la elección de un jefe está en armonía con los deseos de los subordinados. No bien entró Morrel, cuando eligieron a Danglars y a Caderousse para que saliesen al encuentro de los novios, y les previniesen de la llegada del personaje que había producido tan viva sensación, para que se apresuraran a venir pronto. Danglars y Caderousse se marcharon en seguida pero a los cien pasos vieron que la comitiva se acercaba.

      Esta se componía de cuatro jóvenes amigas de Mercedes, catalanas también, que acompañaban a la novia, a quien daba el brazo Edmundo. junto a la futura caminaba el padre de Dantés, y detrás de ellos venía Fernando con su siniestra sonrisa. Ni Mercedes ni Edmundo se dieron cuenta de esa sonrisa: los pobres muchachos eran tan felices que sólo pensaban en sí mismos, y no tenían ojos más que para aquel hermoso cielo que los bendecía.

      Danglars y Caderousse cumplieron con su misión de embajadores, y dando después un fuerte apretón de manos a Edmundo, Danglars se fue a colocar al lado de Fernando, y Caderousse al del padre de Dantés, objeto de la atención general. El anciano vestía una casaca de tafetán, con grandes botones de acero tallados. Cubrían sus delgadas, aunque vigorosas piernas, unas medias de algodón que a la legua olían a contrabando inglés. De su sombrero apuntado pendían con pintoresca profusión cintas blancas y azules; se apoyaba en fin, en un nudoso bastón de madera, encorvado por el puño como el pedum antiguo. Parecía uno de esos figurones que adornaban en 1796 los jardines de Luxemburgo y de las Tullerías.

      Junto a él habíase colocado, como ya hemos dicho, Caderousse, a quien la esperanza de una buena comida acabó de reconciliar con los Dantés; Caderousse conservaba un vago recuerdo de lo que había sucedido el día anterior, como cuando al despertar СКАЧАТЬ