Название: Estudios históricos del reinado de Felipe II
Автор: Fernández Duro Cesáreo
Издательство: Public Domain
Жанр: Зарубежная классика
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«Increíble parece que una armada poderosa de gente y vasos en un instante se arruinase de su temor más que de la fuerza vencida, con pérdida de tanta gente, municiones, máquinas, bajeles, aumentando á los enemigos el triunfo y la victoria tan sin sangre alcanzada, con infamia de los cristianos; porque si las naves y galeras esperaran en batalla, ó detuvieran el furor del enemigo, ó les costara la victoria tanto que no se atrevieran á sitiar el fuerte, y se salvara la guarnición. Pero ¿qué no envilece el miedo? ¿y qué no pone en confusión? ¿y qué no mete en peligro la ambición, la satisfacción, la poca práctica, como la del Duque, de lamentable memoria para España?»
Justicia ante todo: la ambición, la satisfacción, la ineptitud militar del Duque, si se quiere, fueron poderosas causas del desastre; pero si el temor, como parece cierto, lo produjo multiplicando las proporciones, no influyó en el ánimo del General del ejército; turbó la mente y empequeñeció el corazón del General de mar, en cuyas manos puso el destino aquel día y los siguientes la suerte de la jornada. Juan Andrea Doria, temeroso también en Lepanto, cuyo triunfo estuvo á punto de comprometer, responde ante la historia del tremendo fracaso de los Gelves, si bien Monsieur Jurien de la Gravière, siempre juicioso y benévolo, como quien ha sentido sobre los hombros el peso enorme de la responsabilidad, lo tiene dicho: «Vencer á los turcos en la mar en el siglo xvi, era tan difícil como derrotar á los ingleses en los días de Abukir y Trafalgar.»
El turco Piali desembarcó su gente; ordenó á Dragut le acudiera con la de Trípoli y con artillería de batir, y antes de abrir trincheras ofreció por el fuerte buenos partidos á D. Álvaro de Sande, que contestó no pensara haberlo á tan poca costa como la armada32. Entonces comenzaron las operaciones de uno de los sitios más dignos de memoria por las circunstancias que más que de los enemigos afligían á tanta gente inútil acogida en el fuerte, á consecuencia de los sucesos de la armada, por falta de agua que darles, y por el plan certero de Piali de cerrar todo acceso y dejar al tiempo el resultado, sin asaltos ni aproches.
Es de observar cómo en las expediciones y armadas del siglo xvi, lo mismo en África que en América ú Oceanía, cualquiera que fueran el objeto, el término y las dificultades, iban mujeres españolas decididas á compartir los trabajos del soldado, sin aspiración á la gloria que pudiera caberle. D. Álvaro de Sande se encontró en el fuerte con muchas de estas mujeres, que hacían subir el número de bocas á más de 5.000, cuando las raciones estaban calculadas para 2.500 en mes y medio. Para la provisión de agua discurrió uno de los soldados evaporar la del mar, y recogiendo las vasijas de cobre construyeron 18 alambiques que al principio daban 30 barriles diarios, disminuídos luego por escasez de leña33. Mezclándola con la salobre de los pozos del castillo y distribuyéndola en cortísimas raciones, se fué prolongando la distribución con malestar indecible. Mucho tenía que ser el del hambre, cuando hubo en la guarnición quien la mitigara acudiendo al remedio en los cadáveres de turcos; mas de todo punto se hacía irresistible el tormento de la sed en aquella abrasada tierra, en el rigor de la canícula, trabajando durante la noche con picos y azadones, peleando durante el día sin reposo de un momento. Muchos perecieron en tan atroces suplicios; muchos, no resistiéndolos, se arrojaban de la muralla, buscando en el campo enemigo la esclavitud á trueque de un sorbo de agua; solo al fin, D. Álvaro de Sande pretendía que la humanidad no fuera flaca, presenciando horrores con tal de ver por un sol más flotando al aire en el fuerte el estandarte de Castilla.
Llevada la resistencia hasta fines de junio ó sea á los ochenta y un días de la llegada de los turcos; cuando quedaba, según se creyó, para dos la insuficiente ración de agua, no teniendo los baluartes ningún cañón en uso; después de caer sobre ellos 12.000 balas y 40.000 flechas; reducida la gente á 800 hombres de armas tomar, les animó el General á una salida desesperada que había de verificarse en dos columnas. Llevando la cabeza de una pasó dos trincheras, arrolló las guardias enemigas… mas no á todos inflamaba su ánimo: vió con dolor que capitanes y soldados arrojaban las armas; vióse abandonado, teniendo que correr hacia las galeras amparadas bajo el castillo con ánimo de resistir todavía, y para lamentarse de la suerte, que le puso al cabo en manos de Piali. ¡Con qué dolor refirió al Rey en el Memorial la extremidad, en que no le acompañó la entereza ni la consideración de todos sus capitanes!
Hubo, no obstante, quien pensó malignamente que la salida no era más que un pretexto estudiado por D. Álvaro para dejar honrosamente el fuerte y escapar en una fragata que había mandado alistar de antemano. Corrales lo insinúa en su relato; otros debieron decirlo con más claridad, pues Diego del Castillo se creyó en la necesidad de desmentirlo escribiendo34:
«Después de la última salida, cuando Don Álvaro, por no poder entrar en el castillo, se tuvo que meter en las galeras, creyendo que se queria ir, fué una persona principal á decirle: – «Señor, yo vengo á suplicaros que me llevéis con vos.» – Le respondió con rostro severo y airado: – «¿Soy yo, por ventura, hombre que había de huir y dejar á mis amigos y compañeros? Yo os prometo de no desampararlos hasta que todos hayamos un mismo fin, y estoy muy maravillado que personas como vosotros hayáis pensado una cosa tan indigna de mí y tan fuera de toda razón y posibilidad; porque aunque yo quisiera irme, ¿cómo lo podría hacer, pues agora ya debe de saber el Bajá cómo yo estoy aquí, y debe de haber mandado tomar los pasos, de modo que sería imposible salir de aquí bajel ninguno? Yo iré al fuerte y castigaré los que esta noche han hecho tan gran falta al servicio de Dios y de su Rey y de sus propias honras desamparándome vilmente en tal trance, sin estorbarles el enemigo el seguirme, y probaré otra vez nuestra ventura de día, que quizá viéndonos los unos á los otros, la vergüenza hará hacer á algunos lo que esta noche pasada no han hecho. Y ya que la fortuna nos niega la victoria, no nos quitará á lo menos el morir peleando como soldados, que vale harto más que vivir siendo esclavos destos crueles é inhumanos bárbaros, y seremos ejemplo á nuestros sucesores á estimar más las honras que las vidas.»
Rendido el fuerte, rendidas las galeras, los enfermos y heridos pasaron por la espada turca ó fueron vendidos en almoneda á las gentes de Trípoli; los baluartes que abrigaron á los defensores, arrasados con la tierra; quedó con ello pujante en la mar la armada turca; las costas de Nápoles y Sicilia sufrieron las consecuencias, tanto en la retirada de Piali como después en las acometidas de Dragut, habiendo formado escuadra de 40 velas, sin que Juan Andrea Doria, con 17 galeras y 7 galeotas, á que fueron á juntarse las de la escuadra de España mandadas por D. Juan de Mendoza, se atreviera á hacerle frente, antes cayeron en manos del corsario ocho de las de la escuadra de Sicilia, tres de ellas del Rey y cinco de particulares, en sorpresas y combates parciales.
Piali Bajá celebró el triunfo entrando en Constantinopla el 27 de septiembre de 1560, en cabeza de su armada. Seguían á la Capitana las galeras de fanal, en fila; iban en pos las presas, con las banderas y estandartes por el agua, lo de abajo arriba, cerrando la marcha las galeras sencillas turcas, empavesadas y embanderadas, haciendo disparos de artillería.
El día 1.º de octubre llevaron en procesión á los cautivos al palacio del Sultán: D. Álvaro de Sande, D. Berenguer de Requesens y Don Sancho de Leyva iban á caballo; detrás marchaban los Capitanes de tres en tres, y seguían los soldados mirando tristes cómo les precedían, arrastrando por el suelo, sus estandartes y banderas, cuyas santas imágenes servían de escarnio á los mahometanos. Acabada la fiesta y ceremonia, separaron á los cristianos por categorías, llevando á D. Álvaro de Sande á un castillo con juramento del Sultán de que no haría más la guerra, porque en la prisión había de morir sin que hubiera para él rescate por ningún dinero. Los demás fueron destinados al remo en las galeras; y como al oirlo se dejara vencer de la pena un Capitán, díjole СКАЧАТЬ
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Herrera, lib. II, cap. II.
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Corrales dice que un siciliano, que se llamaba el capitán Sebastián, ofreció destilar agua del mar, por lo que le prometió Don Álvaro 500 ducados en dinero y 200 de renta. Diego del Castillo amplía que el inventor siciliano se nombraba Sebastián Poller, y conforma con la utilidad que reportaron los alambiques, produciendo 25 barriles diarios de agua, mientras hubo combustible.
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Pág. 274, en el citado tomo de la