Название: Bajo Las Garras Verdes
Автор: Ivo Ragazzini
Издательство: Tektime S.r.l.s.
Жанр: Историческая литература
isbn: 9788835431039
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---¿Estos qué?
---También Federico Barabarroja y Federico II volvieron a exhumar el cuerpo de Carlomagno y proclamaron algo similar. Y yo apostaría a que esa tradición se ha transmitido también al astrólogo Guido Bonatti y al fraile Geremia Gotto.18
---Pero estos están todos locos.
---Ya os lo he dicho, Excelencia, que eran un poco especiales ---concluyó el historiador.
Los enfrentamientos entre güelfos y gibelinos en la Romaña
¿Pero por qué la Iglesia quería la Romaña?
¿Qué había pasado entre el papado y los emperadores en esos tiempos?
Demos un salto atrás de varias décadas y echemos una ojeada a una crónica de la época.
La Romaña de 1200
Aunque casi cinco siglos antes la Romaña fue donada a la Iglesia por Pipino, rey de los francos, 19 nunca fue completamente propiedad de la misma. Por eso a menudo muchos lugares de la Romaña fueron partidarios del imperio y hacia la mitad del siglo XIII Gregorio IX trató de recuperarla por las armas. Por tanto, por las discordias que el emperador Fedrico II tenía con la Iglesia, 20 también los romañoles se dividieron en güelfos y gibelinos, como pasó en el resto de Italia.
Los forliveses siguieron obedeciendo las leyes del imperio, mientras los habitantes de Faenza y Rávena lo hacían a las de la Iglesia.
Forlí, antiguamente llamada Forumlivii, en particular, era una de las ciudades más gibelinas de Italia y no fue casualidad que Guido Bonatti, uno de los mejores astrólogos de su tiempo, aun habiendo nacido en Florencia, pidió y obtuvo la concesión de la ciudadanía de Forlí, al considerar ese lugar como el último con tradiciones imperiales que quedaba en el mundo después de la caída del antiguo imperio de Roma, por motivos que pronto descubriréis.
Cuando en 1240 murió Pietro Traversari, jefe de los güelfos de la Romaña y señor de Rávena,21 la propia Rávena y Faenza fueron sojuzgadas por Federico II, que entró en Romaña y las puso bajo asedio una tras otra.
Rávena cayó y se rindió en menos de una semana.
Entonces llegó el momento de Faenza para rendirse, pero la ciudad, creyendo que las fuerzas de Federico II eran insuficientes para hacerla capitular, no se rindió y el emperador la puso bajo asedio.
El asedio de Faenza
Faenza resistió siete meses, enfureciendo al propio Federico, dado que años antes ya la había conquistado y esta había pactado con él.
Además, Federico II se quedó sin oro ni dinero durante el asedio y tuvo que recurrir a la ayuda de los forliveses para expugnarla, requiriendo incluso la emisión por Forlí de augustari22 especiales en cuero, equivalentes a monedas imperiales áureas, que luego reembolsó en oro a los forliveses una vez conquistada y saqueada la ciudad.
Así, después de haber conquistado Faenza, Federico II quiso arrasarla hasta los cimientos y eliminarla de la tierra, de modo que los faentinos, derrotados, no conseguían aplacar su furia de ningún modo y empezó a desmantelarla por medio de escuadras de gastadores.
Los faentinos, sin saber qué más hacer, se dirigieron también a sus vecinos enemigos forliveses, rogándoles que intervinieran e intercedieran ante el emperador para detener los estragos que estaba haciendo en perjuicio de su ciudad.
Los forliveses atendieron las súplicas de ayuda de los faentinos y formaron una delegación para interceder ante el emperador y detener la destrucción de Faenza.
Federico, no sin objeciones y protestas contra los faentinos, a quienes consideraba traidores,23 finalmente consintió que la ciudad fuera perdonada. Sin embargo, impuso que se convirtiera definitivamente en imperial y estuviera gobernada bajo las enseñas de un alcalde de sus vecinos forliveses, dado que le habían ayudado y se habían mostrado gibelinos de corazón y alma. Por tanto, ordenó que los faentinos dejaran de hacer «cosas de güelfos» y se fusionaran con Forlí.
Así las dos ciudades, hasta la muerte de Federico, se convirtieron en dos municipios reunidos en un pequeño estado gobernado por las mismas leyes imperiales y defendido por los mismos ejércitos.
Además, Federico concedió a los forliveses, por su fidelidad, el águila negra en campo de oro24 para ponerla en su escudo municipal y el derecho a acuñar moneda imperial por la ayuda y la lealtad recibidas y los forliveses se enorgullecieron de esto.
Pero cuando Federico II murió en la Apulia en 1249 cambiaron muchas cosas, sobre todo en los años siguientes, cuando Carlos de Anjou derrotó en Benevento en 1266 al hijo de Federico II, Manfredo.
Así, los güelfos, expulsados de Florencia unos años antes, tras la derrota de la batalla de Montaperti, empezaron a recuperar fuerza en Florencia y Bolonia. En esas ciudades se inició una batalla contra el predominio de los gibelinos que se extendió brevemente a toda la Romaña, con el apoyo de la Iglesia, que reivindicaba esas tierras como suyas.
Y así, cuando Carlos de Anjou fue nombrado vicario imperial para la Toscana por parte del papa, los güelfos toscanos volvieron a Florencia y su región, mientras los gibelinos toscanos tuvieron que dejar esos lugares y refugiarse en la Romaña, que seguía siendo uno de los últimos lugares gibelinos todavía fieles a las leyes imperiales en Italia.
El dragón, la cruz güelfa y la cruz gibelina
En esos tiempos circulaban en Italia desde 1186 diversas historias de tipo apocalíptico atribuidas al profeta Joaquín de Fiore, que hablaban de la venida de un dragón con siete cabezas de siete anticristos.
Seis cabezas ya se habían asignado a diversos personajes históricos del pasado, pero la última, y la más importante, todavía estaba vacante.
Así que la última cabeza que faltaba del dragón se atribuyó rápidamente por cierto tipo de clero, que creía en las profecías de Joaquín de Fiore, a Federico II, debido al hecho de que, además de querer reformar la Iglesia, se contaba que había nacido hijo de un prelado y una antigua monja. Además, Federico II hablaba árabe, tenía una guardia árabe y durante las cruzadas se había preocupado más de hacer la paz que la guerra en Tierra Santa, así que fue llamado «el Dragón», mientras que otros entornos franciscanos y más pobres de la Iglesia, paradójicamente, le atribuían un papel de reformador, esperando que fuera un perseguidor apocalíptico de la Iglesia corrupta, especialmente de los cardenales.
Por esto, muchos frailes y sacerdotes pobres, y posteriormente también güelfos blancos, militaron en las filas gibelinas.
Los güelfos tenían como símbolo y bandera una cruz papal, mientras que los gibelinos, sin negar la existencia de Dios, oponían una cruz imperial con los colores opuestos y especulares de la güelfa, lo que reflejaba la distinta filosofía de las dos facciones.
¿Pero cómo estaban hechas y qué diferencias había entre los dos símbolos? Echemos una ojeada.
Tal vez las cruces güelfa y gibelina nacieron como símbolos, incluso antes de los güelfos y gibelinos, durante el Sacro Romano Imperio de Carlomagno.
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