Torquemada y San Pedro. Benito Perez Galdos
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Название: Torquemada y San Pedro

Автор: Benito Perez Galdos

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

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isbn: 4057664130723

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СКАЧАТЬ un diálogo del día anterior.—¡Qué hombre!... ¡qué ansiedad por aumentar sus riquezas!

      —Hay que dejarle—replicó el sacerdote con tristeza.—Si le quita usted la caña de pescar dinero, se morirá rabiando, y ¿quién responde de su alma? Que pesque... que pesque, hasta que Dios quiera ponerle en el anzuelo algo que le mueva al aborrecimiento del oficio.

      —La verdad: como usted, tan ducho en catequizar salvajes, no eche el lazo á éste y nos le traiga bien sujeto, ¿quién podrá domarle?... Y, ante todo, padrito, ¿estaba el café á su gusto?

      —Delicioso, hija mía.

      —Por de contado, almorzará usted con nosotros.

      —Hija mía, no puedo. Dispénsame por hoy.

      Y echó mano al sombrero, que no podía llamarse de teja, por tener abiertas las alas.

      —Pues si no almuerza, no le dejo marcharse tan pronto. ¡Estaría bueno! Ea, á sentarse otro ratito. Aquí mando yo.

      —Obedezco. ¿Tienes algo que decirme?

      —Sí, señor. Lo de siempre: que en usted confío para aplacar á esa fiera, y hacer más tolerable esta vida de continuas desazones.

      —¡Ay, hija de mi alma!—exclamó Gamborena, anticipando al discurso, como argumento más persuasivo, la dulzura de su mirar incomparable.—He pasado la vida evangelizando salvajes, difundiendo el Cristianismo entre gentes criadas en la idolatría y la barbarie. He vivido unas veces en medio de razas cuyo carácter dominante es la astucia, la mentira y la traición, otras en medio de tribus sanguinarias y feroces. Pues bien: allá, con paciencia y valor que sólo da la fe, he sabido vencer. Aquí, en plena civilización, desconfío de mis facultades, ¡mira tú si es raro! Y es que aquí encuentro algo que resulta peor, mucho peor que la barbarie y la idolatría, hija de la ignorancia; encuentro los corazones profundamente dañados, las inteligencias desviadas de la verdad por mil errores que tenéis metidos en lo profundo del alma, y que no podéis echar fuera. Vuestros desvaríos os dan, en cierto modo, carácter y aspecto de salvajes. Pero salvajismo por salvajismo, yo prefiero el del otro hemisferio. Encuentro más fácil crear hombres, que corregir á los que por demasiado hechos, ya no se sabe lo que son.

      Dijo esto el buen curita, sentado junto á la cajonera, puesto el codo en el filo del mueble, y la cabeza en el puño de la mano derecha, expresando con cierto aire de indolencia fina su escaso aliento para aquellas luchas con los cafres de la civilización. Embelesada le oía la dama, clavando sus ojos en los ojos del evangelista, y, si así puede decirse, bebiéndole las miradas ó asimilándose por ellas el pensamiento antes que la boca lo formulara.

      —Pues usted lo dice, así será—manifestó la señora sintiendo oprimido el pecho.—Comprendo que la domesticación de este buen señor es obra difícil. Yo no puedo intentarla, mi hermana tampoco; ni piensa en ella, ni le importa nada que su marido sea un bárbaro que nos pone en ridículo á cada instante... Usted, que se nos ha venido acá tan oportunamente, como bajado del Cielo, es el único que podrá...

      —¡Sí quiero hacerlo! Las empresas difíciles son las que á mí me tientan, y me seducen, y me arrastran. ¿Cosas fáciles? Quítate allá. ¡Tengo yo un temperamento militar y guerrero...! Sí, mujer, ¿qué te crees tú?... Óyeme.

      Excitada su imaginación y enardecido su amor propio, se levantó para expresar con más desahogo lo que tenía que decir.

      —Mi carácter, mi temperamento, mi sér todo son como de encargo para la lucha, para el trabajo, para las dificultades que parecen insuperables. Mis compañeros de Congregación dicen... vas á reirte..., que cuando Su Divina Majestad dispuso que yo viniese á este mundo, en el momento de lanzarme á la vida estuvo dudando si destinarme á la milicia ó á la Iglesia... porque desde el nacer traemos impresa en el alma nuestra aptitud culminante... Esta vacilación del Supremo Autor de todas las cosas, dicen que quedó estampada en mi sér, bastando para ello el breve momento que estuve en los soberanos dedos. Pero al fin decidióse nuestro Padre por la Iglesia. En un divino tris estuvo que yo fuese un gran guerrero, debelador de ciudades, conquistador de pueblos y naciones. Salí para misionero, que en cierto modo es oficio semejante al de la guerra, y heme aquí que he ganado para mi Dios, con la bandera de la Fe, porciones de tierra y de humanidad tan grandes como España.

      IV

       Índice

      —Aunque la dificultad de este empeño en que la buena de Croissette quiere meterme ahora, me arredra un poquitín—prosiguió después de dejar, en una pausa, tiempo á la admiración efusiva de la dama,—yo no me acobardo, empuño mi gloriosa bandera, y me voy derecho hacia tu salvaje.

      —Y le vencerá..., segura estoy de ello.

      —Le amansare por lo menos, de eso respondo. Anoche le tire algunos flechazos, y el hombre me ha demostrado hoy que le llegaron á lo vivo.

      —¡Oh! Le tiene á usted en mucho; le mira como á un ser superior, un ángel ó un apóstol, y todas las fierezas y arrogancias que gasta con nosotras, delante de usted se truecan en blanduras.

      —Temor ó respeto, ello es que se impresiona con las verdades que me oye. Y no le digo más que la verdad, la verdad monda y lironda, con toda la dureza intransigente que me impone mi misión evangélica. Yo no transijo, desprecio las componendas elásticas en cuando se refiere á la moral católica. Ataco el mal con brío, desplegando contra él todos los rigores de la doctrina. El Sr. Torquemada me ha de oir muy buenas cosas, y temblará y mirará para dentro de sí, echando también alguna miradita hacia la zona de allá, para él toda misterios, hacia la eternidad en donde chicos y grandes hemos de parar. Déjale, déjale de mi cuenta.

      Dió varias vueltas por la estancia, y en una de ellas, sin hacer caso de las exclamaciones admirativas de su noble interlocutora, se paró ante ella, y le impuso silencio con un movimiento pausado de ambas manos extendidas, movimiento que lo mismo podría ser de predicador que de director de orquesta; todo ello para decirle:

      —Pausa, pausa... y no te entusiasmes tan pronto, hija mía, que á tí también, á tí también ha de tocarte alguna china, pues no es suya toda la culpa, no lo es, que también la tenéis vosotras, tú más que tu hermana...

      —No me creo exenta de culpa—dijo Cruz con humildad,—ni en este ni en otros casos de la vida.

      —Tu despotismo, que despotismo es, aunque de los más ilustrados, tu afán de gobernar autocráticamente, contrariándole en sus gustos, en sus hábitos y hasta en sus malas mañas, imponiéndole grandezas que repugna, y dispendios que le fríen la sangre, han puesto al salvaje en un grado tal de ferocidad que nos ha de costar trabajillo desbravarle.

      —Cierto que soy un poquitín despótica. Pero bien sabe ese bruto que sin mi gobierno no habría llegado á las alturas en que ahora está, y en las cuales, créame usted, se encuentra muy á gusto cuando no le tocan á su avaricia. ¿Por quién es senador, por quién es marqués, y hombre de pro, considerado de grandes y chicos?... Pero quizás me diga usted que estas son vanidades, y que yo las he fomentado sin provecho alguno para las almas. Si esto me dice, me callaré. Reconozco mi error, y abdico, sí señor, abdico el gobierno de estos reinos, y me retiraré... á la vida privada.

      —Calma, que para todo se necesita criterio y oportunidad, y principalmente para las abdicaciones. Sigue en tu gobierno, hasta ver... Cualquier perturbación en СКАЧАТЬ