Las detenciones y allanamientos arreciaron a partir de la creación de la Sección Especial para la Represión del Comunismo (SERC) de la Policía de la Capital. La temible SERC fue concebida por el titular de la Subprefectura de Seguridad de la fuerza, teniente coronel Carlos Hilario Rodríguez, y tuvo entre sus responsables a Leopoldo Lugones (hijo), alias “Polo”, quien pasó tristemente a la historia como el inventor de la picana eléctrica. La sección actuaba con gran virulencia, por lo que muchos de los miembros del PCA vivían ocultos o circulaban con documentación falsa. Ernesto, que por entonces había adoptado el apodo de Ferri, sintió en carne propia aquel asedio. Un día el departamento donde se hallaba escondido fue sorpresivamente allanado y tuvo que huir saltando por una ventana hacia el techo de una casa lindera.
En 1931 Sabato participó del relanzamiento de Insurrexit, un grupo estudiantil con fuerte respaldo de la intelectualidad del Partido Comunista que había nacido en 1919 como primer nucleamiento estudiantil de izquierda con impronta libertaria, y que había durado dos años. En esta nueva encarnación, aglutinó a destacados referentes del marxismo vernáculo y operó como cantera de nuevos militantes, muchos de los cuales ingresaban a sus filas sin tener filiación comunista. Su líder más visible fue Héctor Pablo Agosti, por entonces estudiante en la carrera de Filosofía y Letras de la UBA.
Insurrexit llegó a tener terminales en La Plata, Córdoba, Santa Fe y Tucumán. Entre sus militantes platenses estaban los hermanos Saúl y Carlos Serafín Bianchi, Néstor Jáuregui, Félix Aguilar, José Katz y Emilio Simón Gershanik, en su mayoría provenientes del anarquismo, como el propio Sabato. También formaron parte de la agrupación su hermano Arturo –que llegó a liderar al grupo en La Plata– y sus grandes compañeros de entonces, Miguel Itzigsohn y Rogelio Julio Frigerio, que en esa época estudiaba derecho y expresaba su simpatía por el trotskismo.
Itzigsohn fue una de las primeras personas con quienes Sabato compartió sus escritos secretos. Juntos se divertían con un perro de la calle al que bautizaron “Margotín” y al que luego transformaron en un personaje llamado el “doctor Margotín”, artífice del particular “humor margotínico” y protagonista de inéditas y disparatadas historias. Ese perro aparecería mencionado en su libro Uno y el Universo.
Con su participación en Insurrexit, Sabato empezó a alejarse paulatinamente de la rutina estudiantil en las aulas. Fue entonces que comenzó a publicar artículos en la revista Claridad, del editor español Antonio Zamora, que daba cabida a distintas expresiones de la izquierda y en la que también escribían Agosti y Frigerio, entre otros miembros de Insurrexit. En su primera producción, aparecida en abril de 1931 y titulada “Ciencia e Iglesia”, abordó el lanzamiento de Radio Vaticano, inaugurada en febrero de ese año por el papa Pío XI. En el texto, cargado de ironía y cuestionamientos hacia la Iglesia, Sabato planteó que aquella apelación a los avances tecnológicos conseguidos por el hombre resultaba solo admisible ante un Dios caído en desgracia y representaba un “inusitado y sacrílego reconocimiento de la superioridad humana”.23 A este artículo le siguieron otros cuyo denominador común fue la denostación del reformismo universitario y, como contracara, la exaltación de los ideales del comunismo y, sobre todo, de las virtudes de la agrupación Insurrexit como faro revolucionario.
Por entonces, empezó a asistir a las reuniones de un grupo de estudio que organizó Frigerio en el que participaban Baltasar Jaramillo, Narciso Machinandiarena y Jacobo Gringauz. Con la idea de intercambiar conocimientos de forma interdisciplinaria, saltaban de la filosofía a la economía y de la historia a la física.
En medio de la conmemoración de los quince años de la Reforma, las profundas disidencias al interior del movimiento estudiantil permitieron a Insurrexit conquistar la conducción de la Federación Universitaria Argentina. El colectivo reeditó una emblemática revista fundada originalmente en la primera etapa que llevaba el nombre del grupo y se presentaba como un órgano “orientador y voz combativa y de alerta de los estudiantes del país”. Desde sus páginas se cuestionaba el carácter pequeñoburgués que había adquirido el proceso de reforma y se bregaba por la necesidad de dotarla de una dimensión revolucionaria. Si bien no hay notas firmadas por Sabato en la publicación, no se descarta que haya tenido activa intervención.24
Con Agosti a la cabeza, los integrantes de Insurrexit desplegaron una intensa acción durante el Segundo Congreso Nacional de Estudiantes Universitarios realizado en Buenos Aires en agosto de ese año. En aquel cónclave insistieron en sus ataques al reformismo e instalaron como consigna la idea de que la reforma universitaria era una parte indivisible de la reforma social.
La proscripción de la candidatura del radical Marcelo Torcuato de Alvear y el apoyo de los jerarcas militares y de un sector del propio radicalismo dieron ese año el triunfo electoral a los conservadores. El 20 de febrero de 1932 asumió la presidencia el general Agustín Pedro Justo; esa fecha marca el inicio de un período caracterizado por el fraude electoral y las denuncias por corrupción en la administración pública, que pasó a la historia como “la Década Infame”. Justo concentró sus energías en el enfrentamiento con los radicales, pero no dejó de perseguir a los sectores de izquierda, que pese a todo seguían consolidados dentro del movimiento sindical.
El ambiente estudiantil fue llevando, poco a poco, a Ernesto a establecer nuevas relaciones. A excepción de la fuerte figura materna, Ernesto había crecido rodeado por varones. Sin perder su esencial carácter introvertido, desde entonces siempre buscó conquistar la atención de las mujeres, a las que seducía haciendo gala de su ingenio e inteligencia, pero también de una tierna sensibilidad en la que afloraba su condición de ser solitario y desprotegido.
En 1933, en medio de aquel difícil trance para los militantes de izquierda, Ernesto Sabato, con 22 años, fue designado secretario general de la Federación Juvenil Comunista; en agosto de ese mismo año, asumió como delegado de esa fuerza en la FUA, un cargo que lo llevó a recorrer el país. En una encuesta realizada por Claridad, en esos días, sobre “Los organismos estudiantiles frente al problema social”, el flamante dirigente enarboló un discurso encendido en el que alentaba a la articulación de obreros y campesinos con las capas medias oprimidas para “confiscar sin indemnización a los señores del campo, expulsar a los imperialistas extranjeros de los transportes, del campo, de los frigoríficos, de los teléfonos, de las compañías de electricidad y expulsar y confiscar a la burguesía nacional” para, de ese modo, arribar a una “revolución agraria y antiimperialista” en la que las organizaciones estudiantiles tenían un rol central por cumplir: “Insurrexit luchará a sangre y fuego por transformar a los organismos gremiales en verdaderos organismos revolucionarios”, advirtió.25
La vida clandestina, con nombres cambiados, permanentes viajes y mudanzas inesperadas, lo llevó a interrumpir por completo sus estudios. Había alcanzado a cursar hasta cuarto año y tenía dieciocho asignaturas aprobadas, lo que equivalía a dos tercios del trayecto para obtener el doctorado en Física. El cúmulo de actividades que tenía asignadas contemplaba la formación y captación de nuevos militantes. Así, comenzó a dictar en La Plata unos cursillos en los que combinaba los postulados teóricos del marxismo-leninismo con una inflamada épica bolchevique y que, a veces, ofrecía en aulas vacías de la facultad, bares o casas de conocidos.
A una de esas reuniones, realizada en la casa de Hilda Schiller, hija del profesor alemán Walter Schiller, jefe de la Sección de Mineralogía y Geología en el Museo de Ciencias Naturales, asistió Matilde Martha Kusminsky Richter, una adolescente que aún cursaba el secundario en el Liceo de Señoritas. Ernesto y Matilde se enamoraron perdidamente y comenzaron una relación tormentosa que, con sus bemoles, los mantendría juntos durante más de sesenta años.
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