Thespis (novelas cortas y cuentos). H.J. Bunge
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Название: Thespis (novelas cortas y cuentos)

Автор: H.J. Bunge

Издательство: Public Domain

Жанр: Зарубежная классика

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СКАЧАТЬ la España de hoy pertenece a Francia, como la Navarra! – exclamó alegremente el vizconde. – ¡Ya lo había previsto el rey Francisco!

      – ¡Bah! – interrumpió despreciativamente don Fernando.

      – ¡Después de Felipe II, Felipe III y Felipe IV, la casa de Austria se extinguió sin sucesión en Carlos II el Hechizado… – aclaró Pablo.

      – Justo – confirmó doña Inés. – Y después vinieron los Borbones, pero Borbones españoles, con Felipe V, Carlos III y nuestro buen rey Carlos IV.

      – Desde Carlos IV hasta ahora – terminó Pablo – se han sucedido muchos gobiernos… Hoy reina Alfonso XIII de Borbón.

      – ¿Estos gobiernos fueron siempre católicos? – interrumpió fray Anselmo.

      – Naturalmente, padre…

      – ¿Alfonso XIII es joven?

      – Muy joven; pero tiene la prudencia y la ilustración de un viejo.

      – ¿Es casado?

      – Hace meses.

      – ¿Con una princesa de cuál casa?

      – De la casa… de Inglaterra – contestó Pablo, algo confuso.

      Fray Anselmo se puso de pie, como si se le apareciera el demonio…

      – ¿De la herética casa de Enrique VIII y de Isabel?

      – Sí, padre. Pero la princesa se ha convertido… se ha convertido previamente, según los cánones…

      – Se ha convertido. ¡Sí… si!.. ¿Pero se la ha exorcizado?

      – …En su religión protestante llamábase Ena de Battenberg. En su nueva religión de los Reyes Católicos se llama Victoria… ¡Es una bella y virtuosa reina!

      Nada más quiso oír el gran inquisidor de Felipe II; agarrándose la cabeza gritó:

      – ¡Una hereje en el trono de Carlos V! ¡Una hechicera, llamada Ena, usurpando la corona de Isabel de Castilla! ¡Oh Dios mío, apiádate de tu desgraciada España, apiádate de tu desgraciada ahora y otrora tan fiel y gloriosa España! – Y se retiró a su aposento con lágrimas en los ojos y fuego en los labios.

      En un silencio de tumba sintiose como un soplo de destrucción y profecía…

      – «Sacrement de Dieu!» – interrumpió el gascón, después de una pausa. – «Jamais je ne pourrais comprendre cet esprit d'exaltation hugonotte qu'on trouve dans le catolicisme d'Espagne.»

      – Más os valiera no hablar de ello, si no lo comprendéis – observole don Fernando. – Y agregó, dirigiéndose a toda la compañía: – Buenas noches.

      – Buenas noches – respondieron uno a uno, levantándose todos antes de concluir la comida, no sin empinarse el gascón dos o tres copas más de vino tinto.

      Sintiendo un vago e indefinible malestar, retirose cada cual a su aposento, a hacer sólo las oraciones, que las demás noches hicieran juntos, bajo la dirección del dominico, en la polvorosa capilla.

      Al siguiente día, después de oír, como de costumbre, la misa que fray Anselmo dijera a las seis, Pablo anunció:

      – Esta noche hay una gran recepción en Palacio. Acabo de recibir la invitación…

      – Pues todos iremos a Palacio, como corresponde a nuestras dignidades – decidió el inquisidor con voz de trueno. – ¡Dios lo manda!

      La proposición fue acogida con júbilo general. Don Fernando, doña Brianda y Pablo tuvieron como un presentimiento de que prestarían un inapreciable servicio a la dinastía. Guy y doña Inés vieron al fin llegado el momento de salir de la casa solariega, echar un vistazo por el mundo, a ver si habían cambiado mucho las cosas y los hombres… No se atrevió el vizconde a exteriorizar su gusto, por temor de que lo dejaran en casa; mas doña Inés, riendo como una loca, no pudo contenerse:

      – ¡Qué suerte!.. ¡Luciré todavía ante ese Alfonso XIII o XIV mi precioso vestido blanco con encajes de Inglaterra! – Y dio unos saltitos, aunque con moderación, para no desarreglarse el moño del peinado, y golpeó el hombro del gascón con su abanico de nácar, si bien cuidadosamente, para no descuajaringarlo, pues como era viejo estaba algo estropeado y pegoteado.

      Esperando impaciente que llegase la hora de presentarse en Palacio, cada cual se retiró a su habitación. Pablo pasó el día entero poniendo en orden sus papeles, como si se despidiera del mundo; fray Anselmo, postrado en oración; don Fernando y doña Brianda, platicando sobre el poderío del primer Carlos y el segundo Felipe, que imponían al mundo su ley… El vizconde de la Ferronière se atusaba el bigote y ensayaba pasos y sobrepasos, danzas y contradanzas… Doña Inés se sonreía ante el espejo…

      Sentáronse a la mesa en la hora de la cena; pero nadie probó bocado, absorbidos, quiénes en altas y graves ideas, quiénes en pensamientos frívolos y galantes… Y a las once en punto de la noche, presentábanse todos ante la escalinata de Palacio. Centinelas y guardias dejáronles pasar, deslumbrados por sus brillantes uniformes; los alabarderos golpearon el suelo con sus lanzas, pues que los seis de la comitiva eran cinco grandes de España y un embajador… Y anunciados por los ujieres, corrieron sus nombres produciendo general estupefacción:

      – ¡Fray Anselmo de Araya, gran inquisidor de Felipe II!..

      – ¡Don Fernando y doña Brianda, primeros duques de Sandoval!..

      – ¡El vizconde Guy de la Ferronière, embajador de S. M. el rey Francisco I ante S. M. el emperador Carlos V!..

      – ¡Doña Inés, condesa de Targes y Cabeza de Vaca!..

      – ¡El duque de Sandoval y de Araya!..

      Bastaba mirar a los nombrados para comprender que no se trataba de una broma irreverente; nadie se atrevió ni a pensarlo… El misterio de lo sobrenatural y lo inexplicable se cernía, como una grande ave negra, sobre las frentes, pálidas y sudorosas… Los mismos reyes se pusieron de pie… Y fray Anselmo dobló una rodilla en tierra, besó la mano del monarca, levantose, y habló… Sus palabras eran como sombras de palabras. Comprendiose que se referían a la reina, hacia quien tendía sus manos escuálidas, entre amenazadoras y suplicantes… ¡Lo mandaban las augustas reliquias del Escorial, para que exorcizara a la princesa que antes fuera hereje!

      Pasó algo indefinible… Todos se sintieron como aletargados… La reina Victoria se arrodilló ante el fraile; el fraile la tendió como un cadáver a los pies del trono; rezó las oraciones del exorcismo… Y dijo:

      – «Exi, Wycliffe!»

      Y surgió, revoloteando en amplia elipsis, hasta perderse en la sombra, un murciélago… Era el espíritu de Wycliffe.

      El fraile dijo:

      – «Exi, Calvine!»

      Y surgió, también revoloteando en amplia elipsis, hasta perderse en la sombra, otro murciélago… Era el espíritu de Calvino.

      El fraile dijo:

      – «Exi, СКАЧАТЬ