Название: Empuje y audacia
Автор: Группа авторов
Издательство: Bookwire
Жанр: Социология
Серия: Ciencias Sociales
isbn: 9788432320262
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En primer lugar, para desarrollar un proyecto con la comunidad es necesario hacer una inmersión en ella para conocer y reconocer los actores del territorio (políticos/as, responsables organizativos, profesionales, representantes asociativos, ciudadanos y ciudadanas), para identificar las necesidades, los potenciales, los intereses e inquietudes de la comunidad. También para dar a conocer la entidad y el papel profesional. Esta es una línea de acción que se ha manifestado muy relevante en la implementación de nuevos centros residenciales o de día que acojan adolescentes y jóvenes. Por ejemplo, entidades del sector ampliamente reconocidas en Cataluña como la Fundación Idea[4], tienen claramente definido en su proyecto de entidad la necesidad de hacerse visibles en el barrio antes de empezar a actuar en un territorio (presentándose, organizando jornadas, difusión en las redes, estableciendo contactos y relación). A partir de este conocimiento y conexión con el territorio estarán en disposición de diseñar un proyecto social y educativo que incorpore su participación en las dinámicas comunitarias con la complicidad de los/las jóvenes. Para ellos, participar, por ejemplo, en la organización de la Cabalgata de los reyes magos o en la fiesta de Sant Jordi puede ser una magnífica oportunidad para conocer las costumbres locales y establecer relaciones y complicidades con otras personas del barrio.
En segundo lugar, este proyecto social y educativo con perspectiva comunitaria va a permitir esclarecer y abrir espacios de participación de diferente naturaleza que pueden ser útiles para favorecer el proceso educativo del/la menor, así como sensibilizar y concienciar al conjunto de la ciudadanía en torno a los derechos, las necesidades y las potencialidades de los y las adolescentes y jóvenes migrantes. Como ya hemos visto, estas estrategias pueden estar centradas en favorecer la implicación colectiva incrementando su inclusión individual y comunitaria, y, por tanto, también su empowerment, pero también pueden desarrollarse en un marco de participación más institucional en el que el/la profesional y/o el/la responsable organizativo de la entidad trabaje con los diferentes servicios y entidades del territorio para coordinar su actividad y pensar nuevas propuestas para mejorar la vida de la comunidad.
En tercer lugar, el trabajo comunitario es especialmente conocido y reconocido por sus propuestas sobre cómo impulsar procesos de transformación social de manera participativa incorporando a los actores sociales implicados en la situación que se quiere abordar, en nuestro caso, la mejora de los procesos de acogida de los y las jóvenes migrantes para que favorezcan su inclusión social. Estos procesos de planificación participativa deben basarse en un diagnóstico de la situación que debe conciliar el reto del rigor científico y la oportunidad de articular el punto de vista de los diferentes actores. En este sentido, las orientaciones de la metodología de investigación participativa (IAP) son una buena guía para orientar la estrategia para construir este proyecto común.
3. Conclusiones: trazos sobre un lienzo inconcluso
En este capítulo se ha ofrecido, en primer lugar, una reflexión en relación al interés y la pertinencia de avanzar en la construcción de un modelo de trabajo social flexible e integral que articule diferentes métodos y modelos (Palacín, 2017a). En segundo lugar, se ha propuesto el esbozo de un marco conceptual que nos ayude a hacer una aproximación globalizadora a la situación de los y las MMNA, y a orientar una intervención desde el trabajo social, que no solo debe atender las dificultades de los menores, sino tomar en consideración las sinuosidades de un sistema de protección cuyo funcionamiento descansa sobre una atención parcializada y, a menudo, con una desconexión entre organismos participantes (Kanics y Senovilla, 2010). Probablemente, en este punto categorizar la propuesta como modelo resulta pretencioso, por lo que es mejor referirnos a una «filosofía de intervención» que atraviesa las formas de conocer y de definir el proyecto de intervención.
La reflexión conducida hasta aquí sobre la relación del trabajo social con el conocimiento deja abiertas incógnitas importantes: dado que es un colectivo con características específicas, ¿requiere por ello un modelo específico? ¿O tal vez existe, entre la miríada considerable de teorías que abrazan o son abrazadas por el trabajo social, una que permita el abordaje solvente del colectivo? ¿O bien las fórmulas de intervención diseñadas son suficientemente dúctiles para acompañar trayectorias disimiles? No pretendemos, en ningún caso, cerrar el debate, pero sí apuntar algunas líneas en la conformación de una propuesta de intervención que nos permita plasmar cierta concreción.
La construcción de tal modelo debe proceder de la investigación y de la relación estrecha entre la teoría y la práctica, relación que, como se ha señalado, no es sencilla ni unidimensional sino asentada en la retroalimentación. En la configuración de los modelos teóricos tal retroalimentación suscita dudas dado que su dimensión práctica parece eludida. A lo largo de los años se han podido observar multiplicidad de construcciones teóricas, a saber, psicodinámicas, de crisis, centradas en la tarea, sistémicas, ecológicas, conductuales y/o cognitivo-conductuales, marxistas, feministas, funcionalistas, de concienciación, humanistas, constelaciones familiares y modelo ecléctico de ciclos cerrados (Du Ranquet, 1996; Payne, 2012; Viscarret, 2007; Fernández y Ponce de Leon 2011), la lista no se agota; de hecho, Davies (2013) recoge veinticuatro desarrollos teóricos y Zamanillo (2012) habla de treinta y dos modelos. La investigación, como se ha dicho, no los refrenda y resulta oportuno el develamiento de la investigación antes referida (Fernández et al., 2016), en la cual aparece un corte relevante entre la amplia productividad teórica y la dimensión práctica, centrada básicamente en el modelo sistémico y el psicodinámico o psicosocial.
Quizá una pregunta óptima sea: ¿qué hacen los trabajadores sociales en su quehacer profesional cotidiano? Quizá este quehacer nos permitirá diseñar una opción óptima de intervención. Una segunda pregunta, que ha sido apuntada anteriormente, comporta buscar un acuerdo relativo a lo que puede o no puede considerarse modelo. Si los métodos parecen asentados en el acontecer de la profesión (menos clara es la relación entre ellos), los modelos requieren un esfuerzo teórico que nos permita delimitarlos y evitar cierta confusión epistemológica (Zamanillo, 2012), y por ello, entendemos que la incidencia de una teoría en la práctica de la profesión, su permanencia, estabilidad y coherencia serían las herramientas óptimas para una delimitación cuidadosa.
En cualquier caso, parece relevante un debate entre opciones teóricas que de alguna manera nos permita gestar una filosofía de intervención óptima en general, y adecuada para el colectivo que nos ocupa y este debate debe ser generoso y amplio. ¿En torno a qué? Quizá las nociones de persona y entorno sean una base sólida (Congress, 2012). El debate está ya inscrito en la obra de Richmond para quien la noción de entorno está estrechamente ligada al individuo (1922), así como en la persona-situación avalada por Hamilton (1942). Un encuadre que pueda acoger el vínculo empático y que, a su vez, pueda enlazar al sujeto atendido con la dimensión grupal y comunitaria en la que habita, atravesada a su vez por una dimensión psicosocial.
En tal discusión tal vez podamos convocar al modelo sistémico (Campanini, 2012), desarrollo СКАЧАТЬ