El choque. Linwood Barclay
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Название: El choque

Автор: Linwood Barclay

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия:

isbn: 9788742811597

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СКАЧАТЬ ¿cómo lo está llevando Kelly? No ha vuelto a venir después del cole desde que..., ya sabes. —Tuve la sensación de que Joan Mueller no quería que me fuera.

      —Voy a recogerla cada día a la salida del colegio —expliqué—, y hoy se ha quedado a dormir en casa de una amiga.

      —Ah —dijo Joan—. O sea que esta noche estás solo.

      Asentí con la cabeza, pero no dije nada. No sabía si Joan me estaba lanzando una indirecta o no. No me parecía posible. Hacía ya bastante que había muerto su marido, pero yo había perdido a Sheila hacía solo dieciséis días.

      —Oye, yo...

      —Ay, mira —me interrumpió Joan con un entusiasmo algo forzado cuando un Ford Explorer de un rojo algo deslucido llegó a toda velocidad a su camino de entrada—. Ese es el padre de Carlson. Tendrías que conocerlo. ¡Carlson! ¡Ya está aquí tu papá!

      No tenía ningún interés en conocer a aquel hombre, pero daba la sensación de que ya no podía escaquearme. El padre, un hombre esbelto y nervudo que, por mucho que llevara traje, tenía el pelo demasiado largo y alborotado para trabajar en un banco, se acercó a la casa. Tenía una zancada algo arrogante. Nada demasiado exagerado. La clase de andares que ya había visto antes en moteros (un par de ellos habían trabajado a media jornada para mí hacía unos años), y me pregunté si aquel tipo no sería un crápula de fin de semana. Me miró de arriba abajo, el tiempo suficiente para darme cuenta de que lo hacía.

      Carlson se escabulló por la puerta y no se detuvo a saludar a su padre, sino que corrió directo al todoterreno.

      —Carl, quería presentarte a Glen Garber —dijo Joan—. Glen, este es Carl Bain.

      Interesante, pensé. En lugar de Carl Junior, le había puesto al niño Carlson, «hijo de Carl». Le tendí la mano y él la estrechó. Sus ojos no hacían más que ir de Joan a mí y viceversa.

      —Encantado de conocerte —dijo.

      —Glen es contratista —explicó Joan—. Tiene su propia empresa. Vive justo al lado —señaló a mi casa—, en esa casa de ahí.

      Carl Bain asintió.

      —Hasta el lunes —le dijo a Joan, y volvió a su Explorer.

      Joan se despidió de él con la mano, quizá con demasiado entusiasmo, mientras el coche se alejaba. Después se volvió hacia mí.

      —Gracias —dijo.

      —¿Por qué?

      —Es que me siento más segura sabiendo que estás ahí al lado.

      Me dirigió una mirada cariñosa, que parecía dar a entender algo más que una buena relación de vecinos, y entró de nuevo en su casa.

      Capítulo 4

      —¿Qué se siente? —preguntó Emily.

      —¿Cómo que qué se siente? —dijo Kelly.

      —Qué se siente cuando no se tiene madre. ¿Cómo es?

      Estaban las dos sentadas en el suelo de la habitación de Emily, entre montones de ropa tirada. Kelly se había estado probando conjuntos de Emily y Emily había improvisado un pase de modelos con la ropa que Kelly había llevado puesta y el conjunto extra que había metido en la mochila. Kelly le había preguntado a Emily si le apetecía intercambiar con ella unas camisetas durante toda una semana, y su amiga de pronto le había soltado esa pregunta.

      —Pues no es nada guay —dijo Kelly.

      —Si tuviera que elegir entre que se muriera mi madre o mi padre, yo creo que elegiría a mi padre —comentó Emily—. Le quiero, pero que se muriera mi madre sería peor, porque los padres no saben nada de muchísimos temas. ¿No preferirías que hubiera sido tu padre el que se hubiera muerto?

      —No. Preferiría que no se hubiera muerto nadie.

      —¿Quieres jugar a los espías?

      —¿Cómo se juega?

      —¿Te has traído el móvil?

      Kelly lo llevaba en el bolsillo y entonces lo sacó.

      —Vale —dijo Emily—, pues nos escondemos por la casa e intentamos sacar fotos una de la otra sin que la otra se entere, ¿vale?

      Kelly sonrió encantada. Aquello sonaba divertido de verdad.

      —Pero ¿solo fotos o también vídeos?

      —Los vídeos dan más puntos.

      —¿Cuántos?

      —A ver, las fotos cuentan un punto, pero consigues un punto por cada segundo de vídeo.

      —Yo creo que deberían ser cinco puntos —dijo Kelly. Lo estuvieron debatiendo un rato y al final acordaron que cinco puntos por cada foto y diez por cada segundo de vídeo.

      —Si nos escondemos las dos a la vez, ¿cómo vamos a encontrarnos? —preguntó Kelly.

      Emily no había pensado en eso.

      —Bueno, pues primero te escondes tú y yo intento encontrarte.

      Kelly ya se había puesto de pie.

      —Tienes que contar hasta quinientos. Y no cinco, diez, quince, veinte..., sino uno, dos, tres...

      —Eso es demasiado. Hasta cien.

      —Vale, pero no muy deprisa —insistió Kelly—. No un-dos-tres-cuatro..., sino uno, dos, tres...

      —¡Vale! ¡Venga! ¡Vete!

      Kelly, con el teléfono bien sujeto en su mano cerrada, salió corriendo a toda prisa de la habitación. Corrió por todo el pasillo, preguntándose dónde podría esconderse, y miró un momento en el baño, pero la verdad es que ahí no había ningún sitio bueno. Si estuviera en su casa, podría meterse en la bañera, quedarse allí de pie muy quieta y cerrar las cortinas, pero los Slocum tenían una ducha con mampara de cristal. Abrió una puerta, que resultó ser un armario de ropa de cama; las baldas sobresalían demasiado y no le dejaban sitio para esconderse dentro.

      Abrió otra puerta y vio una cama del mismo tamaño que la de sus padres, aunque ahora su padre la tenía toda entera para él solo. La colcha era de un blanco roto y la cama tenía columnas de madera en las cuatro esquinas. Debía de ser la habitación del señor y la señora Slocum. Tenía cuarto de baño propio, pero también allí la ducha —el mejor sitio para esconderse— tenía mampara de cristal, y la bañera estaba descubierta, sin ninguna cortina.

      Kelly atravesó corriendo la habitación y abrió el armario. Estaba lleno de ropa que colgaba de perchas y tenía todo el suelo cubierto de zapatos y bolsos. Entró y se hizo un sitio entre las blusas y los vestidos que la envolvían. No cerró la puerta del todo. Dejó una abertura de cinco centímetros para que, cuando Emily entrara, pudiera grabarla buscándola por la habitación. Y entonces, cuando abriera la puerta, Kelly gritaría: «¡Sorpresa!».

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