Название: El «encanto» de la vida consagrada
Автор: José Cristo Rey García Paredes
Издательство: Bookwire
Жанр: Документальная литература
Серия: EMAUS
isbn: 9788428563833
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No debe extrañar, entonces, que exista una auténtica analogía entre la vida religiosa cristiana y la no-cristiana, sin que ello obste para que haya bastantes diferencias.
La más débil analogía entre consejos religiosos y consejos evangélicos se da en el ámbito de la virginidad. Cuando ciertos movimientos religiosos, como en el orfismo[67], recomiendan no casarse, abstenerse de los placeres carnales y desprenderse de todo es porque rechazan «lo sexual»; este rechazo –ciertamente injustificable– se fundamenta en la necesidad de liberar el alma (parte positiva de la naturaleza humana) del cuerpo (parte negativa de la naturaleza humana)[68]. En cambio, el Antiguo Testamento bendice el matrimonio y su fruto y el Nuevo Testamento relaciona la virginidad con un orden superior de maternidad, sea física (como en el caso de María) o eucarística (respecto de los demás cristianos). En todo caso, el orden de la sexualidad está sometido al tiempo que pasa; y así lo decía Jesús: « […] los resucitados no se casarán; vivirán como ángeles de Dios en el cielo» (Mt 22,30). El Señor ha abierto la posibilidad de una vida ulterior, ilimitada en el estado de no-casados, no porque la carne y el matrimonio sean malos («¡todo lo que Dios ha hecho es bueno y nada ha de ser rechazado, sino recibido con acción de gracias!» 1Tim 4,4), sino por la participación en el misterio físico de la Cruz y de la Resurrección.
Mayor analogía existe entre consejos religiosos y consejos evangélicos en el área de la pobreza y la no-posesión. En los monasterios de Asia se practica una comunión de bienes muy parecida a la del cristianismo. Da la impresión de que en ellos la pobreza es abrazada con muchísima más radicalidad que entre nosotros. Lo hacen para separarse de las cosas terrenas que son pasajeras y salir al encuentro de lo divino. Se renuncia para contemplar lo divino, lo infinito, lo absoluto en su inalcanzable misterio. Algo parecido encontramos incluso en el monacato cristiano de Evagrio. Lev Tolstói es un ejemplo de interacción de motivos cristianos y naturales sobre la pobreza[69]. La comunidad de bienes ha sido una de las utopías acariciadas por la modernidad, comenzando por Tomás Moro y Campanella y siguiendo por el primer socialismo que abogaba por la solidaridad humana. La pobreza que Jesús recomienda añade a estas otras motivaciones.
En el ámbito de la obediencia hay también semejanzas y diferencias. La obediencia funciona allí donde se relacionan superiores y súbditos, padres e hijos, gobernantes y ciudadanos, dirigentes de la economía y consumidores, jefes militares y soldados… Esta obediencia natural se fundamenta en razones éticas, pero también religiosas. La obediencia natural implica una entrega confiada del propio poder a la supervisión de la persona que ejerce el mando. Quien obedece se expone al abuso de confianza por parte del quien manda; pero también al abandono cobarde de la propia responsabilidad en quien detenta la autoridad. En la esfera religiosa, la obediencia acata la autoridad de un guía espiritual cualificado, se confía a personas carismáticas, dotadas de sabiduría divina y de liderazgo pedagógico y religioso; y a veces, por toda la vida. Esto se da tanto en el monacato no cristiano, como cristiano. Jesús, sin embargo, le dio a la obediencia un giro espectacular. Jesús, el Maestro, era el primero en obedecer y, por eso, incluía a sus discípulos en su camino de obediencia; si Jesús obedecía no era para servir de ejemplo pedagógico para sus discípulos, sino para que aconteciera la redención. En el ámbito de la obediencia hay también semejanzas y diferencias.
No es, por lo tanto, desacertado, hablar de los consejos religiosos antes de hablar de los consejos evangélicos[70]. Las religiones y también las filosofías éticas preparan el camino del Señor. Lo que el Maestro Jesús «aconseja» no es una absoluta novedad. Obediencia, pobreza y virginidad o celibato son también valores humanos, que nos hacen comprender el espíritu religioso común a todos los seres humanos; pero también nos hacen descubrir lo propio y específico de nuestra vida cristiana. Los consejos evangélicos ofrecen, por tanto, nuevas perspectivas, en el camino ético de la humanidad. No están desencaminados quienes buscan a Dios aunque sea fuera de la verdad cristiana (He 17,27).
Algo parecido a esto podríamos decir de tanta literatura de autoayuda de la que hoy disponemos y de las enseñanzas de los maestros de espiritualidad, auténticos expertos en las disciplinas del espíritu.
Hay muchas gracias fuera de la esfera de la Iglesia visible que nosotros no percibimos: «Si yo quiero que él permanezca hasta que yo venga, ¿a ti qué?» (Jn 21,22).
3. Las enseñanzas del Evangelio y el maestro interior, el Espíritu
Hablar de consejos evangélicos se ha vuelto normal; proviene de una tradición que el concilio Vaticano II asumió como propia[71]: la expresión «consejos evangélicos» aparece en 16 números de los documentos conciliares (unas 25 veces)[72], y dieciocho veces en el nuevo Código de Derecho Canónico[73].
Y ¿por qué «consejos» y no «mandatos» evangélicos? Las enseñanzas de Jesús, nuestro Maestro hacen preceder los indicativos a los imperativos. Es decir, primero «indican» una posibilidad y después «mandan». Piden comprometerse con aquello que es posible. Al imperativo «¡este es mi mandamiento: que os améis unos a otros!», precede el indicativo «como yo os he amado, y como el Padre me ha amado». Jesús nunca pide imposibles. No es como los doctores de la ley mosaica, que imponen pesos insoportables (Mt 23, 1-4). Jesús nos ofrece la ley del Espíritu, aquella que está grabada en el corazón y es ley de la libertad (2Cor 3,3).
Los consejos evangélicos son la expresión de esta ley interior, ley del corazón, ley del Espíritu. Los consejos evangélicos generan en nosotros procesos de búsqueda, de transformación. Jesús, nuestro Maestro, y su Espíritu –presente en nuestros corazones– nos «aconsejan» y «capacitan» internamente (como maestros exterior e interior) para que no caigamos en la tentación del exceso o de la deficiencia.
El mismo Dios, que nos pide que le amemos sin reservas, nos concede el don del amor y con él nos libera de todo aquello que nos vuelve inauténticos. Nosotros no sabemos amar como conviene. Hay energías negativas y destructivas que nos lo impiden. Para amar necesitamos liberación. Los consejos evangélicos, entendidos como «dones divinos», como fuerzas de liberación, hacen posible el amor, en el área de influencia de las tres concupiscencias (Tomás de Aquino)[74] o de las tres grandes pulsiones con las que nos vemos confrontados: poder, sexo y posesión[75].
Si podemos decir con honestidad y credibilidad «yo hago voto a Dios» es porque el mismo Dios Padre, a través de su Hijo Jesús y de su Espíritu, «nos instruye internamente». El Maestro exterior (Jesús y su Evangelio) y el maestro interior (el Espíritu Santo) orientan, diseñan e inician para nosotros un camino peculiar de vida que estamos llamados, invitados, a seguir.
De esta manera se instaura en nuestra vida una «alianza discipular». El Evangelio que es Cristo y versa sobre Cristo se convierte en el «consejo fundamental» que orienta y dirige la vida. El Espíritu Santo –que es la fuente de todos los carismas– configura y le da forma «carismática» a la «alianza discipular».
Quien ha experimentado la gracia de Dios y su llamada a seguir a Jesús, quien se siente habilitado y enriquecido por los dones de su Espíritu para responder a esa vocación de un modo personal y colectivo «peculiar», siente la necesidad de responder y comprometerse con la iniciativa divina. Por eso, desea, busca, se entrega, se compromete, se re-liga. La vocación se convierte en él o en ella en una ley interior, una fuerza irreprimible. Por eso, se formulan en forma de votos.
II. El voto único se desglosa en tres
1. El mandamiento principal–el voto principal
a) La sublime osadía de decir «Yo hago voto a Dios»
La vida consagrada quiere ser una forma СКАЧАТЬ