Название: El Superhombre y otras novedades
Автор: Juan Valera
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
isbn: 4057664148971
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Por algo a modo de violenta reacción espiritual, hay momentos en que para no estar abatidos nos ensoberbecemos más de lo justo, ponderamos el mérito de nuestros hombres y de nuestras cosas de los tiempos pasados, y hasta llegamos a hacer la apoteosis, o al menos los más superlativos encomios, ya de esto, ya de aquello de los tiempos presentes. Entonces calificamos de invicto al general que nos entusiasma; de más elocuente que Cicerón y Demóstenes a nuestro orador favorito; y al autor de la comedia o del drama que hemos aplaudido de mucho más sublime que Shakespeare, cuyas obras por lo común hemos tenido la precaución de no leer.
Por desgracia, este laudatorio entusiasmo se apaga pronto como fuego de estopa, y postración más honda vuelve a enseñorearse de nuestras almas, contristándolas y humillándolas.
Hay cierta manera de discurrir de la que muchos sujetos no se dan cuenta. Discurren sin percibir que discurren, y las consecuencias que sacan suelen ser muy crueles. De la inferioridad patente, visible y clara en los asuntos y casos de la vida práctica, deducen nuestra inferioridad en cuanto hay de más sustancial e importante en el ser y en la vida de los pueblos. Pongamos un ejemplo que aclare y explique mejor esta idea.
Figurémonos a una dama, hermosa y rica, que quiere vivir y vive en España con todos los refinamientos y primores que ahora se estilan. Esta dama hará venir de Inglaterra sus coches y sus caballos, y de Francia sus tocados y vestidos. Tal vez, recelando que una cocinera española la envenene, hará venir de tierra extranjera, conformándose con la opinión de un aristocrático vate, a
Cierto químico excelente
Que estudió y ganó la borla
En el Café de París, De cocineros Sorbona.
Realizado todo esto, sobreviene fatalmente el discurso antes indicado. Cuando aquí, discurrirá la dama, ni se teje con el primor que en Francia, ni se hacen coches como los ingleses, ni se crían tan hermosos caballos, ni se confeccionan sombreretes y vestidos como en París, ni se condimentan siquiera los sabrosos guisos que deleitan mi paladar, es indudable que en otras tareas de mayor empeño y en otras producciones más altas no habremos de lucirnos. Me conviene, pues, desdeñar por que deben tener poquísimo valor y ser muy latosas, como se dice ahora, las novelas, las poesías y hasta las filosofías de mi tierra. En virtud de tal consideración, o la dama no tomará jamás un libro en sus blancas y lindas manos, o si despunta por lo literata o lo filósofa, traerá también de París su pasto espiritual, como trae sus primores, adornos, elegancias y materiales regalos.
No se me tilde de delator. Yo no delataría ni acusaría a la dama, si ella sola pecase. Cuál más, cuál menos, todos pecamos por el mismo estilo. Tire la primera piedra contra la culpada quien se considere inocente.
Profundas raíces tiene en nuestro suelo el árbol de nuestra antiquísima y castiza cultura. Las semillas exóticas, aunque sean alimenticias y gustosas, y la mala hierba también venida de fuera, no ahogan dicho árbol, ni cercándole y abrasándole le secan y le chupan el jugo todavía; pero ya empiezan a deteriorarle un poco. El galicismo de pensamientos va invadiendo nuestras mentes más de lo que debiera. No repruebo yo en absoluto la imitación; pero es menester que el recto juicio se adelante a desechar lo malo y a elegir lo bueno para que después se imite. Lo lastimoso es que imitemos sin la mencionada previa selección, que toda simpleza o extravagancia transpirenaica nos seduzca, y que nos dejemos arrebatar por el entusiasmo sin que haya criterio razonable que nos refrene.
Días ha que vive aislado quien escribe este artículo y sin prestar atención, por su vejez y sus enfermedades, a casi nada de lo que ocurre fuera de España, a las más flamantes doctrinas filosóficas, a la dirección que toma y sigue la mayoría de los espíritus y a la corriente de ideas y opiniones que informan la novísima literatura; pero lo ve todo, retratado como en fiel espejo, en las producciones literarias españolas de ahora, sobre todo cuando presumen de contener o de ser filosofía. Siempre condeno yo o deploro este remedo, esta carencia o escasez de originalidad castiza; pero me parece difícil o imposible de evitar que así sea, y absuelvo al escritor o al pensador en quien noto esta falta. ¿Cómo no cometerla aceptando el concepto que de la filosofía generalmente se forma hoy? ¿Y por qué digo se forma hoy, cuando debiera decir que se ha formado siempre? Ya desde muy antiguo sonaba en las aulas cierto familiar proverbio que he de atreverme a citar aquí, porque viene en apoyo de mi aserto, aunque se vale de palabras nada bonitas ya de puro vulgares. El proverbio dice: La Gramática con babas y la Filosofía con barbas, lo cual significa que en el orden dialéctico podrá ser la filosofía el principio y el fundamento de todo saber; pero en el orden cronológico la filosofía es lo último que se aprende o puede aprenderse: es el firme asiento, el trono solidísimo y seguro donde la reflexión pone o cree poner a la ciencia que experimentalmente y por larga serie de observaciones y de análisis ha adquirido y ordenado.
Muéveme a decir esto la lectura de un libro reciente titulado Inducciones, debido al notable y cultivadísimo ingenio y al elocuente entusiasmo del Sr. D. Pompeyo Gener.
Mucho me complace coincidir con autor tan entendido en tener el mismo concepto de la filosofía. Indiscutible es para mí que no se filosofa bien sin previo conocimiento empírico de aquello sobre que se filosofa, y que cuando no filosofamos sobre algo, la filosofía tiene que ser vana y mero juego de palabras vacías de sentido. Ahora bien: como desde hace mucho tiempo, y sea por lo que sea, no nos hemos lucido los españoles en las ciencias de observación y en el estudio de la naturaleza o del universo visible, bien se puede inferir que la corona de dichas ciencias y de dicho estudio, o sea la filosofía, o tiene que ser entre nosotros anacrónica y fuera de moda, o hasta cierto punto tiene que ser importada, como el telégrafo eléctrico, la fotografía, el teléfono, el fonógrafo y no pocas otras invenciones sutiles y pasmosas.
No se extrañe, pues, que importemos en España filosofía como importamos las invenciones mencionadas. Conviene, no obstante, hacer una distinción. Tomemos para ejemplo cualquiera de los precitados artificios: el teléfono, pongamos por caso. Su utilidad y su realidad se hallan tan probadas, que no hay medio de que nos engañemos. Podrá ser que en la práctica seamos más torpes, lo hagamos mal y resulten inconvenientes; pero al fin y al cabo aprenderemos a telefonear. Yo creo que ya hemos aprendido, y que en España telefoneamos tan bien como en cualquiera otro país del mundo. Pero la filosofía, y perdóneseme lo rastrero y humilde de la expresión, es harina de otro costal: es asunto mil y mil veces más complicado y misterioso, y bien puede acontecer, y a mi ver acontece, que tomemos por verdad la mentira, por realidad el sueño y por razonamiento juicioso los mayores delirios.
Puede acontecer igualmente algo contrario a lo que acontece con los inventos de las ciencias naturales, que van todos de acuerdo y no se oponen unos a otros ni braman de verse juntos, como vulgarmente se dice. En las doctrinas filosóficas, si las tomamos de aquí y de allí, sin mucho criterio, y nos empeñamos en amalgamarlas, resulta o puede resultar una mezcla desatinada e informe, un conjunto de ideas que se rechazan y se excluyen. Algo de esto entiendo yo que hay en el libro del señor Don Pompeyo Gener, por más que me deleite leerle y aplauda el fervor propagandista y filantrópico que le ha dictado, y la elocuencia, el saber y el alto y claro entendimiento que en todas sus páginas resplandecen.
Antes de criticar este libro, mal o bien según mis fuerzas lo permitan, pero sin prevención СКАЧАТЬ