Tres (Artículo 5 #3). Simmons Kristen
Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Tres (Artículo 5 #3) - Simmons Kristen страница 6

Название: Tres (Artículo 5 #3)

Автор: Simmons Kristen

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Artículo 5

isbn: 9789583063329

isbn:

СКАЧАТЬ —dijo Sean, señalando a una figura solitaria, de pie, en la calle, sobre la línea amarilla del medio.

      Antes de que pudiera detenerlo, Sean corrió hacia la figu­ra. Yo lancé una última mirada a la redonda en busca de cualquier movimiento en las casas y luego corrí tras él. Al acercarnos reconocimos el vacilante paso, y las dos muletas metálicas se hicieron evidentes.

      Sean no detuvo la velocidad de su marcha para arrastrar a Rebecca fuera de la calle. Ella alcanzó a soltar un grito de sorpresa y acto seguido puso resistencia, hasta rodar sobre el pasto mojado. Salpicaduras de barro impregnaron su ropa y le mancharon la cara.

      —¡Qué pasa contigo! —la increpó Sean—. Debemos evitar las carreteras. Te lo dije.

      Sentada y con las piernas extendidas al frente, Rebecca se recompuso. Había perdido las muletas con la caída, y allí, donde por lo general estas abrazaban sus brazos, la piel estaba herida, sangrando. Intenté ocultar mi gesto de impresión.

      —¿Te preocupa que me atropelle un auto? —le dijo a Sean con mirada insolente, las mejillas manchadas y los brazos abiertos a la calle a nuestra espalda.

      —Sí, Becca. Justo eso.

      —Ya no más, los dos —les dije, y me interpuse entre ambos—. Nunca se sabe quién puede ocultarse en un lugar como este. Eso es todo lo que está tratando de decirte.

      —Lo que está tratando de decir es que soy una niña, eso es todo lo que…

      —Si solo dejaras de comportarte como…

      —¡Sean! —le dije, y le indiqué la carretera—. Ve a buscar a los otros. Te seguiremos.

      Sean entrelazó las manos detrás de la nuca y luego las dejó caer, frustrado.

      —Vale —dijo y desapareció en el pastizal bajo la lluvia.

      Respiré profundo para llenarme de paciencia y me acuclillé a su lado.

      —Déjame ver tus brazos.

      Los mantuvo pegados a su cuerpo, con la mirada fijada en la dirección por donde había partido Sean… Su labio inferior temblaba.

      Intenté descongestionarme el pecho.

      —Se preocupa por ti, eso es todo.

      —Me odia —dijo tan bajo que apenas si la oí.

      Cogí sus muletas para ocupar mis manos con algo. Aunque Rebecca no lo dijera, yo sabía que nos culpaba de su desgracia. Me dije, por enésima vez, que con nosotros estaba mejor que con la OFR, que nosotros no la acarrearíamos de aquí para allá ni la exhibiríamos para alejar a los ciudadanos de la perversión. Pero al verla allí sentada en un pozo de lodo, con los brazos con llagas relucientes sin siquiera intentar proteger su cara de la lluvia, no pude menos que cuestionarme.

      Cosa que no significaba que iba a permitirle rendirse.

      —Levántate —le dije—. Ya basta de compadecerte.

      —¿Qué dices?

      —Ya me oíste. Levántate.

      Se resistió, y al ver que yo insistía, me arrebató las muletas. Apenas si dejó ver una mueca de dolor al asegurar las abrazaderas a sus antebrazos.

      —No es lo más fácil del mundo, por si no te has dado cuenta —dijo, y yo sabía que no lo era; y haría cualquier cosa por remediarlo, pero también sabía que para sobrevivir por aquí no podía rendirse.

      Luché contra la compasión que me carcomía por dentro y enarqué una ceja.

      —Tampoco es fácil escabullirse todas las noches de una instalación de seguridad para tontear con un guardia.

      Abrió sus enormes ojos de azul glacial.

      —Ember…

      —Tienes que volver al minimercado —dije, y cambié de tema—: Sean te llevará…

      —Ember —dijo señalando la bolsa de basura que yo había dejado en el suelo a un lado—¡El radio!

      La luz roja titilaba verde: la boca de la bolsa se había abierto cuando la puse allí, y ahora la caja irradiaba una pá­lida luz verde jade que se reflejaba en la bolsa negra de plástico. Agarré de inmediato el paquete entero, ansiosa por responder, pero a sabiendas de que no podía hacerlo: la lluvia arruinaría el aparato.

      —Vamos.

      Me tomó un segundo ponderar las consecuencias y corrí en dirección a la casa más cercana con el radio apretado a mi pecho, para nada dispuesta a perder el primer contacto con el equipo de Tucker. Hasta donde yo sabía, ellos eran los únicos que podían dar razón sobre qué había ocurrido con el refugio.

      Ya protegida bajo el zaguán de piedra a la entrada, saqué con rapidez la caja metálica de la bolsa plástica y puse el aparato sobre el sucio cemento. Gotas de agua se acumularon por encima de la tapa metálica e intenté en vano secarlas con la manga mojada de mi camisa.

      Rebecca llegó, jadeando. Poco acostumbrada a despla­zarse con rapidez con las muletas, se estrelló contra la pared, pero logró sostenerse en pie.

      —¿Sabes usar esa cosa?

      —Sí.

      En teoría. Ya quisiera yo a alguno de los otros aquí conmigo. A pesar de que Chase me había indicado paso a paso el proceso, la verdad es que nunca había usado una radio BC antes.

      —¡Contesta, entonces! ¡Date prisa! ¡No vayas a perder la llamada!

      —Tú vigila —le dije.

      Descolgué el negro micrófono de mano, y desenredé la cuerda que lo envolvía. La luz dejó de titilar.

      —No.

      Me aseguré de que el disco estuviera en la frecuencia que habíamos acordado y oprimí el botón donde se leía “recepción-transmisión”, rezando por que no fuera demasiado tarde.

      —¿Hola? —intenté—. ¿Hola? ¿Me escucha?

      —¿Qué ocurre? —preguntó Rebecca.

      —Vamos —le dije, y oprimí de nuevo el botón para aceptar la llamada. De nuevo—. Por favor, alguien, conteste.

      —Tranquila, tómate tu tiempo —escuché la voz asordinada del asesino de mi madre.

      Me senté a gusto sobre el pavimento húmedo y solté un gran suspiro. Rebecca frunció su profundo ceño.

      —Bueno, pues usted sí se tomó el suyo para llamar —dije con la garganta apretada, como siempre que hablaba con Tucker Morris—. ¿Todo bien?

      —Sí —dijo, pero luego titubeó—. Hasta ahora, todo bien. Siento no haber podido llamar antes. No fue fácil la conexión.

      Había un dejo pesado en su tono, de manera que sospeché que algo malo había ocurrido. Pero no podíamos discutirlo СКАЧАТЬ