El príncipe roto. Erin Watt
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Название: El príncipe roto

Автор: Erin Watt

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Los Royal

isbn: 9788416224685

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СКАЧАТЬ voz de Ella resuena al otro lado de la puerta de mi habitación.

      —Ay, genial. Ella ya ha llegado —dice Brooke, aunque los latidos de mi corazón me ensordecen—. Tengo noticias que quiero compartir con los dos.

      Puede que lo que estoy a punto de hacer sea una completa estupidez, pero en estos momentos solo pienso en cómo deshacerme de ella. Necesito que esta mujer se marche.

      Así que lo tiro todo al suelo y me abalanzo sobre ella. La agarro por el brazo y tiro de ella para sacarla de la cama, pero la muy zorra se resiste y me hace caer encima de ella. Evito entrar en contacto con su cuerpo desnudo, pero, al final, pierdo el equilibrio. Brooke se aprovecha de la situación y se coloca contra mi espalda. Emite una suave risa con la boca junto a mi oído mientras sus tetas de plástico me queman la piel.

      Entonces, observo, petrificado, como el pomo se gira.

      —Estoy embarazada, y el bebé es tuyo —susurra Brooke.

       ¿Qué?

      De repente, siento que mi mundo se detiene.

      La puerta se abre. Observo el precioso rostro de Ella, que fija la vista en el mío, y contemplo cómo la expresión de felicidad de su cara se torna en sorpresa.

      —¿Reed?

      Me quedo completamente inmóvil, aunque mi cerebro está trabajando frenéticamente para recordar cuándo fue la última vez que Brooke y yo estuvimos juntos. Fue el Día de San Patricio. Gid y yo estábamos pasando el rato en la piscina. Él se emborrachó. Y yo también. Gid estaba muy enfadado por algo relacionado con papá, Sav, Dinah y Steve. No lo entendí todo.

      Oigo vagamente la risita de Brooke. Tengo la mirada fija en el rostro de Ella, aunque, en realidad, no lo veo. Debería decir algo, pero no lo hago. Estoy ocupado. Estoy entrando en pánico y pensando.

      San Patricio… Subí las escaleras tambaleándome y me quedé dormido enseguida. Me desperté al notar que alguien estaba chupándome la polla. Sabía que no era Abby, porque ya había roto con ella, y no era del tipo de chica que se colaría en mi dormitorio. ¿Y quién soy yo para rechazar una mamada gratis?

      Ella abre la boca y dice algo. No oigo nada. La culpa y el odio que siento hacia mí mismo me han invadido y no soy capaz de deshacerme de la sensación. Lo único que hago es mirarla. Mi chica. La chica más guapa que he visto en mi vida. No puedo apartar la vista de ese pelo dorado ni de esos enormes ojos azules que me suplican que le dé una explicación.

      «Di algo», ordeno a mis poco colaboradoras cuerdas vocales.

      Pero mis labios no se mueven. Siento una caricia fría contra el cuello y me encojo.

      Di algo, joder. No dejes que se vaya…

      Demasiado tarde. Ella sale escopetada de la habitación.

      El estridente portazo me saca de mi ensoñación. Más o menos. Todavía soy incapaz de moverme. Apenas puedo respirar.

      San Patricio… Eso fue hace más de seis meses. No sé mucho de embarazos, pero a Brooke apenas se le nota. Ni de coña.

      Ni de coña.

      Ese bebé no es mío ni de coña.

      Me levanto de la cama ignorando mis manos temblorosas y salgo corriendo en dirección a la puerta.

      —¿En serio? —dice Brooke, visiblemente divertida—. ¿Vas a ir tras ella? ¿Cómo vas a explicarle esto, cielo?

      Me giro, furioso.

      —Te juro por Dios que, como no salgas de mi habitación, te echaré a patadas.

      Papá siempre ha dicho que un hombre que levanta la mano a una mujer se rebaja a la altura de sus pies. Por eso nunca he pegado a ninguna. Nunca he sentido la necesidad de hacerlo, hasta que conocí a Brooke Davidson.

      Ella ignora mi amenaza. Continúa provocándome, pronunciando en voz alta todos mis miedos.

      —¿Qué mentiras le contarás? ¿Que nunca me has tocado? ¿Que nunca me has deseado? ¿Cómo crees que va a responder esa chica cuando averigüe que te has tirado a la novia de tu querido papi? ¿Crees que seguirá deseándote?

      Miro hacia el umbral de la puerta, ahora vacío. Oigo unos sonidos amortiguados que proceden de la habitación de Ella. Quiero salir pitando de aquí, pero no puedo. No mientras Brooke siga en casa. ¿Y si sale desnuda y dice que está embarazada y que yo soy el padre? ¿Cómo se lo explicaría a Ella? ¿Cómo conseguiría que me creyera? Brooke tiene que marcharse antes de enfrentarme a Ella.

      —Fuera —digo, y descargo toda mi frustración en Brooke.

      —¿No quieres saber el sexo del bebé primero?

      —No. No quiero.

      Examino su cuerpo desnudo y esbelto, y atisbo un ligero montículo en su vientre. De repente, la boca se me llena de bilis. Brooke no es de las que engordan. Su apariencia es su única arma. Así que la zorra no miente sobre lo de estar embarazada.

      Pero ese niño no es mío.

      Puede que sea de mi padre, pero mío seguro que no.

      Abro la puerta de un tirón y salgo.

      —Ella.

      No sé qué voy a decirle, pero es mejor que no decir nada. Sigo maldiciéndome por haberme quedado en blanco de esa manera. Dios, estoy fatal.

      Me detengo de golpe junto a la puerta de su habitación. La inspecciono con presteza, pero no encuentro nada. Luego lo oigo: el sonido grave y ronco del motor de un coche deportivo al revolucionarlo. Siento que el pánico se apodera de mi cuerpo y me precipito a bajar las escaleras principales mientras Brooke se ríe a carcajadas a mis espaldas cual bruja en Halloween.

      Me abalanzo sobre la puerta de la entrada sin recordar que está cerrada con llave. Para cuando consigo abrirla, ya no hay ni rastro de Ella fuera. Debe de haberse marchado de aquí a toda velocidad. Mierda.

      Las piedras bajo mis pies me recuerdan que solo voy vestido con unos vaqueros. Doy media vuelta y subo los escalones de tres en tres; no obstante, me detengo en seco cuando Brooke aparece en el descansillo.

      —Es imposible que sea mío —gruño. Si lo fuera de verdad, Brooke habría mostrado esta carta hace mucho tiempo en lugar de guardársela hasta ahora—. Tampoco creo que sea de mi padre. Si lo fuera, no estarías desnuda como una puta barata en mi habitación.

      —Es de quien yo diga que es —responde con frialdad.

      —¿Qué pruebas tienes?

      —No me hacen falta. Es mi palabra contra la tuya, y para cuando lleguen las pruebas de paternidad, ya tendré un anillo en el dedo.

      —Buena suerte…

      Me agarra del brazo cuando intento pasar por su lado.

      —No me hace falta suerte. Te tengo a ti.

      —No. Nunca me has tenido. —Me deshago de ella—. СКАЧАТЬ