La Odisea. Homer
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Название: La Odisea

Автор: Homer

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

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isbn: 4057664171702

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СКАЧАТЬ style="font-size:15px;">      22 «¡Oh hija! ¿No podrías llevarme al palacio de Alcínoo, que reina sobre estos hombres? Soy un infeliz forastero que, después de padecer mucho, he llegado acá, viniendo de lejos, de una tierra apartada; y no conozco á ninguno de los que habitan en la ciudad ni de los que moran en el campo.»

      27 Respondióle Minerva, la deidad de los brillantes ojos: «Yo te mostraré, oh forastero venerable, el palacio de que hablas, pues está cerca de la mansión de mi eximio padre. Anda sin desplegar los labios, y te guiaré en el camino; pero no mires á los hombres ni les hagas preguntas, que ni son muy tolerantes con los forasteros ni acogen amistosamente al que viene de otro país. Aquéllos, fiando en sus rápidos bajeles, atraviesan el gran abismo del mar por concesión de Neptuno, que sacude la tierra; y sus embarcaciones son tan ligeras como las alas ó el pensamiento.»

      37 Cuando así hubo dicho, Palas Minerva caminó á buen paso y Ulises fué siguiendo las pisadas de la diosa. Y los feacios, ínclitos navegantes, no se percataron de que anduviese por la ciudad y entre ellos porque no lo permitió Minerva, la terrible deidad de hermosas trenzas, la cual, usando de benevolencia, cubrióle con una niebla divina. Atónito contemplaba Ulises los puertos, las naves bien proporcionadas, las ágoras de aquellos héroes y los muros grandes, altos, provistos de empalizadas, que era cosa admirable de ver. Pero, no bien llegaron al magnífico palacio del rey, Minerva, la deidad de los brillantes ojos, comenzó á hablarle de esta guisa:

Ilustración de cabeza de capítulo

      Al entrar Ulises en la población, se le hizo encontradiza Minerva, transfigurada en una doncella, y se detuvo ante él

      (Canto VII, versos 18 á 21.)

      48 «Éste es, oh forastero venerable, el palacio que me ordenaste te mostrara: encontrarás en él á los reyes, alumnos de Júpiter, celebrando un banquete; pero vete adentro y no se turbe tu ánimo, que el hombre, si es audaz, es más afortunado en lo que emprende, aunque haya venido de otra tierra. Ya en la sala, hallarás primero á la reina, cuyo nombre es Arete y procede de los mismos ascendientes que engendraron al rey Alcínoo. En un principio, engendraron á Nausítoo el dios Neptuno, que sacude la tierra, y Peribea, la más hermosa de las mujeres, hija menor del magnánimo Eurimedonte, el cual había reinado en otro tiempo sobre los orgullosos Gigantes. Pero éste perdió á su pueblo malvado y pereció él mismo; y Neptuno hubo en aquélla un hijo, el magnánimo Nausítoo, que luego imperó sobre los feacios. Nausítoo engendró á Rexénor y á Alcínoo: mas, estando el primero recién casado y sin hijos varones, fué muerto por Apolo, el del arco de plata, y dejó en el palacio una sola hija, Arete, á quien Alcínoo tomó por consorte y se ve honrada por él como ninguna de las mujeres de la tierra que gobiernan una casa y viven sometidas á sus esposos. Así, tan cordialmente, ha sido y es honrada de sus hijos, del mismo Alcínoo y de los ciudadanos, que la contemplan como á una diosa y la saludan con cariñosas palabras cuando anda por la ciudad. No carece de buen entendimiento y dirime los litigios de las mujeres por las que siente benevolencia, y aun los de los hombres. Si ella te fuere benévola, ten esperanza de ver á tus amigos y de llegar á tu casa de elevado techo y á tu patria tierra.»

      78 Cuando Minerva, la de los brillantes ojos, hubo dicho esto, se fué por cima del mar; y, saliendo de la encantadora Esqueria, llegó á Maratón y á Atenas, la de anchas calles, y entróse en la tan sólidamente construída morada de Erecteo. Ya Ulises enderezaba sus pasos á la ínclita casa de Alcínoo y, al llegar frente al broncíneo umbral, meditó en su ánimo muchas cosas; pues la mansión excelsa del magnánimo Alcínoo resplandecía con el brillo del sol ó de la luna. Á derecha é izquierda corrían sendos muros de bronce desde el umbral al fondo; en lo alto de los mismos extendíase una cornisa de lapislázuli; puertas de oro cerraban por dentro la casa sólidamente construída; las dos jambas eran de plata y arrancaban del broncíneo umbral; apoyábase en ellas argénteo dintel, y el anillo de la puerta era de oro. Estaban á entrambos lados unos perros de plata y de oro, inmortales y exentos para siempre de la vejez, que Vulcano había fabricado con sabia inteligencia para que guardaran la casa del magnánimo Alcínoo. Había sillones arrimados á la una y á la otra de las paredes, cuya serie llegaba sin interrupción desde el umbral á lo más hondo, y cubríanlos delicados tapices hábilmente tejidos, obra de las mujeres. Sentábanse allí los príncipes feacios á beber y á comer, pues de continuo celebraban banquetes. Sobre pedestales muy bien hechos hallábanse de pie unos niños de oro, los cuales alumbraban de noche, con hachas encendidas en las manos, á los convidados que hubiera en la casa. Cincuenta esclavas tiene Alcínoo en su palacio: unas quebrantan con la muela el rubio trigo; otras tejen telas y, sentadas, hacen girar los husos, moviendo las manos cual si fuesen hojas de excelso plátano, y las bien labradas telas relucen como si destilaran aceite líquido. Cuanto los feacios son expertos sobre todos los hombres en conducir una velera nave por el ponto, así sobresalen grandemente las mujeres en fabricar lienzos, pues Minerva les ha concedido que sepan hacer bellísimas labores y posean excelente ingenio. En el exterior del patio, cabe á las puertas, hay un gran jardín de cuatro yugadas, y alrededor del mismo se extiende un seto por entrambos lados. Allí han crecido grandes y florecientes árboles: perales, granados, manzanos de espléndidas pomas, dulces higueras y verdes olivos. Los frutos de estos árboles no se pierden ni faltan, ni en invierno ni en verano: son perennes; y el Céfiro, soplando constantemente, á un tiempo mismo produce unos y madura otros. La pera envejece sobre la pera, la manzana sobre la manzana, la uva sobre la uva y el higo sobre el higo. Allí han plantado una viña muy fructífera y parte de sus uvas se secan al sol en un lugar abrigado y llano, á otras las vendimian, á otras las pisan, y están delante las verdes, que dejan caer la flor, y las que empiezan á negrear. Allí, en el fondo del huerto, crecían liños de legumbres de toda clase, siempre lozanas. Hay en él dos fuentes: una corre por todo el huerto; la otra va hacia la excelsa morada y sale debajo del umbral, adonde acuden por agua los ciudadanos. Tales eran los espléndidos presentes de los dioses en el palacio de Alcínoo.

      133 Detúvose el paciente divinal Ulises á contemplar todo aquello; y, después de admirarlo, pasó con ligereza el umbral, entró en la casa y halló á los caudillos y príncipes de los feacios ofreciendo con las copas libaciones al vigilante Argicida, que era el último á quien las hacían cuando ya determinaban acostarse; mas el paciente divinal Ulises anduvo por el palacio, envuelto en la espesa nube con que lo cubrió Minerva, hasta llegar adonde estaban Arete y el rey Alcínoo. Entonces tendió Ulises sus brazos á las rodillas de Arete, disipóse la divinal niebla, enmudecieron todos los de la casa al percatarse de aquel hombre á quien contemplaban admirados, y Ulises comenzó su ruego de esta manera:

      146 «¡Arete, hija de Rexénor, que parecía un dios! Después de sufrir mucho, vengo á tu esposo, á tus rodillas y á estos convidados, á quienes permitan los dioses vivir felizmente y legar sus bienes á los hijos que dejen en sus palacios así como también los honores que el pueblo les haya conferido. Mas, apresuraos á darme hombres que me conduzcan, para que muy pronto vuelva á la patria; pues hace mucho tiempo que ando lejos de los amigos, padeciendo infortunios.»

      153 Dicho esto, sentóse junto á la lumbre del hogar, en la ceniza; y todos enmudecieron y quedaron silenciosos. Pero, al fin, el anciano héroe Equeneo que era el de más edad entre los varones feacios y descollaba por su elocuencia, sabiendo muchas y muy antiguas cosas, les arengó benévolamente y les dijo:

      159 «¡Alcínoo! No es bueno ni decoroso para ti, que el huésped esté sentado en tierra, sobre la ceniza del hogar; y éstos se hallan cohibidos, esperando que hables. Ea, pues, levántale, hazle sentar en una silla de clavazón de plata, y manda á los heraldos que mezclen vino para ofrecer libaciones á Júpiter, que se huelga con el rayo, dios que acompaña á los venerandos suplicantes. Y tráigale de cenar la despensera, de aquellas cosas que allá dentro se guardan.»