Название: Cafés con el diablo
Автор: Vicente Romero
Издательство: Bookwire
Жанр: Документальная литература
Серия: Investigación
isbn: 9788416842735
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—Los tres años de gobierno de la Unidad Popular fueron de una vitalidad y una emotividad enormes –recordaba Osvaldo–. Nos creíamos jugando un papel en la Historia, modesto o grande, pero sintiendo que el país nos pertenecía. Salvador Allende era el aventajado de un socialismo libertario y formuló una propuesta de transformación revolucionaria en democracia que maravilló a todo el mundo y a los propios chilenos. El intento acabó mal, pero tanto tiempo después su recuerdo es aún muy potente y nos permite saber que es posible soñar.
—Hoy resulta mucho más difícil para los jóvenes imaginar proyectos de esa naturaleza y luchar para sacarlos adelante –añadía Nubia–. Además, entonces nos hacíamos cargo de nuestra propia libertad y éramos más irreverentes. Por todo el país brotaban las luchas obreras y populares. Yo entré en el MIR para radicalizar los planteamientos contra las políticas reformistas, por la democracia popular. Pero fuimos responsables y llamamos a votar por Allende.
Nos habíamos citado para grabar una entrevista destinada a un reportaje de Informe semanal[17] sobre el trigésimo aniversario del golpe de Estado acaudillado por el general Pinochet. Villa Grimaldi era el escenario indicado para que hablasen sobre la represión, ya que los dos habían conocido sus mazmorras y salas de tortura. Y allí charlamos largamente, paseando por los jardines que, con ayuda de maquetas y pequeños memoriales, recuerdan cómo era el desaparecido Cuartel Terranova, sede de la Brigada de Inteligencia Metropolitana de la DINA[18].
—Los días siguientes al golpe se instaló en Chile el terror de Estado, y lo que uno recuerda mejor es la lucha por superar el pánico generalizado –explicó Osvaldo Torres ante la cámara de Juan Pangol–. La idea de la dictadura era lograr que el miedo paralizara a los ciudadanos, para imponerles un cambio radical en el modelo de sociedad. Hubo una heroica resistencia democrática, frente a la cual los militares hacían llamamientos a la delación, pero no sólo de activistas de izquierdas sino también de cuantos les brindasen apoyo o cobijo. Y recurrieron a las formas más brutales de represión, para mostrar que nadie podía considerarse a salvo, que cualquiera podía ser torturado o desaparecer.
—Nos enamoramos en aquel ambiente de lucha desesperada –añadió Nubia Becker, tomándole de la mano–. Sabíamos que formábamos parte del primer objetivo de la Junta, y caímos juntos. Porque empezaron por dar caza a los miembros del MIR; después seguirían los socialistas y los comunistas.
—Nos apresó un comando de la DINA durante la madrugada del 30 de enero de 1975, en compañía de nuestros amigos Marcela Bravo y Eduardo Charme Bravo, dirigente del Partido Socialista en la clandestinidad –prosiguió Osvaldo–. Actuaron con un despliegue de armas y violencia que dejó aterrados a los propietarios de la casa y a Hernán, el hijo de Nubia, que tenía cuatro años.
Los organismos de Derechos Humanos cifran en cinco mil los detenidos que pasaron por Villa Grimaldi. De ellos, se sabe que dieciocho fueron asesinados y otros 211 permanecen desaparecidos. Numerosos sobrevivientes han relatado las condiciones terroríficas a las que se sometía a los prisioneros, así como los métodos de tortura empleados.
—Aquí vivíamos en un estado de pánico permanente, porque a cada momento oías los gritos de tus compañeros y nunca sabías si acabarían confesando –explicó Torres–. De mí se ocuparon algunos tipos tan conocidos como el Guatón Romo, su colega el Troglo[19] o el teniente Pablo.
Otros verdugos destacados formaron el equipo mixto de distintas procedencias que se encargó de interrogar a Becker[20]: Miguel Krasnoff Martchenko, brigadier del Ejército, el Cachete, perteneciente al cuerpo de Carabineros, y el civil Pablo, militante del partido ultraderechista Patria y Libertad.
—Yo prefería que me golpearan en vez de darme descargas eléctricas. Pero me metieron un trapo en la boca para que no me mordiera la lengua, y me aplicaron la máquina. Un día trajeron al Pájaro, que había sido detenido conmigo. Lo colgaron de un arnés a mi lado y le aplicaron la picana eléctrica. Tenía las piernas rotas, el codo izquierdo destrozado y un ojo lleno de sangre. Sus gritos eran desgarradores y me desmayé. En otra ocasión me obligaron a presenciar la tortura de Osvaldo, esperando que yo lo convenciera de que colaborara y entregara compañeros. Lo tenían en un galpón grande y le estaban dando picana. Después, esa misma noche, me llevaron a la parrilla, una de esas camas de hierro donde ponían electricidad.
Las mujeres recibían un trato específico. Becker lo atribuye a la mentalidad machista, que las despreciaba por «haberse metido en política abandonando las obligaciones del hogar»:
—Se cebaban en el castigo físico contra nosotras, para quebrar nuestra dignidad femenina. Los torturadores se reían al ver que yo temblaba y que por las piernas me corría sangre de mi menstruación. Nos colgaban desnudas para pegarnos. Y también cometían muchos abusos y violaciones.
Tres militantes del MIR no resistieron la extrema presión a que se vieron sometidas, y se prestaron a colaborar con la DINA. Comenzaron delatando a sus camaradas y terminaron convertidas en empleadas de la policía política pinochetista. «Al principio estaban tan prisioneras como nosotras, aunque podían moverse de un lado a otro, disponían de una habitación y se entretenían viendo la televisión», dijo de ellas Nubia Becker[21].
Los momentos de tranquilidad en el infierno de Villa Grimaldi eran muy escasos. La pareja comparte el recuerdo de uno en particular:
—Una noche que hacía mucho calor, nos llevaron a todos al patio y nos formaron bajo una intensa lluvia. Disfrutamos de aquellos instantes por el frescor del agua y abrimos las bocas para beberla con una cierta sensación de libertad interior. Pero enseguida nos dividieron en dos grupos y condujeron a uno de ellos al punto más temido del recinto: lo que llamaban la torre, unas estructuras de madera muy bajas, en las que había que entrar de rodillas.
Tras recuperar la libertad y vivir el exilio siempre unidos, Osvaldo y Nubia residen hoy en Santiago de Chile ejerciendo sus profesiones, él como antropólogo y ella como orientadora social y escritora.
Muchos otros presos de Villa Grimaldi tuvieron peor suerte y su existencia se esfumó junto a sus sueños. Para hacerlos presentes, la Asociación de Familiares de Desaparecidos celebra turnos de ayuno cada aniversario del golpe contra Allende. El Estado les ha ofrecido indemnizaciones, pero no ha sido capaz de proporcionarles la información que ellos reclaman. Y siguen sin tener donde rezar ante los restos mortales de padres, hijos, esposos o hermanos.
—Tantos años después, aún estoy exigiendo justicia y verdad –nos dijo Norma Mares González, una de las visitantes de los jardines que se aproximó a nuestra cámara–. Sólo sé que a mi hijo lo mataron encadenado y colgado en un árbol, pero necesito averiguar dónde arrojaron sus restos.
Tampoco a ella le hacía falta venir a un parque de la memoria para recordar, porque jamás había podido superar el daño. Y había pasado demasiado tiempo repitiendo las mismas palabras sin que nadie les prestase suficiente atención.
La simpleza de los diablos menores
Los demonios de segundo nivel, carentes de relevancia política, siempre se han beneficiado de la escasa atención que la prensa, la Justicia y la Historia dedican a los personajes secundarios, centrando su interés en las figuras, hechos y responsabilidades de los diablos mayores. Frente al lógico protagonismo de los principales dirigentes políticos y militares, muchas veces convertidos en personajes deslumbrantes por su asombroso descaro en el ejercicio de la barbarie, la anónima legión que ejecuta sus órdenes suele mantenerse entre tinieblas y protegida por el secreto. Su función es esencial, porque sin su oscuro trabajo los grandes tiranos no conseguirían imponer el terror imprescindible para ejercer el dominio sobre la sociedad.
La mayoría de los más sucios servidores de las tiranías consiguen pasar desapercibidos. Muchos permanecen ocultos СКАЧАТЬ