Название: Una Tierra de Fuego
Автор: Морган Райс
Издательство: Lukeman Literary Management Ltd
Жанр: Героическая фантастика
Серия: El Anillo del Hechicero
isbn: 9781632915405
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La madre de Thor se adelantó y lo abrazó y él la abrazó a ella. Era una sensación tan buena tenerla entre los brazos, saber que tenía una madre, una madre de verdad, que existía en el mundo. Mientras la abrazaba, se sentía lleno de amor, y eso le hacía sentirse apoyado, nacido de nuevo, preparado para enfrentarse a todo.
Thor se hizo para atrás y la miró a los ojos. Eran sus ojos, ojos grises, destelleantes.
Ella posó sus manos en su cabeza, se inclinó y le besó la frente. Thor cerró los ojos y deseó que el momento nunca acabara.
Thor, de repente, sintió una fresca brisa en sus brazos, oyó el sonido de olas chocando, sintió el aire húmedo del océano. Abrió los ojos y miró alrededor sorprendido.
Para su sorpresa, su madre había desaparecido. El castillo había desaparecido. El acantilado había desaparecido. Miró a su alrededor y vio que estaba en una playa, la playa escarlata que está a la entrada de la Tierra de los Druidas. De alguna manera había salido de la Tierra de los Druidas. Y estaba completamente solo.
Su madre se había esfumado.
Thor miró a su muñeca, a su nuevo brazalete de oro con el diamante negro en el centro, y se sintió transformado. Sintió que su madre estaba con él, sintió su amor, se sintió capaz de conquistar el mundo. Se sintió más fuerte de lo que jamás se había sentido. Se sintió preparado para dirigirse a la batalla contra cualquier enemigo, salvar a su esposa, a su hijo.
Al oír un ronroneo Thor dio un vistazo a su alrededor y se alegró de ver a Mycoples sentado no muy lejos, levantando lentamente sus grandes alas. Ella ronroneó y se dirigió hacia él y Thor sintió que Mycoples estaba preparada también.
Mientras se aproximaba Thor miró hacia abajo y se sorprendió de ver algo posado en la playa, que había estado oculto tras ella. Era blanco, grande y redondo. Thor lo miró de cerca y vio que era un huevo.
El huevo de un dragón.
Mycoples miró hacia Thor y Thor la miró a ella, sorprendido. Mycoples miró de nuevo al huevo con tristeza, sin querer abandonarlo pero sabiendo que tenía que hacerlo. Thor miró al huevo maravillado y preguntándose qué clase de dragón saldría de Mycoples y Ralibar. Sintió que sería el dragón más grande que un humano haya conocido nunca.
Thor se montó encima de Mycoples y ambos se giraron para mirar por última vez durante un largo rato la Tierra de los Druidas, este misterioso lugar que había acogido a Thor y lo había expulsado. Era un lugar al que Thor temía, un lugar que nunca entendería del todo.
Thor se giró y miró hacia el gran oceáno que estaba enfrente de ellos.
«Es tiempo de guerra, amigo mío», ordenó Thor con voz retumbante, segura, la voz de un hombre, de un guerrero, de un futuro Rey.
Mycoples chilló, levantó sus grandes alas y los dos se elevaron hacia el cielo, por encima del océano, lejos de este mundo, con dirección hacia Guwayne, Gwendolyn, Rómulo, sus dragones y la batalla de su vida, para Thor.
CAPÍTULO CUATRO
Rómulo estaba en la proa de su barco, el primero de la flota, miles de barcos del Imperio a su espalda y miraba hacia el horizonte con gran satisfacción. Por encima volaba su manada de dragones, llenando el aire con sus chillidos, luchando contra Ralibar. Rómulo se agarraba a la barandilla mientras miraba, clavando sus largas uñas en ella, cogiéndo la madera con fuerza mientras observaba como sus bestias atacaban a Ralibar y lo hundían en el océano, una y otra vez, inmovilizándolo bajo el agua.
Rómulo gritó de alegría y apretó tan fuerte la barandilla que se hizo pedazos mientras observaba como sus dragones salían disparados del mar, victoriosos, sin rastro de Ralibar. Rómulo levantó las manos por encima de su cabeza y se inclinó hacia adelante, sintiendo un ardiente poder en sus palmas.
«Adelante, mis dragones», susurró, con los ojos brillantes. «Adelante».
Tan pronto pronunció las palabras los dragones se giraron y fijaron su mirada en las Islas Superiores; se apresuraron, chillando, levantando sus alas. Rómulo sintió que los controlaba, se sentía invencible, capaz de controlar cualquier cosa en el universo. Después de todo, todavía era su luna. Pronto se agotaría su tiempo de poder, pero por el momento nada podía detenerlo.
Los ojos de Rómulo se iluminaron al ver a sus dragones dirigirse a las Islas Superiores, veía en la distancia a hombres, mujeres y niños corriendo y gritando desde su camino. Miraba con placer como las llamas arrasaban con todo, mientras la gente se quemaba viva y como la isla entera se levantaba en una enorme bola de llamas y destrucción. Él saboreaba el observar como era destruida, de la misma manera que había visto como el Anillo se destruía.
Gwendolyn había conseguido escapar de él, pero esta vez no había a dónde ir. Por fin, el último de los MacGils sería aniquilado bajo su mano para siempre. Por fin, no quedaría un solo rincón en el universo que no estuviera subyugado a él.
Rómulo se giró y miró por encima de su hombro a sus miles de barcos, su inmensa flota que llenaba el horizonte. Respiró profundamente y se inclinó hacia atrás, levantando su rostro hacia los cielos, levantando las manos a los lados y lanzó un grito de victoria.
CAPÍTULO CINCO
Gwendolyn estaba en la cavernosa bodega de piedra bajo tierra, amontonada con docenas de personas de su pueblo y escuchando el terremoto y el fuego encima de ella. Su cuerpo se encogía con cada ruido. La tierra temblaba tanto en ocasiones que los hacía tambalearse y caer, mientras fuera, enormes trozos de escombro golpeaban el suelo, haciendo las veces de juguetes para los dragones. El sonido retumbante y resonante era un eco sin fin en las orejas de Gwen, sonando como si el mundo entero estuviera siendo destruido.
La temperatura se volvía cada vez más y más intensa bajo tierra ya que los dragones respiraban por las puertas de acero de arriba, una y otra vez, como si supieran que estaban allá abajo escondidos. Por fortuna, el acero no dejaba pasar las llamas, pero aún así se colaba por ahí humo negro, dificultando la respiración y provocándoles a todos ataques de tos.
Entonces se oyó un terrible sonido de piedra golpeando el acero y Gwen observó como las puertas de acero encima suyo se doblaban y temblaban, prácticamente cediendo. Claramente los dragones sabían que estaban allá abajo y estaban haciendo lo posible para entrar.
«¿Cuánto tiempo aguantarán las puertas?» Gwen preguntó a Matus, que estaba por allí cerca.
«No lo sé», respondió Matus. «Mi padre construyó esta bodega subterránea para resistir el ataque de los enemigos, no de los dragones. No creo que aguanten mucho».
Gwendolyn sintió como la muerte se cernía sobre ella mientras la temperatura de la habitación iba subiendo cada vez más y sentía como si estuviera sobre una tierra chamuscada. Era difícil ver debido al humo y el suelo temblaba mientras los escombros golpeaban una y otra vez por encima de ellos, pequeños trozos de roca y polvo desmenuzándose encima de sus cabezas.
Gwen miró las caras aterrorizadas de todos los que estaban en la habitación y no podía evitar preguntarse si, resguárdandose allá abajo, se habían condenado ellos mismos a una muerte lenta y dolorosa. Empezaba a preguntarse si quizás los que acababan de morir allá arriba eran realmente los afortunados.
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