La Fantasma. Nuri Abramowicz
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Название: La Fantasma

Автор: Nuri Abramowicz

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Avalancha

isbn: 9789874795717

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СКАЧАТЬ voy a encargarme de que sea así.

      Guido podía dejar que Miseria me basureara, pero no iba a permitir que fuera él quien pusiera las condiciones de trabajo.

      —Que demuestre que sirve y ahí nos fumamos uno todos juntos. Si me manda una boludez, entonces el que más negra la va a tener vas a ser vos: Aníbal se va a enterar que trajiste a una idiota para guionar.

      Miseria sacó el atado de cigarrillos vacío, anotó su dirección de mail ahí y me la pasó.

      —Si mandás mierda, recibís mierda. —Miseria me hablaba y yo no era capaz de mirarlo—. Adentro y afuera es lo mismo, ése es el ABC de los pelotudos que estudian astrología, deberías saberlo si querés el trabajo.

      Se rió como si hubiera dicho algo gracioso.

      —¿Y yo qué mierda hice para que me dijeras todo lo que me dijiste recién?

      —Me pediste que te dijera qué veía en tu mapa natal. —El tono de Miseria era genuinamente casual y desapegado—. ¿Paga el canal, no?

      Guido asintió. Miseria se puso de pie y luego de hacer un gesto parecido a un saludo empezó a bajar las escaleras.

      TRES

      Todos los meses le paso plata a mamá. Se la doy en mano, no quiere transferencias bancarias. Mamá está convencida de que la AFIP vigila cada uno de los movimientos de su cuenta para multarla. Ella tiene un par de cocheras y un departamento que le aseguran una renta mensual, yo si no facturo no tengo dónde caer muerta; ella no trabaja desde hace años, yo desde los dieciséis tuve que arreglármelas sola; ella vive en un departamento de cuatro ambientes, aunque aproveche menos de la mitad del espacio, yo alquilo un dos ambientes interno. Así y todo, le paso plata todos los meses. En mano.

      Me abrí camino para entrar al cajero automático pasando por encima de un tipo que dormía sobre cartones, justo en la entrada. Retiré diez mil pesos y fui hasta la parada del colectivo tratando de recordar qué fue lo que me dijo Guido. Creo que quedamos en que me llamaba en estos días o yo a él, no sé. Sentí la vibración en la cintura, saqué el teléfono segura de que Guido me llamaba para pedirme perdón de rodillas por el infierno de recién. Era mamá; quise ignorarla pero me di cuenta de eso tarde, cuando la escuché hablar.

      —Qué hacés, nena, dónde estás.

      Mamá grita cuando habla por teléfono porque dice que con el ruido de fondo no oye.

      —Mamá, cómo te va.

      —Te llamé dos veces y no me contestabas.

      —Acabo de salir de una reunión de trabajo.

      —Ah. Oíme, ¿cómo hago para bloquear a alguien de Facebook sin que se dé cuenta?

      —Le ponés acceso restringido, pero se va a dar cuenta porque no va a poder ver tus fotos ni lo que posteás.

      —No me importa. No quiero tener a Nélida chusmeando mi vida, se la pasa mirando mis fotos para después criticarme. Bastante con tenerla de cuñada. ¿Venís?

      La familia política: ese oscuro espejo que nos refleja.

      Le corté sin contestarle, pensé que el colectivo que doblaba en la esquina era el mío y tenía que apurarme en subir, pero me equivoqué. De todas maneras mamá no se haría problema. A las personas prepotentes no les molesta que les devuelvan con la misma moneda.

      Allí, esperando, la calle seguía siendo un horno, pero a mí ya no me importaba, se me había atrofiado el termostato interno, además del estado de ánimo, la autoestima y la confianza en la vida. La única certeza que tenía era que la ciudad se afeaba a la velocidad de la luz. ¿Cuándo fue que taparon los adoquines centenarios con petróleo en forma de asfalto? ¿Por qué nadie protestó cuando en todos los barrios demolían las casas que ayudaban a que el aire circulara más limpio y fluido y las reemplazaron por estos edificios berretas? ¿En qué momento se nos hizo habitual que familias enteras buscaran comida adentro de tachos de basura? Recordaba que las cosas alguna vez habían sido diferentes, pero el recuerdo se me volvía cada vez más vago. Atardecía, el cielo estaba anaranjado y abajo, en la calle, se sentía clima de incendio.

      Abrí la puerta del departamento y el olor a veneno se metió directo en mi garganta. Mamá, obsesionada con los insectos, no deja pasar un día sin rociar algún ambiente. Es metódica y prolija, tiene un calendario pegado con imanes en la heladera: lunes, cucarachas; martes, hormigas; miércoles, ácaros; jueves, pececillos de plata; viernes, polillas; sábado, cucarachas de nuevo; domingo, palo santo en toda la casa para mantener afuera la mala onda.

      Mientras caminaba hacia el escritorio, su lugar favorito desde que descubrió las redes sociales, iba apagando las luces del living, el baño, el pasillo y la cocina. Me deprimen las casas oscuras, son de viejo, dice mamá cada vez que le hago notar que está derrochando energía. Si ella pagara la factura de luz, sería capaz de iluminar el departamento con velas y decirme que lo hace porque es más chic. En la cocina, casi como un acto reflejo, abrí la heladera: dos potes de yogur descremado y algunos tomates. Apagué la televisión encendida a un volumen perjudicial para la cordura y ahí mamá se dio cuenta de que no estaba sola.

      —¡Nena! Estoy acá.

      La encontré tal como imaginé, sentada frente a la computadora, maquillada como si estuviera por salir, comiendo naranjitas disecadas. Me vi a mí misma dentro de treinta años y, con solo pensarlo, el mundo se me volvió un lugar un poco más hostil. Ella giró la cabeza y me señaló la pantalla.

      —Mirá la hija de Perla, ganó un premio y se fue a recibirlo a Miami. ¿Podés creer? Ya está, no tiene de qué preocuparse esa, con lo mosquita muerta que fue siempre.

      —Son las fotos de las redes, mamá, no va a subir fotos en donde se la vea agobiada con su vida.

      —Y menos si vive una vida de reina, ¿no?

      Me miró un instante y volvió a mirar la pantalla, moviendo el cursor para seguir viendo imágenes de hoteles de lujo, piletas de natación inmensas y gente brindando.

      No tenía sentido contestarle.

      —El sábado hay un baby shower en lo de Carina, ¿vas a ir o no te invitó?

      —Sí, me invitó, ¿cómo te enteraste?

      —Por el instagram de Susana. Subió unas fotos cómicas envolviendo ropita de beba para regalarle. —Su gesto se tiñó de un matiz sufrido—. No creas que no me da envidia que tenga a su segundo nieto y yo acá, en la nada.

      Pensé en asesinarla, pero seguro me daría vuelta las cosas y conseguiría usar mi propia fuerza para matarme.

      —Te traje diez mil pesos, ¿dónde te los dejo?

      —Dámelos. —Estiró la mano con la que no sujetaba el celular—. Diez no me va a durar nada, ¿sabés, no?

      Hace años que no escucho a mamá decir la palabra gracias.

      —¿Qué pasa con la pensión y jubilación? ¿La estás cobrando, no?

      Ahora venía la parte en la que me trataba de tarada.

      —¿En qué país vivís? ¿Vos sabés lo que СКАЧАТЬ