Название: Cooperadores de la verdad
Автор: Joseph Ratzinger
Издательство: Bookwire
Жанр: Документальная литература
Серия: Patmos
isbn: 9788432153938
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4.1.
Ante el nuevo año sentimos la misma discrepancia de sentimientos que ante el viejo. Hay en él la preciosidad de un comienzo nuevo, su esperanza, sus posibilidades inexploradas. «A todo comienzo le es inherente un encanto que nos protege y nos ayuda a vivir», hace decir Hermann Hesse al campeón de su juego de las perlas falsas en el momento en que, a edad avanzada, se escapa del mundo del juego intelectual al que está acostumbrado para sentir de nuevo lo prometedor, excitante y grandioso del nuevo camino. Mas, al propio tiempo, hay también en el año nuevo un elemento intranquilizador propio del futuro, cuyos caminos desconocemos, así como una continua disminución de nuestra parte de futuro. ¿Qué se debe decir como cristiano en el momento del tránsito? Ante todo, hacer lo genuinamente humano a que ese momento nos insta: aprovechar el momento de reflexión para ganar distancia, visión panorámica, libertad interior y disposición paciente para seguir adelante. Un viejo filósofo pensó hace ya tiempo que el hombre se distingue esencialmente del animal porque con su cabeza emerge, por así decir, del agua del tiempo. Los animales serían como peces flotando en el agua, arrastrados únicamente por el tiempo. Sólo el hombre podría mirar fuera de ella y así dominar el tiempo. Ahora bien, ¿lo hacemos verdaderamente así? ¿No somos también nosotros simples peces en el mar del tiempo, arrastrados por las corrientes, sin abarcar con la mirada ni el lugar de donde viene ni al que va? ¿No quedamos completamente absorbidos en los pormenores de la vida cotidiana, en sus continuos apuros y necesidades, de cita en cita, de deber en deber, de suerte que somos incapaces de percibirnos a nosotros mismos? De ser así, éste debería ser el momento de emerger, de intentar mirar un instante por encima del mar al cielo y sus estrellas, que se hallan sobre nosotros, a fin de entendernos también a nosotros mismos, deberíamos intentar meditar sobre el camino recorrido y hacer valoraciones, esforzarnos en reconocer en qué hemos errado, qué es lo que ha obstruido el camino hacia nosotros y los demás. Deberíamos hacerlo así para apartarnos íntimamente de ello, a fin de que de ese modo el camino hacia el nuevo año sea para nosotros realmente un progreso, un seguir adelante.
5.1.
En la liturgia de la Iglesia el año nuevo es sencillamente el octavo día después de la Navidad, después del nacimiento del Señor. El octavo día después del nacimiento tiene un profundo significado en la liturgia y en el derecho de Israel: es el día de la circuncisión e imposición de nombre, es decir, el día del ingreso legal en la comunidad de Israel, de compartir su promesa y el peso de su ley. El hombre no nace ya acabado con el nacimiento biológico, pues no consta sólo de biología, sino de espíritu, lenguaje, historia, comunidad. Pero para todo ello precisa de los demás, de los contemporáneos, que le proporcionan lenguaje, comunidad, historia, derecho. El octavo día en la vida de Jesús significa que el Señor consiente en adquirir jurídicamente carta de naturaleza en su pueblo. Dios ha adquirido carta de naturaleza en este mundo y ha adoptado un nombre que lo acredita como ciudadano de nuestra historia y permite llamarlo como hombre. Mas, también a la inversa, sólo por su introducción en la historia se consuma el oscuro secreto de nuestro nacimiento. El comienzo humano, que se halla indeterminado en sí mismo entre bendición y maldición, ha asumido el signo de la bendición. Desde entonces nuestro signo astral es él, el Niño nacido y naturalizado que lleva nuestra historia humana hasta Dios. Del octavo día forma parte, por último, lo siguiente: es el día de la resurrección y, a la vez, el día de la creación. La creación no perece, inmigra a la resurrección. De ese modo, el octavo día se torna símbolo del bautismo, de la esperanza en general: la resurrección, la vida del Niño es más fuerte que la muerte. Nuestro camino es esperanza. En medio del tiempo que pasa hay un comienzo nuevo que ha surgido con la entrada de la vida eterna.
6.1.
«¡Vamos a Belén!» Estas palabras de los pastores han encont rado, como pocas palabras bíblicas, un eco radiante en nuestra patria. Nuestros antepasados se sentían personalmente aludidos por ellas, pues podían identificarse con los pastores. Ellos mismos lo eran. Podían acompañarlos en su camino. A nosotros nos resulta más difícil, pues nos hallamos muy alejados de la sencillez de los pastores. Sin embargo, podemos hallar consuelo al respecto en que los Magos de Oriente, los representantes de una cultura refinada —en los que nosotros estamos de algún modo representados—, encontraron finalmente el camino del nacimiento (...). ¿Por dónde pasa realmente el camino? En sus palacios y mansiones los hombres no oyeron al ángel. Dormían. Los pastores eran hombres vigilantes. Esa vigía del corazón, la disposición a escuchar la llamada de Dios, que no se había extinguido, es lo que une a los Magos de Oriente, a las almas delicadas con los pastores y les hace encontrar el camino. Ésta es, pues, la pregunta: ¿estamos nosotros verdaderamente despiertos? ¿Somos libres, somos ágiles? ¿No estamos todos secretamente enfermos de esnobismo, de escepticismo altanero? ¿Puede oír la voz del ángel quien ya de antemano sabe con seguridad que no va con él? Aunque la oyera, tendría que darle otra interpretación. ¿Puede oírla, por su parte, quien se ha acostumbrado a juzgarla con altivez? Cada vez entiendo mejor por qué San Agustín consideraba la humilitas, la humildad, como el núcleo del misterio de Cristo. Nuestro corazón no está despierto, no es libre. Sin embargo, queda el consuelo de que también las almas delicadas pueden ser pastores si tienen esto en común con ellos: estar despiertas y ser libres.
7.1.
La espléndida visión del profeta Isaías ha inspirado el espíritu y el corazón de la cristiandad acerca de la adoración de los Magos en Belén mucho más que la sencilla narración del Evangelio de San Mateo. Nuestras representaciones del nacimiento sólo toman de San Mateo el núcleo, sus detalles proceden de la audaz visión del profeta: los dromedarios, los camellos, las riquezas de los pueblos están tomadas de él. Así se inclinan la belleza y la grandeza de la tierra ante la pobreza, ante el Niño en el establo. Mas ¿no es esto, en verdad, meramente un sueño que debería ceder ante la sobria y escueta realidad? Isaías no retrata un momento determinado, su visión contempla siglos enteros en lontananza. Después de tanta oscuridad y tanta decepción, parte de Sión una luz que irradia sobre el mundo, una peregrinación de toda la tierra arrastra hacia allí, el corazón de Israel vibra de alegría ante el repentino fulgor. ¿Es esto un sueño? ¿O no es, más bien, la verdad? ¿No llega de hecho del corazón de Israel una luz que brilla a través de los siglos? Los Magos del Evangelio son sólo el comienzo de una inmensa peregrinación en la que la belleza de esta tierra ha sido colocada a los pies de Cristo: el oro de los mosaicos paleocristianos, la luz irisada de nuestras grandes catedrales, la glorificación de las piedras, los himnos navideños de los árboles del bosque van dirigidos a Él. Tanto la voz humana cuanto los instrumentos musicales han creado las melodías más bellas cuando se han echado a sus pies. Hasta el dolor del mundo y sus penas van hacia Él, para hallar por un momento alivio y comprensión en el Dios indigente.
8.1.
Quien hoy día va como cristiano en peregrinación a Jerusalén deberá visitar, en cualquier caso, los dos grandes focos de la historia del Viejo y el Nuevo Testamento: de un lado, la Iglesia del Santo Sepulcro, de otro, la pared occidental del Templo, que es conocida bajo el nombre de «muro de las lamentaciones». Con doce años aproximadamente, los jóvenes adolescentes de Israel son llevados a esta pared del templo, para someterse allí, ante la pared del Torá, a una especie de examen del catecismo. No se sabe la antigüedad del rito al que se someten los jóvenes de doce años, que tras él pasan del recogimiento de la familia a la gran comunidad, al servicio público de Israel. Mas, tenga la antigüedad que tenga, este acontecimiento puede ayudarnos mucho a entender la historia de Jesús a los doce años de edad, pues a Él le ocurrió evidentemente algo semejante. Vemos como José y María inician a Jesús en la ley de Israel, y como, por decirlo así, lo introducen por vez primera en la actividad pública de su pueblo. Mas, al propio tiempo, vemos también como el Señor hace algo distinto del examen referido: de interrogado СКАЧАТЬ