El «encanto» de la vida consagrada. José Cristo Rey García Paredes
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СКАЧАТЬ el corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas», tal y como Jesús lo interpretó, es decir, uniendo el amor a Dios y el amor al prójimo y proponiéndonos un camino y un ejemplo: «como yo os he amado». La vida consagrada, por lo tanto, profesa, ante todo, este único voto de caridad, de amor, como imitación y seguimiento de Cristo Jesús. Esto se expresa, en no pocos institutos, con una frase que dice: «Yo hago voto» en singular (¡y no, «yo hago votos» en plural!).

      Emitir un voto de amor no es solo un acto de voluntad y libertad por parte del ser humano. Emitir un voto ante Dios es, ante todo, una moción del Espíritu de Dios. Dios atrae nuestra atención («¡Escucha!»), nos hace contemplar la obra de su amor hacia nosotros, derrama en nuestros corazones su Santo Espiritu, y entonces reacciona nuestro «yo» en respuesta de amor: «Yo hago voto».

      Es así cómo la alianza que Dios nos ofrece es acogida por nosotros. Sin la gracia de la vocación, sin la efusión carismática del Espíritu, sin la acción salvadora y redentora de Jesús, ¿quién osaría colocarse ante Dios diciendo «Yo hago voto»? Sería una temeridad, una osadía cuasi-idolátrica.

      b) El paso histórico del voto monástico a los tres votos

      Nuestra respuesta a la alianza ha recibido diversas formas rituales a lo largo de la larga historia de la vida religiosa.

      Durante el primer milenio el ingreso oficial en la vida monástica se realizaba con un solo voto: el votum monasticum, que se denominaba también propositum, pactum, conventio, professio[76]. Lo nuclear de la profesión monástica y religiosa era la entrega de uno mismo (traditio sui) a Dios. En aquel tiempo la palabra «voto» o «votos» no se refería a ‘promesas que había que cumplir’, sino a ‘ofrendas y oraciones’ que se hacían en un contexto litúrgico. El voto principal era el del bautismo, que transformaba la existencia del bautizado en un acto de culto a Dios[77].

      En el segundo milenio se vio necesario exteriorizar la «de-votio» a través de la profesión –ritual y pública– del propio compromiso ante la Iglesia (votum)[78]. Santo Tomás de Aquino lo denominó «votum professionis»[79]; se inpiró en el capítulo sexto del Ecclesiastica Hierarchia (‘Jerarquía eclesiástica’) del místico Pseudo-Dionisio, dedicado a la consagración monástica. Para santo Tomás los votos religiosos constituyen una consagración, una bendición espiritual (Ef 1,3); no se trata de una bendición añadida, sino intrínseca al mismo voto:

      Un voto es una promesa hecha a Dios. Por eso, la solemnización de un voto consiste en algo espiritual que pertenece a Dios, es decir, en una bendición espiritual o consagración, que –de acuerdo con la institución de los apóstoles– es dada a quien hace profesión de observar una determinada regla, en el segundo grado, después de recibir las sagradas órdenes, tal como constanta Dionisio (Eccliastica Hierarchia VI).[80]

      Aquí se armonizan la acción del ser humano que ofrece y hace su promesa a Dios y la consagración por parte de Dios de esa ofrenda. Emergen las dos dimensiones de culto y santificación, proprias de los sacramentos.

      Desde hace siglos (desde el siglo XII), el ingreso oficial se hace en la mayoría de nuestros institutos con la profesión de los tres votos de pobreza, castidad y obediencia. Quizá el primer testimonio que de ello tenemos es una carta de Odón, prior de los Canónigos regulares de Santa Genoveva de París, del año 1148, en la que se dice:

      Así pues, en la profesión que nosotros hicimos, prometimos tres cosas, como bien conocéis: castidad, comunión fraternal y obediencia.[81]

      En la regla de los Trinitarios del año 1198 aparece también la tríada. Y la encontramos más tarde en las reglas primeras de san Francisco de Asís:

      Esta es la regla y vida de los hermanos: vivir en obediencia, en castidad y sin nada propio (sine proprio).

      Decía antes que esto se impuso en la mayoría de los institutos, pero no en todos. La tradición benedictina mantuvo su propia tríada (obediencia, conversión de costumbres, estabilidad). Los dominicos emitían únicamente voto de obediencia. El monacato de Oriente no profesa esta tríada. El mismo san Ignacio de Loyola, en la primera redacción de las Constituciones de la Compañía de Jesús, no insistió tanto en la tríada de votos, cuanto en la entrada sincera en la vida de la comunidad apostólica.

      Los llamados «tres votos» no son tres votos distintos, sino uno solo en tres dimensiones. Cuando una persona se entrega totalmente a Dios no puede dividirse en tres partes –cada una de las cuales sería entregada a través de un voto–. Los tres votos son dimensiones transversales del único voto. Cada uno de ellos enfatiza una dimensión del mandamiento principal del amor a Dios y al prójimo. La fórmula «yo hago voto a Dios» es la fórmula de la alianza:

      Como respuesta al don de Dios, los votos son la triple expresión de un único «sí» a la singular relación creada por la total consagración. Son ellos la acción, mediante la cual, los religiosos y religiosas se entregan a Dios de manera nueva y especial.[82]

      c) La profesión de los votos asociada al sacrificio eucarístico

      Uno se puede preguntar: ¿por qué es necesario profesar la alianza por medio de votos? He aquí lo que dijo al respecto el concilio Vaticano II:

      La Iglesia no solo eleva mediante su sanción la profesión religiosa a la dignidad de estado canónico, sino que, además, con su acción litúrgica, la presenta como un estado consagrado a Dios. Ya que la Iglesia misma, con la autoridad que Dios le confió, recibe los votos de quienes la profesan, les alcanza de Dios, mediante su oración pública, los auxilios y la gracia, los encomienda a Dios y les imparte la bendición espiritual, asociando su oblación al sacrificio eucarístico (LG 45).

      Nuestra profesión de los votos recibe de la Iglesia «la bendición especial y asocia su oblación al sacrificio eucarístico».

      El voto es una expresión de nuestro culto a Dios. Es como un sacrificio ofrecido a Dios[83]. Por otra parte, a través del voto quedamos «ligados» «ob-ligados» a Dios y no solo en el presente, sino también en el futuro. «¡No solo se entregan los frutos del árbol, sino el mismo árbol con sus frutos!», comenta plásticamente santo Tomás[84]. Y esto se hace, no por autosuficiencia, sino todo lo contrario: porque somos conscientes de nuestra debilidad y fragilidad, de nuestra tendencia a la seducción idolátrica.

      El voto pronunciado públicamente ante la Iglesia nos compromete más y deja fija nuestra voluntad en el bien. De una forma muy lúcida, Tomás de Aquino lo denominó «sacrificio de holocausto» para indicar que en la oblación no se reserva nada de la víctima ofrecida[85]. Si el sentido de la profesión es «la entrega total», eso significa que cada uno de los votos no es una parte de tres en el conjunto de la entrega, sino más bien una dimensión, una perspectiva desde la que se expresa y simboliza la entrega total.

      Los llamados «tres votos» no son tres votos distintos, sino uno solo en tres perspectivas, en perichṓresis. Consecuencia de ello, es que pueden ser explicados conjuntamente, paralelamente, con el mismo esquema y en complementariedad. Por ello, pretendo hacer ver que son variaciones de una vida según la nueva alianza en el amor y que cada uno de ellos enfatiza en una dimensión el mandamiento principal: sea el amor a Dios o al prójimo, sea el amor con todo el corazón (castidad), con toda el alma (obediencia), con todas las fuerzas (pobreza), sin que sean perfectamente distinguibles, sino en perichṓresis también[86].

      La promesa de la profesión religiosa es una y triple. Expresa su unidad en una tríada, que son los votos de obediencia, castidad y pobreza; y la tríada expresa la unidad total de la entrega sin reservas, total, al carisma recibido. Castidad, pobreza y obediencia no son, sino los símbolos de una respuesta sin reservas, СКАЧАТЬ