Название: Preguntas para pensar en ética
Автор: Tomás Miranda Alonso
Издательство: Bookwire
Жанр: Документальная литература
Серия: Educar
isbn: 9788428835008
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–¿La veracidad y la honestidad son como la lealtad? –preguntó Lisa.
−¿Cómo? –preguntó el señor Partridge.
−Quiero decir: ¿son todas ellas cualidades en las que no debemos excedernos?
El señor Partridge se rio.
−Bueno, ahora no he venido aquí a discutir de moral contigo, y estoy seguro de que tú y yo aburriríamos al resto de la clase si nos metiéramos en una discusión sobre lo que está bien o lo que está mal 3.
La dimensión moral de nuestra conducta debe estar orientada por la prudencia. Por eso Aristóteles afirma que la virtud es un término medio relativo a nosotros, determinado por la razón y por aquello por lo que se decidiría un hombre prudente. La virtud se encuentra, pues, según él, entre dos extremos, que son viciosos. Así, la fortaleza o valentía se encuentra en el justo medio entre la cobardía y la temeridad. De este modo, un individuo que fuera «demasiado» valiente dejaría de ser tal y se convertiría en un temerario. La persona que se tira al agua sin saber nadar para salvar a alguien que se está ahogando no es valiente sino temeraria. La virtud de la generosidad estaría en el punto medio entre la avaricia (por defecto) y la prodigalidad (por exceso).
Las virtudes son las cualidades que debemos tener los seres humanos para vivir plenamente como tales. Pero los seres humanos nos realizamos necesariamente con los demás, nos hacemos humanos en sociedad; por tanto, como dice la filósofa española Victoria Camps, para vivir bien juntos, es decir, con justicia, hay que cultivar unas virtudes públicas. Estas virtudes necesarias para una democracia justa, libre e igualitaria son la solidaridad, la responsabilidad, la tolerancia y la profesionalidad.
Esta orientación comunitaria de las virtudes está muy presente en la filosofía africana ubuntu, que insiste en la idea de que los seres humanos nos hacemos personas con las demás personas, pues yo soy en función de lo que todos somos. Por ello, las virtudes y la vida moral, en general, tienen necesariamente una dimensión social y comunitaria. El arzobispo anglicano surafricano y Premio Nobel de la Paz en 1984 Desmond Tutu afirma que una persona con ubuntu es abierta y está disponible para los demás, apoya a y se apoya en los demás, el éxito de los otros es su éxito, vive segura de sí misma, pues su seguridad radica en que pertenece a una gran totalidad, y siente como propia la humillación o el desprecio de los demás. Cuenta una leyenda que un antropólogo propuso un juego a un grupo de niños africanos, que consistía en hacer una carrera hasta un árbol determinado, al lado del cual había colocado un cesto con frutas. El ganador recibiría como premio ese cesto. Cuando se dio la señal de comienzo de la carrera, todos los niños se cogieron de la mano para llegar todos juntos a la meta y poder compartir el premio entre todos. Cuando el antropólogo les preguntó por qué habían corrido de ese modo, le respondieron: «¡Ubuntu! ¿Cómo uno de nosotros podría estar feliz si todos los demás están tristes?».
Quizá en la actualidad y en algunos ambientes las palabras «esfuerzo» y «virtud» provocan un rechazo, hasta el punto de haber casi desaparecido incluso en contextos educativos. A algunas personas estas palabras les suenan a algo aburrido, antiguo, propias de una sociedad y de un modelo educativo ya caduco. Se «vende» mejor todo aquello que se presenta como fácil de conseguir y se valora todo aprendizaje que se pueda lograr «sin esfuerzo». Y en determinados ambientes «triunfan» los «malotes», porque se piensa que los «buenos», los virtuosos, son más aburridos. Ya decía en el año 1927 el poeta y ensayista francés Paul Valéry ante la Academia de Francia que la virtud, la palabra «virtud», había muerto, o por lo menos estaba a punto de extinguirse. Pero también hay personas que piensan de otro modo, y jóvenes que saben por experiencia que tienen que esforzarse mucho para conseguir llegar a las metas que se proponen. En un acto reciente de despedida, mis alumnos me regalaron una foto de ellos enmarcada en cuya parte superior pusieron la siguiente cita de Aristóteles: «Solo hay felicidad donde hay virtud y esfuerzo serio, pues la vida no es un juego». Saber que esos estudiantes habían descubierto que la virtud y el esfuerzo eran condiciones necesarias para que hubiera felicidad fue el mejor regalo que un profesor podía recibir de ellos.
En algunos países, como ocurre en España, se ha sustituido la expresión «educación en la virtud» por «educación en valores», aunque no significan lo mismo. Educar en la virtud supone algo más que un mero conocimiento intelectual y reconocimiento de los valores. Para educar en la virtud se necesita no solo conocer qué es el bien, sino esforzarse por ser bueno, como diría Aristóteles. En otros países se presta más atención al estudio y a la educación en virtudes, aunque se les suele dar el nombre de fortalezas del carácter. Según los profesores estadounidenses Martin Seligman y Cristopher Peterson, las fortalezas son rasgos morales y pueden mejorarse mediante el entrenamiento. Se diferencian de las capacidades (como correr muy rápido, cantar bien o el talento) en que estas requieren una base innata para poder desarrollarlas y no están al alcance de todo el mundo, mientras que la consecución y desarrollo de las fortalezas dependen más de la voluntad. Establecen seis categorías de virtudes en las que se agrupan las fortalezas: 1) sabiduría y conocimiento (creatividad, apertura de mente, deseo de aprender...); 2) coraje (valentía, perseverancia...); 3) humanidad (amor, amabilidad, inteligencia social...); 4) justicia (equidad, ciudadanía...); 5) moderación (humildad, prudencia, autocontrol...); 6) trascendencia (aprecio por la belleza, gratitud, esperanza...).
Más cuestiones para pensar
¿Quién decide, nuestro cerebro o nuestra voluntad? ¿Va siempre la virtud unida a la felicidad? ¿Hay ocasiones en las que conviene no dejarse guiar por la prudencia? ¿Tendría sentido decir de alguien que es demasiado virtuoso?
El dilema del erizo es una parábola escrita en 1851 por el filósofo alemán Arthur Schopenhauer, en la que podemos comparar las relaciones que los humanos establecemos entre nosotros para poder sobrevivir con la relación que establecen los erizos para no helarse:
En un día muy frío, un grupo de erizos que se encuentran cerca sienten simultáneamente una gran necesidad de calor. Para satisfacer su necesidad buscan la proximidad corporal de los otros, pero, cuanto más se acercan, más dolor causan las púas del cuerpo del erizo vecino. Sin embargo, debido a que alejarse va acompañado de la sensación de frío, se ven obligados a ir cambiando la distancia hasta que encuentran la separación óptima (la más soportable).
Como los erizos, necesitamos a los demás para poder vivir como seres humanos, pero la convivencia con los demás no es fácil, y, con frecuencia, produce dolor. ¿Qué virtudes debemos desarrollar para facilitar la convivencia con los demás en un mundo global?
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