La Fantasma. Nuri Abramowicz
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Название: La Fantasma

Автор: Nuri Abramowicz

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Avalancha

isbn: 9789874795717

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СКАЧАТЬ Ramiro no insistió en demostrarme que estaba equivocada y no juzgó mi amor loco y paranoico hacia la perra.

      Salimos cuando todavía era de noche, para ver el amanecer en la ruta. Llené el termo de agua y cebaba mates mientras él manejaba. Bishú miraba por la ventana del asiento de atrás. Paramos en Atalaya, comimos medialunas y volvimos a cargar el termo. Estábamos eufóricos, nos reíamos acordándonos de la mala suerte que tuvimos en Atlántida. Cuarenta kilómetros antes de llegar, a Ramiro le entró un mensaje. Como él manejaba, se lo leí yo.

      —Es de tu mamá: “Estamos con papá, Romina, Antonio y la gordita. Los esperamos con un asado. ¡Besos!”

      Nos miramos estupefactos.

      —¿Tus viejos y tu hermana con la familia están ahí y no te avisaron antes?

      —Estoy tan sorprendido como vos.

      La gente que sufre un accidente, cuando lo cuenta, coincide en lo bestial que es el shock de pasar del estado de bienestar al otro. A nosotros el impacto nos dejó mudos el resto del viaje. Bishú estaba ahora sobre mi regazo y cuando bajé la ventana para dejar que entrara el aire y me ventilara un poco la mente, sacó la cabeza. Ella estaba feliz, yo quería tirarme a la autopista.

      Llegamos a media mañana con un sol que lastimaba. La familia de Ramiro nos recibió con sonrisas, abrazos y besos.

      —¡Qué suerte que vinieron! Ahora sí estamos todos.

      Mi suegra me dio un abrazo, mi suegro me palmeó en la espalda y mi cuñada le hizo una seña a su marido para que trajera un par de sillas y nos uniéramos a la mesa de vermut.

      Ramiro y yo intercambiamos miradas, mientras nos traían una lista con turnos para bañarse y cocinar y posibles torneos de póker y Burako.

      —Después vemos todo esto, mamá, estamos agotados, arrancamos antes de que amaneciera.

      —¡Claro! Acomódense en la habitación amarilla.

      La habitación amarilla era la que usaban Ramiro y su hermana cuando eran chicos, antes de construir el altillo que tenía cama matrimonial, la que ahora ocupaban mi cuñada, su marido y la gordita. La habitación amarilla tenía una cama marinera y otra de una plaza.

      —Vení, ayudame a poner esta cama al lado de aquella así dormimos juntos.

      Ramiro arrastraba la cama de una plaza hacia la marinera mientras yo, petrificada, miraba el acolchado de florcitas naranjas y rosadas.

      —¡Dale, Mumi, no puedo solo!

      —Vámonos a un hotel, no voy a aguantar diez días acá.

      —¿Con qué plata?

      Ramiro me miraba como si estuviera delirando.

      —Con la que tenemos. Nos alcanza para la mitad del tiempo, pero vale la pena.

      —¿En qué hotel nos van a aceptar a la perra?

      Bishú estaba rasqueteando la puerta con las patas del lado de afuera para que la dejáramos entrar y yo hablaba en susurros enérgicos.

      —No sé, a lo mejor encontramos un apart.

      —¿Sabés cuánto cuesta un apart? Ya está, hicimos todo este viaje.

      —Justamente. Hicimos todo este viaje para tener unas vacaciones juntos, los tres. Si sabíamos que tu familia se instalaría…

      Me abrazó, más para ahogar mi protesta que para demostrarme su afecto.

      —Las cosas no salen siempre como las planeamos, pero lo importante es la onda que le pongamos, ¿o no?

      No estaba dispuesta a ceder tan fácilmente a todo lo que tenía planeado: unas vacaciones románticas antes de tener un hijo.

      —Ellos sabían que nosotros estaríamos acá, ¿no podían venir en otro momento?

      —Basta Amanda. —Finalmente le rompí las pelotas—. La casa es de ellos y tienen derecho a usarla cuándo y cómo quieran. Si querés volverte, te acompaño a la terminal. Si te quedás, poné buena onda y cambiá la cara.

      Me quedé. Fueron diez días de sol radiante, mate con facturas a la tarde, asados a la noche, películas con Ricardo Darín y Anthony Hopkins, conversaciones sobre fútbol y chismes. Caminé mucho con Bishú por la orilla del mar, no tuve la necesidad de ponerle el chaleco salvavidas porque no se animó a mojarse mucho más que las patas. Eso sí, lo de coger a la luz de las velas quedó pendiente.

      —Sí, me interesa el trabajo.

      Miré a Guido con total seguridad.

      —Perfecto. Armo una reunión con Miseria para el miércoles, ¿te parece?

      —¿Miseria?

      —El astrólogo. Se llama así.

      DOS

      Mediados de noviembre y la ciudad ya es un horno, no quiero ni pensar lo que va a ser enero en Buenos Aires. Me bajé del colectivo en Ángel Gallardo y caminé hasta el bar que está en diagonal al monumento al Cid Campeador. Hay pocas esculturas en la ciudad y de las que hay, la mitad, por lo menos, deben ser de tipos montados a caballo. Guido ya estaba sentado cuando llegué. Se puso contento de verme.

      —¿Qué tomás? ¿Café, gaseosa o qué?

      Ahora, cuando lo pienso, más que contento diría que Guido estaba aliviado de tenerme ahí.

      —Agua fría con limón. ¿No llegó el astrólogo?

      Guido le hizo una seña al mozo mientras me miraba y negaba con un gesto. Alrededor había solamente otras dos mesas ocupadas. En una, un señor tomaba un café con leche mientras leía el diario, y en la otra, dos jubilados jugaban concentrados al dominó. Guido me miró y tuve la certeza de que quería preguntarme algo que no tenía nada que ver con el trabajo.

      —¿Qué tal tu hijito?

      Hablé primero para no darle lugar a que me preguntase nada.

      —Bien, divino. Duerme, llora, le cambiamos los pañales… ¿qué otra cosa te puedo decir, no?

      En ese momento se abrió la puerta del bar y la versión argentina de Iggy Pop entró y miró para todos lados buscándonos. Flaco hasta lo humanamente posible y sin embargo fibroso, pómulos marcados, ojos azules, jeans y musculosa ajustada, una cadena corta con un candado en el cuello y zapatillas. Saludó al tipo de la barra y se acercó a nuestra mesa. Guido y yo nos paramos para saludarlo, pero él nos hizo un pedido, antes de realizar cualquier otro gesto.

      —¿Les jode si vamos arriba para que pueda fumarme un pucho?

      Miseria ya estaba caminando hacia las escaleras. No escuchó los por supuesto y claro y vamos que le respondimos.

      Puse un pie en la terraza y recibí una trompada de viento que hervía. No era un lugar que estuviera preparado para los clientes, pero se ve que a Miseria lo conocían. Había algunas sillas de plástico apiladas y una mesa de hierro despintada que decía Quilmes СКАЧАТЬ