Название: Las Escuelas De La Sabiduría Ancestral
Автор: Dr. Juan Moisés De La Serna
Издательство: Tektime S.r.l.s.
Жанр: Книги для детей: прочее
isbn: 9788835422969
isbn:
No sería por falta de inteligencia en aquel lugar, en donde se trataba de ir dando solución a los problemas que surgían poco a poco, buscando siempre el mejor beneficio para los aldeanos.
En un corto espacio de tiempo había aprendido tanto a valorar lo poco que me quedaba, convirtiéndose en una de mis prioridades el mantenerme vivo, algo de lo que no me había tenido que preocupar nunca, pues daba por hecho que, a la mañana siguiente, surgiría un nuevo día lleno de oportunidades que aprovechar.
A pesar de lo cual, nada me excusaba de cumplir con mi juramento, ese que me obligaba a anteponer mis creencias y principios incluso ante mi propia vida. Y es precisamente eso lo que me ocurrió un día de tormenta, en que continué caminando a pesar de que se había levantado un gran vendaval y con ello el aire se había llenado de partículas de polvo en suspensión que danzaban al son del viento, el cual caprichosamente descargaba su rabia en uno u otro sentido, sin orden ni concierto.
Una sufrida melodía, pues no sólo molestaba a la vista, ya que apenas sí se podía distinguir nada más allá de unos escasos metros por delante, sino que era dañino para la piel, pues era como mantenerse debajo de una cascada de arena que sin que te des cuenta, va poco a poco despellejándote, desprendiéndote trocitos como si fueses una monda de manzana, hasta que, sin darte cuenta, te podías encontrar con graves heridas e incluso llagas producidas en escasos minutos. Una breve experiencia que luego tenía difícil curación, ya que la piel raramente se recupera de un accidente como éste, y mientras lo hace es propensa a que se produzcan infecciones.
Precisamente, estaba intentando sortear una de estas tormentas que oscurecen el día, casi sin avisar, dejando a cualquier transeúnte expuesto a la intemperie, sin darle tiempo a buscar cobijo donde guarecerse hasta que pasase el temporal. Entonces fue cuando a lo lejos oí algo, al principio no pude distinguir si se trataba de algo más que del silbido ensordecedor del viento, pero al poco estaba más claro, sin duda se trataba de unos gritos humanos.
En ese momento recordé cómo otros antes que yo habían sufrido experiencias similares, en mitad de la tormenta, cuando se piensa que no hay nadie a su alrededor, empiezan a escuchar voces que le llaman, a veces son muy claras, y otras esquivas como el viento que las trae, pero estas cesan en breve.
En cambio, a medida que avanzaba entre aquella espesa cortina de arena, cada vez se va haciendo más y más claro aquel constante sonido, aunque había aprendido a no meterme en asuntos que no me concerniesen, ya que vería expuesta mi delicada posición, a pesar de ello no pude por más que atender aquella frágil y lastimosa llamada.
Aun sin saber cómo, traté de dirigirme hacia donde provenían aquellos gemidos, que a pesar de que no se viese demasiado, tenía claro que debía de estar próximo para poderlo oír con tanta claridad.
Andando con sumo cuidado, tanteando en la espesura, tal y como se hace cuando no se puede ver, conseguí encontrar algo que era áspero y duro, quizás una roca. Aquello era buena señal, pues significaba que lo que oía podía provenir de algún refugio próximo y por tanto era un lamento de desesperación por la continua tormenta sin fin.
Seguí palpando hacia un lado, procurando no tropezar, pues es sabido que dónde hay una roca, hay muchas más. Además, aquellas piedras me servían de barrera natural contra el viento que venía de frente, por lo que mi visión mejoró en sobremanera, apoyando mi espalda con las rocas, traté de adivinar de dónde provenía aquel sonido continuo.
Sin separar mi espalda de aquella sólida y hosca pared de arenisca prensada, seguí dirigiéndome hacia lo que parecía la entrada a una cueva, la cual no había podido advertir en la distancia, pues nada se veía, de hecho, no recordaba haber visto ninguna montaña, desde donde me encontraba, antes de que empezase la tormenta.
Por fin llegué al origen de aquel incesante griterío, en donde vi a un pequeño, que no tendría ni cumplido los ocho años, asustado, llorando a pulmón abierto, intentando que sus padres le sacasen de allí, pero ellos parecen ser que le habían abrazado con la esperanza que fuese más fuerte su cobijo que la tormenta, aun exponiéndose ellos mismos a perder la vida, como así había sucedido.
Una dramática imagen que no dejaba dudas de lo que debía de hacer a continuación. Cualquier prófugo perseguido por una sentencia de muerte, ante mi situación, habría tratado de poner su propia vida a salvo antes de exponerla por un desconocido, pero se trataba de un niño y eso cambiaba mucho la situación. Los padres entregaron sus vidas arropando al pequeño, pensando que eso le protegería, pero si nadie lo sacaba de allí su sacrificio sería en vano, pues las arenas terminarían de enterrar sus cuerpos ya casi consumidos por los abrasadores granos.
A él en cambio, le cogí entre los brazos y le saqué de aquel improvisado refugio que se había convertido en una trampa mortal, pues si no salía de allí pronto acabaría como sus progenitores. Como pude intenté tranquilizarlo, y tapándolo con parte de mi vestimenta lo llevé con prisas lejos de allí.
Aunque no sabía hacia dónde dirigirme, tenía claro que era demasiado arriesgado quedarnos cerca de aquellas montañas, pues a pesar de que frenaba el avance de las arenas, permitiendo cierto grado de visibilidad, hacía que ésta se acumulase con rapidez, y que cayese sobre quien allí se encontrase debajo, sepultándolo en vida.
Tanteando llegué hacia el final de la pared de aquella montaña, y echándome a aquel pequeño entre los brazos corrí en dirección contraria a las rocas, alejándome de ellas lo más posible.
Ahora, por extraño que pareciese, debía de pensar también en aquel pequeño, que aun cuando nos estábamos alejando del peligro, no hacía más que gemir y quejarse. Nunca había tenido que asumir una carga tan grande como la vida de otra persona, pues, aunque había tenido que asistir a muchos enfermos, y había tratado de salvar a alguno en circunstancias extremas, esto no era lo mismo.
Aunque él no había acudido a mí, solicitando mis servicios, ni tan siguiera lo habían traído sus familiares, desesperados por no encontrar cura alguna de sus males, solamente había hecho lo único que pudo en esos momentos, llorar.
Un llanto que había roto es estruendo rugir de las arenas chocando entre sí y contra todo lo que se le interpusiese, que, como león furioso, persigue y acaba con cualquier presa que se le ponga cerca, únicamente por el placer de cazarla. Pero no estaba dispuesto a ser capturado, ni a dejar que se cebase con aquel pequeño, así que seguí y seguí, sin detenerme, con aquel pequeño, que cada vez me pesaba más en mis brazos y no me detuve ni un instante.
Y como había aparecido, de improviso, en un abrir y cerrar de ojos, aquel asfixiante estruendo de polvo y viento se detuvo, y volvió a la más absoluta calma. Los impetuosos aires cesaron y las arenas cayeron suavemente, cual roció mañanero, y una ligera y agradable brisa apareció, dando así por finalizada aquella furiosa tempestad.
Me detuve complacido y miré en todas direcciones y solo vi dunas a mí alrededor, y ni rastro de aquellas rocas, ni de la familia de este pequeño. Las siluetas del paisaje habían cambiado, por lo que me tuve que guiar por el sol para orientarme de nuevo.
Después de deshacerme de gran cantidad de arena que se había acumulado entre mis ropajes y de dar de beber a aquel niño, recuperé el curso que seguía hacia mi destino, el cual estaba en el nacimiento del gran río, donde acababan las fronteras del gran imperio, desde donde salir de estas queridas tierras, que con tanto entusiasmo me había acogido y del cual tenía ahora que huir para que no acabasen conmigo.
Mi nombre había sido borrado de cualquier texto sobre piedra en que estuviese escrito y castigado aquel que pronunciase mi nombre en presencia de algún alto cargo. Condenado a muerte, exiliado al olvido, un extraño final para quien no tuvo mayor СКАЧАТЬ