La hija del mar. Rosalía de Castro
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Название: La hija del mar

Автор: Rosalía de Castro

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Colección clásicos Mujeres escritoras

isbn: 9788412401394

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СКАЧАТЬ el espíritu como si todas las iras del cielo se conspiraran para darle un fin horrible contra aquellos negros y elevados peñascos.

      Numerosas embarcaciones han sido allí juguete de las olas irritadas, y como ligera pluma desaparecieron en un instante de la superficie de las aguas, sin que el mar arrojase a la playa el más pequeño resto que indicase más tarde la pasada tormenta y el triste naufragio.

      En otros tiempos se creía, y aun hoy se cree, que aquellos lugares están malditos por Dios y, en verdad que jamás la conseja popular tuvo más razones de vida que en esta ocasión en que todo parece indicar al alma atribulada que una maldición pesa sobre aquellas playas tan desiertas en medio de su desnudez.

      Teresa gozaba de aquella naturaleza excepcional como pudiéramos hacerlo nosotros entre el ruido de una fiesta.

      Muy lejos está seguramente de parecerse la música de nuestros salones al silbo agudo del viento que, rodando sobre el techo de su cabaña solitaria, le acompañaba en su rezo fervoroso y en su sueño inquieto y desasosegado la mayor parte de sus noches de soledad, pero su alma triste a la par que fuerte, y su dolor y sus lágrimas, le hacían amar aquel errante compañero que, como ella, ni hallaba nunca reposo ni cesaba de gemir.

      Las horas de aquella mujer, llena de aspiraciones que ella no comprendía, eran largas, cansadas y aun irritantes, pues las lágrimas, único consuelo de los que sufren, se negaban a veces a calmar la pena en que rebosaba su corazón.

      El día de que hablamos era un sábado y, como hemos dicho, estaba claro y sereno pero triste.

      Teresa había ido a visitar la santa piedra, como allí la llaman, que se balancea pausadamente produciendo en su acompasado movimiento un ruido sordo y metálico que se escucha a larga distancia.

      Reinaba en torno el más profundo silencio dejando percibir más claramente aquel ruido extraño, y Teresa, de pie, encima de aquella piedra misteriosa y flotando las puntas del blanco pañuelo que sujetaba sus cabellos agitados por el viento, la cabeza vuelta hacia el mar y los brazos tendidos con abandono, parecía una sublime creación evocada de entre aquellas espumas, blanca como ellas y bella como un imposible.

      La peña se balanceó largo tiempo, hasta que cesando poco a poco quedó enteramente inmóvil.

      Teresa quedó inmóvil también, y su vista, fija tenazmente en el horizonte, parecía empeñada en descubrir un punto blanco que se distinguía apenas entre la niebla que empezaba a extenderse hacia aquella parte.

      Más tarde se percibió débilmente un buque que parecía navegar con rumbo hacia Camariñas.

      Teresa permaneció largo tiempo en un estado casi angustioso con la penetrante mirada fija en el buque que cortaba las ondas con suma rapidez, hasta que la niebla, ocultándolo enteramente, no presentó a sus ojos más que un horizonte solitario y triste.

      Teresa entonces se dirigió a su cabaña, mas sus ojos iban bañados de lágrimas y animado su semblante.

      Capítulo III

      Emociones

      Magdalena, eres buena como Dios, y yo no me

      quisiera separar de ti.

       George Sand

      La pesca del atún había sido excelente.

      Algunos de estos informes animales arrojados sobre la arena, y con el cuerpo acribillado de heridas que arrojaban sangre a borbotones, lanzaban feroces y entrecortados resoplidos con que anunciaban el fin de su agonía.

      Multitud de curiosos, de esos que no se cansan nunca de ver reproducirse ante su vista unas mismas escenas, se agrupaban con ansia en torno de ellos, sin que apareciese en su semblante el más pequeño indicio de repugnancia.

      Los marineros hundían sus grandes navajas con ligera y segura mano en el cuerpo áspero y palpitante de aquellos monstruos, y sus vestidos, salpicados de sangre, exhalaban un olor nauseabundo.

      La terrible agonía de aquellos animales torturados hasta en su último suspiro presentaba un aspecto desagradable.

      Ellos se revolcaban en la arena pugnando por acercarse al mar, su elemento y su única salvación; pero eran vanos todos sus esfuerzos.

      Las olas pasaban casi rozando su cuerpo, y volvían a retirarse hacia su centro sin prestarles a su paso la vida que le pedían con su mirada apagada y turbia. La mar se adelantaba rugiendo, pasaba y retrocedía sin hacer más que borrar en la arena los rastros de sangre con que la manchaban sus hijos.

      —¡Apartémonos de aquí, Fausto! —dijo una voz dulce que salía del grupo de espectadores interesados en contemplar la lenta y trabajosa agonía de los monstruos—. No puedo ver sin estremecerme —añadió— las heridas de esos animales que, al fin y al cabo, deben padecer de un modo horrible.

      —Espera un momento y todo habrá concluido —respondió otra voz que, aunque dulce, tenía algo de varonil—; esos pescados son muy feos y no deben, por lo mismo, sufrir tanto como los demás.

      —¡Ah! ¡No, no! —interrumpió la voz primera—. Eso que dices no puede ser cierto, Fausto… Ellos viven y respiran, y deben sentir lo mismo que todo lo que respira y vive… ¡Vamos…!

      Entonces se vio salir de entre aquella curiosa multitud una niña hermosísima que, cogida de la mano de un marinerillo tan joven casi como ella, pugnaba por atraerlo hacia sí y apartarlo de tan cruel y sangriento espectáculo.

      Todas las miradas se volvieron hacia aquella casta aparición de rubios cabellos y tez de nieve, que airosa y ligera parecía entre aquellas gentes de rostros varoniles y atezados lo que un blanco lirio nacido entre maleza.

      —¡Bendita seas tú, niña hermosa, santa de nuestros lugares! ¡Bendito sea el día en que la Virgen Nuestra Señora te arrojó a nuestras playas! ¡Y bendita la mujer que te recogió criándote tan fresca y limpia como los claveles…! Y le abrían paso respetuosamente en tanto los marineros jóvenes dejaban caer sobre su rostro de ángel ardientes y fugitivas miradas, murmurando a su oído al pasar palabras cariñosas.

      La pobre niña las escuchaba sin comprenderlas y, sonriendo a cuantos hallaba a su paso, hacía graciosos saludos con su cabeza elegante como la de un pájaro. Pero una tinta sombría cubrió el rostro de su compañero desde el momento en que las palabras de los jóvenes hicieron sonreír a sus amigos, y con la mirada fija en las olas parecía no atender a lo que pasaba en torno suyo.

      Siguió como distraído a la hermosa niña, que se alejaba de la muchedumbre, y cuando se hallaron lejos de las curiosas miradas, de los que les rodeaban momentos antes, gracias a un pequeño y arenoso montecillo que se interponía entre el camino que seguían y la playa, apartó su mano de la de su compañera con muestras de mal reprimido enojo.

      Le miró esta sorprendida y, volviendo a coger aquella mano esquiva que se había alejado de ella y que Fausto llevaba caída con cierto abandono e indiferencia que le sentaba admirablemente, le preguntó con voz dulce y cariñosa:

      —¿Por qué te incomodaste? Hace algún tiempo que observo que se cambia tu carácter de un modo repentino y sin que yo pueda adivinar jamás la causa de tus resentimientos.

      Esta pregunta no tuvo respuesta alguna. El joven marinero parecía absorto y ocupado más que en nada en observar el movimiento que hacían sus pies blancos СКАЧАТЬ