La Galatea. Miguel de Cervantes
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Читать онлайн книгу La Galatea - Miguel de Cervantes страница 14

Название: La Galatea

Автор: Miguel de Cervantes

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия:

isbn: 4064066444693

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СКАЧАТЬ lo que me mandáis. Galatea y Florisa la abrazaron y le ofrecieron de nuevo su amistad, y de servirla en cuanto sus fuerzas alcanzasen. En este entre tanto, habiendo el padre de Galatea y los otros pastores en el margen del claro arroyo tendido sus gabanes y sacado de sus zurrones algunos rústicos manjares, convidaron a Galatea y a sus compañeras a que con ellos comiesen. Acetaron ellas el convite; y, sentándose luego, desecharon la hambre, que por ser ya subido el día comenzaba a fatigarles. En estos y en algunos cuentos que, por entretener el tiempo, los pastores contaron, se llegó la hora acostumbrada de recogerse al aldea. Y luego Galatea y Florisa, dando vuelta a sus rebaños, los recogieron, y en compañía de Teolinda y de los otros pastores hacia el lugar poco a poco se encaminaron; y, al quebrar de la cuesta donde aquella mañana habían topado a Elicio, oyeron todos la zampoña del desamorado Lenio, el cual era un pastor en cuyo pecho el amor jamás pudo hacer morada, y desto vivía él tan alegre y satisfecho que, en cualquiera conversación y junta de pastores que se hallaba, no era otro su intento sino decir mal de amor y de los enamorados, y todos sus cantares a este fin se encaminaban. Y por esta tan estraña condición que tenía, era de los pastores de todas aquellas comarcas conocido, y de unos aborrecido y de otros estimado. Galatea y los que allí venían se pararon a escuchar, por ver si Lenio, como de costumbre tenía, alguna cosa cantaba. Y luego vieron que, dando su zampoña a otro compañero suyo, al son della comenzó a cantar lo que se sigue: LENIO Un vano, descuidado pensamiento, una loca, altanera fantasía, un no sé qué, que la memoria cría, sin ser, sin calidad, sin fundamento; una esperanza que se lleva el viento, un dolor con renombre de alegría, una noche confusa do no hay día, un ciego error de nuestro entendimiento, son las raíces proprias de do nasce esta quimera antigua celebrada que amor tiene por nombre en todo el suelo. Y el alma qu’en amor tal se complace, meresce ser del suelo desterrada, y que no la recojan en el cielo. A la sazón que Lenio cantaba lo que habéis oído, habían ya llegado con sus rebaños Elicio y Erastro, en compañía del lastimado Lisandro; y, pareciéndole a Elicio que la lengua de Lenio en decir mal de amor a más de lo que era razón se estendía, quiso mostrarle a la clara su engaño; y, aprovechándose del mesmo concepto de los versos que él había cantado, al tiempo que ya llegaban Galatea, Florisa y Teolinda y los demás pastores, al son de la zampoña de Erastro, comenzó a can tar desta manera: ELICIO Meresce quien en el suelo en su pecho a amor no encierra, que lo desechen del cielo y no le sufra la tierra. Amor, que es virtud entera, con otras muchas que alcanza, de una en otra semejanza sube a la causa primera. Y meresce el que su celo de tal amor le destierra, que le desechen del cielo y no le acoja la tierra. Un bello rostro y figura, aunque caduca y mortal, es un traslado y señal de la divina hermosura. Y el que lo hermoso en el suelo desama y echa por tierra, desechado sea del cielo y no le sufra la tierra. Amor tomado en sí solo, sin mezcla de otro accidente, es al suelo conviniente, como los rayos de Apolo. Y el que tuviere recelo de amor que tal bien encierra, meresce no ver el cielo y que le trague la tierra. Bien se conoce que amor está de mil bienes lleno, pues hace del malo bueno y del qu’es bueno, mejor. Y así el que discrepa un pelo en limpia amorosa guerra, ni meresce ver el cielo, ni sustentarse en la tierra. El amor es infinito, si se funda en ser honesto, y aquel que se acaba presto, no es amor sino apetito. Y al que sin alzar el vuelo, con su voluntad se cierra, mátele rayo del cielo y no le cubra la tierra. No recibieron poco gusto los enamorados pastores de ver cuán bien Elicio su parte defendía, pero no por esto el desamorado Lenio dejó de estar firme en su opinión; antes, quería de nuevo volver a cantar y a mostrar en lo que cantase de cuán poco momento eran las razones de Elicio para escurecer la verdad tan clara que él a su parecer sustentaba. Mas el padre de Galatea, que Aurelio el Venerable se llamaba, le dijo: —No te fatigues por agora, discreto Lenio, en querernos mostrar en tu canto lo que en tu corazón sientes, que el camino de aquí al aldea es breve, y me parece que es menester más tiempo del que piensas para defenderte de los muchos que tienen tu contrario parescer. Guarda tus razones para lugar más oportuno, que algún día te juntarás tú y Elicio con otros pastores en la fuente de las Pizarras o arroyo de las Palmas, donde con más comodidad y sosiego podáis argüir y aclarar vuestras diferentes opiniones. —La que Elicio tiene es opinión —respondió Lenio—, que la mía no es sino sciencia averiguada, la cual en breve o en largo tiempo, por traer ella consigo la verdad, me obligo a sustentarla; pero no faltará tiempo, como dices, más aparejado para este efecto. —Ese procuraré yo —respondió Elicio—, porque me pesa que tan subido ingenio como el tuyo, amigo Lenio, le falte quien le pueda requintar y subir de punto, como es el limpio y verdadero amor, de quien te muestras tan enemigo. —Engañado estás, ¡oh Elicio! —replicó Lenio—, si piensas con afeitadas y sofísticas palabras hacerme mudar de lo que no me tendría por hombre si me mudase. —Tan malo es —dijo Elicio— ser pertinaz en el mal, como bueno perseverar en el bien, y siempre he oído decir a mis mayores que de sabios es mudar consejo. —No niego yo eso —respondió Lenio—, cuando yo entendiese que mi parecer no es justo, pero en tanto que la esperiencia y la razón no me mostraren el contrario de lo que hasta aquí me han mostrado, yo creo que mi opinión es tan verdadera cuanto la tuya falsa. —Si se castigasen los herejes de amor —dijo a esta sazón Erastro—, desde agora comenzara yo, amigo Lenio, a cortar leña con que te abrasaran, por el mayor hereje y enemigo que el amor tiene. —Y aun si yo no viera otra cosa del amor sino que tú, Erastro, le sigues, y eres del bando de los enamorados —respondió Lenio—, sola ella me bastara a renegar dél con cien mil lenguas, si cien mil lenguas tuviera. —Pues, ¿parécete, Lenio —replicó Erastro—, que no soy bueno para enamorado? —Antes me parece —respondió Lenio— que los que fueren de tu condición y entendimiento son proprios para ser ministros suyos; porque quien es cojo, con el más mínimo traspié da de ojos; y el que tiene poco discurso, poco ha menester para que le pierda del todo. Y los que siguen la bandera deste vuestro valeroso capitán, yo tengo para mí que no son los más sabios del mundo, y si lo han sido, en el punto que se enamoraron dejaron de serlo. Grande fue el enojo que Erastro recibió de lo que Lenio le dijo, y así le respondió: —Paréceme, Lenio, que tus desvariadas razones merescen otro castigo que palabras, mas yo espero que algún día pagarás lo que agora has dicho, sin que te valga lo que en tu defensa dijeres. —Si yo entendiese de ti, Erastro —respondió Lenio—, que fueses tan valiente como enamorado, no dejarían de darme temor tus amenazas; mas, como sé que te quedas tan atrás en lo uno como vas adelante en lo otro, antes me causan risa que espanto. Aquí acabó de perder la paciencia Erastro, y si no fuera por Lisandro y por Elicio, que en medio se pusieron, él respondiera a Lenio con las manos, porque ya su lengua, turbada con la cólera, apenas podía usar su oficio. Grande fue el gusto que todos recibieron de la graciosa pendencia de los pastores, y más de la cólera y enojo que Erastro mostraba, que fue menester que el padre de Galatea hiciese las amistades de Lenio y suyas; aunque Erastro, si no fuera por no perder el respecto al padre de su señora, en ninguna manera las hiciera. Luego que la cuestión fue acabada, todos con regocijo se encaminaron al aldea; y, en tanto que llegaban, la hermosa Florisa, al son de la zampoña de Galatea, cantó este soneto: FLORISA Crezcan las simples ovejuelas mías en el cerrado bosque y verde prado, y el caluroso estío e invierno helado abunde en yerbas verdes y aguas frías. Pase en sueños las noches y los días, en lo que toca al pastoral estado, sin que de amor un mínimo cuidado sienta, ni sus ancianas niñerías. Éste mil bienes del amor pregona; aquél publica dél vanos cuidados; yo no sé si los dos andan perdidos, ni sabré al vencedor dar la corona: sé bien que son de amor los escogidos tan pocos, cuanto muchos los llamados. Breve se les hizo a los pastores el camino, engañados y entretenidos con la graciosa voz de Florisa, la cual no dejó el canto hasta que estuvieron bien cerca del aldea y de las cabañas de Elicio y Erastro, que con Lisandro se quedaron en ellas, despidiéndose primero del venerable Aurelio, de Galatea y Florisa, que con Teolinda al aldea se fueron, y los demás pastores cada cual adonde tenía su cabaña. Aquella mesma noche pidió el lastimado Lisandro licencia a Elicio para volverse a su tierra, o adonde pudiese, conforme a sus deseos, acabar lo poco que, a su parecer, le quedaba de vida. Elicio, con todas las razones que supo decirle y con infinitos ofrecimientos de verdadera amistad que le ofreció, jamás pudo acabar con él que en su compañía, siquiera algunos días, se quedase. Y así, el sin ventura pastor, abrazando a Elicio, con abundantes lágrimas y sospiros se despidió dél, prometiendo de avisarle de su estado donde quiera que estuviese. Y, habiéndole acompañado Elicio hasta media legua de su cabaña, le tornó a abrazar estrechamente; y, tornándose a hacer de nuevo nuevos ofrecimientos, se apartaron, quedando Elicio con СКАЧАТЬ