Название: Empuje y audacia
Автор: Группа авторов
Издательство: Bookwire
Жанр: Социология
Серия: Ciencias Sociales
isbn: 9788432320262
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2.3. El ajuste del colectivo MMNA en el entorno
Una de las situaciones que afronta la atención al colectivo es el estrés, o síndrome general de adaptación, asociado al propio desplazamiento. Concepto de amplia difusión y no inequívoco desde una perspectiva teórica (Lazarus y Folkman, 1986). Estaría asociado a los cambios psicológicos y físicos de un organismo sometido a las presiones del entorno y, cabe poca duda, la migración es un acontecimiento estresante ya que rompe, con mayor o menor voluntariedad, la vinculación de un sujeto a su origen para resituarlo en otro donde no prima la idea de acogida. Si, además, tomamos en consideración que el tema tratado en este texto se refiere a menores, obtendríamos un sujeto no solo expuesto a la ruptura citada, sino a quedar despojados de su entorno próximo significativo (Suárez-Orozco y Suárez-Orozco, 2003). Las vicisitudes del tránsito migratorio a que se ve expuesto el menor, asociadas a un entorno de acogida poco protector y la ausencia de la familia de origen puede generar efectos perjudiciales (O’Toole, Corcoran y Todd, 2017).
Sobran las situaciones estresantes: las contradicciones del circuito generadoras de malestar sobre el futuro, experiencias de desdén ligadas a visiones estereotipadas del fenómeno, la comprensión de la lógica de los dispositivos de atención, el rechazo administrativo que, a su vez, puede configurar un rechazo identitario y derivar en sentimiento de persecución y la pérdida derivada del tránsito. La lista de estresores en la transición migratoria y posmigratoria no se agota, pero el dispositivo asistencial dirigido al colectivo, pese a sus dificultades[3], se aparenta como espacio capaz de trabajar las situaciones estresantes que se mueven alrededor de las trayectorias de este colectivo, generando un espacio de inclusiones mutuas (Mata, 2009), que pueda sintonizar con unas biografías trazadas de sufrimientos, dificultades y perdidas (Rania et al., 2014).
El reto es encontrar un equilibrio entre el respeto de su identidad y el conocimiento y respeto de los valores de la comunidad de acogida, favoreciendo que los/las jóvenes construyan una identidad personal con cierta autonomía de su grupo de iguales. Para ello es imprescindible evitar una intervención segmentada y solo centrada en ellos de manera especializada porqué favorece su exclusión, etiquetaje y la interiorización de una identidad como miembro de un colectivo estigmatizado (González, 2010). En este proceso se trata de favorecer una potenciación individual que posibilite que la persona crea en sus posibilidades, aprenda a relacionarse y aprenda con los otros, así como que adquiera una comprensión crítica de su entorno sociopolítico y desarrolle su voluntad de hacer cosas con los otros para cambiar esta situación. En este mismo sentido, es necesario destacar que la potenciación se produce en tres niveles diferentes: en el nivel personal, mediante la experiencia de tener un mayor control sobre la vida cotidiana y en la participación comunitaria; en el nivel de grupo que conlleva la experiencia de la pertenencia y el desarrollo de capacidades, y en un tercer nivel, el comunitario que se desarrolla en torno a la potenciación de las estrategias para mejorar el dominio como ciudadano o ciudadana.
2.4. El acompañamiento social en un contexto grupal y comunitario
Ya hemos destacado la importancia del reto de conectar con la vivencia de estos/as adolescentes y jóvenes para construir un vínculo que permita acompañarlos en su proceso de inclusión social, favoreciendo su participación en las diferentes fases del proceso de intervención. Este acompañamiento personalizado del/la menor es fundamental, pero también debemos tener en cuenta que parte del trabajo a realizar se desarrolla en contextos grupales y en contactos más o menos intensos con la comunidad; para lograr que la experiencia sea significativa, de compromiso con su situación, los suyos y la sociedad.
Es preciso distinguir entre la capacidad del grupo, «para dentro», para hacer crecer a sus miembros, para promover y desarrollar sus fortalezas, y su capacidad «hacia fuera» para incidir en el medio, puesto que las personas descubren sus capacidades siempre en relación a los otros. La experiencia grupal proporciona el escenario para que las personas puedan examinar y comprender sus situaciones y preocupaciones comunes, y en el acto de compartir e identificar una definición común de la situación, cada una de ellas experimenta la experiencia de poder dentro del grupo, lo que las empuja a probar dicho poder en otras relaciones y otros entornos. El grupo ofrece la oportunidad de validar el conocimiento y la experiencia de cada uno de los participantes, en su proceso se legitima su voz y sus opiniones, incrementándose la capacidad de actuar autónomamente, capacidad necesaria para influir en el medio social.
Lord y Hutchison (1993) lo explican de la siguiente manera: «A medida que la persona adquiere confianza en sí misma, se amplían las posibilidades de participación en la comunidad, participación que, a su vez, mejora la autoconfianza y el sentido de control personal» (p. 21). Está suficientemente documentada la capacidad que tiene la metodología grupal para capitalizar las fortalezas personales de cada uno de sus miembros, las alianzas creadas entre personas que se necesitan entre ellas para trabajar sobre una cuestión que les atañe a todas, genera un sistema de ayuda recíproca que se considera unos de los mayores recursos intrínsecos en la metodología de trabajo grupal. El/la profesional proporciona, para ello, un sentido de comunalidad e integración y enfatiza los beneficios de las interacciones entre las personas del grupo que están experimentando experiencias similares (Parra, 2017). La particularidad de las relaciones profesionales que se establecen es, sin duda, otro de los elementos más importantes de los contextos grupales, las personas participantes devienen sujetos y actores de la intervención. La utilización consciente del conocimiento experto de las personas es el punto de partida para el examen y la comprensión de los problemas comunes.
A la vez, nos parece primordial entender que el reto de dinamizar grupos es también el núcleo central del trabajo comunitario. Por ello nos gusta definirlo como un proceso de constitución y mantenimiento de un grupo o intergrupos en torno a un proyecto de desarrollo social. Aunque esta definición abre las orientaciones del trabajo comunitario hacia otro tipo de consideraciones que abordaremos posteriormente, nos interesa destacar, en primer lugar, el reto de contribuir a que el/la joven migrante tome consciencia de su situación social, y de que se trata de una situación compartida, y se organice con otros en un grupo de acción social en torno a un proceso de movilización para dar respuesta a sus necesidades, inquietudes y en defensa de sus derechos. Necesariamente, este trabajo de potenciación de la implicación del/la joven en la mejora de su entorno social debe empezar en la propia dinámica de vida comunitaria que se produce en el centro donde vive (en el caso de un recurso residencial) o donde ocupa parte de su tiempo (en el caso de un centro de día o de un espacio formativo). Sin duda, se aprende a participar participando, y esta cultura y forma de hacer se debe entrenar en la vida cotidiana si queremos potenciar su desarrollo en espacios más amplios de manera exitosa. Este trabajo social y educativo previo facilitará la promoción de la participación del/la joven en la vida comunitaria y, en momentos posteriores, incluso promover actividades que permitan, por ejemplo, dar a conocer su cultura de origen.
En esta línea de empowerment del colectivo, y focalizando los СКАЧАТЬ