Gazapo. Gustavo Sainz
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Название: Gazapo

Автор: Gustavo Sainz

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Biblioteca Gustavo Sainz

isbn: 9786077640127

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СКАЧАТЬ el sobaco. Después se oyó el ruido del motor y se vieron encendidos los faros del coche, al fondo del garaje. No tardó en llegar hasta ellos. Jacobo abrió la portezuela delantera y el velador bajó.

      —¿De quién es el coche? —preguntó Arnaldo. Balmori lo empujó al interior.

      —¿Por qué no tomamos un taxi? —insistió Arnaldo.

      Jaboco le prometía al velador una propina.

      —Nos lo prestaron por veinte pesos —dijo Balmori, antes de subir.

      Vulbo, sentado frente al volante, logró que el auto arrancara sin dificultad.

      —El velador nos lo prestó por veinte pesos —repitió Balmori.

      El coche se dirigía hacia la estatua de Carlos IV y daba una vuelta prohibidísima en U con gran rechinar de llantas. Iban por el Paseo de la Reforma, rumbo al Castillo de Chapultepec.

      —Pero es del padre de Fidel, ¿no? ¿Lo sabe?

      —El padre no, pero Fidel sí. Él lo consiguió —explicó Jacobo—. ¿Qué no estabas?

      El semáforo en la glorieta de Niza y Rhin los detuvo. No había coches ni gente por el Paseo, sólo árboles apenas iluminados por la luz mercurial.

      —Bueno… ¿De qué se trata? —preguntó Arnaldo.

      —De un robo —dijo Vulbo.

      El auto arrancó estrepitosamente.

      —En estas cosas no jalo —gritó Arnaldo.

      —Tenemos hasta llave —agregó Jacobo, en tono tan endeble que permitía la duda.

      Vulbo cambió la velocidad de segunda a tercera, luego a segunda y se dirigió al carril derecho de la calle, cerca de la banqueta.

      —¡Párate!

      —¡No seas payaso! —dijo Balmori.

      —De veras —dijo Arnaldo. Abrió la portezuela del auto en marcha.

      Vulbo frenó de improviso y Jacobo se proyectó hacia adelante.

      —¡Qué susto me diste! No tuve tiempo de pisar el cloch.

      —Mira —dijo Balmori—, se trata de recuperar las cosas de Menelao mientras sus papás duermen. Ya sabes que no dejan que se lleve nada de su casa y a todos nosotros eso nos molesta. Es más, si te interesa algo, te lo guardas. Es lo convenido.

      —Queremos darle una sorpresa —masculló Vulbo—. Los papás no estarán.

      —De todos modos, no jalo. Nos estamos viendo. —Arnaldo abrió la portezuela rozando el pedestal de Juan Antonio de la Fuente. Diplomático.

      Jacobo se acostó en el asiento para alcanzar la portezuela y cerrarla. Arnaldo atravesaba la calle sin volver la cabeza hacia atrás. Balmori le gritó:

      —¡No mames!

      —Déjalo —murmuró Vulbo.

      —Es capaz de irse caminando hasta su casa.

      —Yo que él —sugirió Jacobo—, regresaba con mis hermanas.

      Pasaron frente al Seguro Social. En los cambios de velocidad el auto se sacudía.

      —A lo mejor ya cenaron —dijo Balmori—. Caminar hasta Sanborns y luego hasta su casa si no están, es mucho andar. —Y después de un rato—: ¿Creen que tenga dinero para un taxi?

      Frente a la fuente de la Diana volvió a tocarles el alto del semáforo.

      —No comprendo cómo Menelao/

      —No todo. Ayer sacó la grabadora/

      —pudo salirse de su casa y dejó todo allí.

      —la grabadora y unos discos.

      —Pero lo demás, su ropa, sus revistas, sus colecciones, todo lo suyo…

      —Su papá dijo que eran parte de la casa y que, si Menelao quería usarlas, podría ir allí, pero que la casa no podía dividirse ni nada de eso, porque es una institución que/

      —Dejó su cámara, ¿no?

      —que no debía dividirse o algo así.

      —¡Qué buey! —Jacobo abrió la ventanilla y la cerró en seguida.

      —Esos pedos que me echáis —recitó Balmori—, no es ofensa que me hacéis…

      Vulbo rió.

      El auto rodeó la glorieta de la Diana. Pasaron frente a los leones inmóviles que guardan la entrada al bosque de Chapultepec. Balmori vio, a través del parabrisas, el monumento a los niños héroes, las columnas iluminadas por una luz fantasmal. Siguieron hasta la glorieta del cambio de Dolores y enfilaron por la Calzada de Tacubaya rumbo al sur de la ciudad, dejando tras de sí la zona arbolada.

      —¿Se acostará Mauricio con Bikina?

      —¿Acostarse, acostarse o…?

      —Por lo menos estarán en el departamento —dijo Vulbo—. No creo que hagan nada porque tienen que entretener a Menelao, o bien no despertarlo si está dormido. Cuidarán que no se le ocurra venir a la casa de sus padres; más bien, impedirán que venga, si trata.

      Deben haber ido por la avenida Benjamín Franklin.

      Recuerdo que Mauricio me despertó esa noche al acostarse. Creo que dijo: “Hasta mañana, Melenas, son las seis”, y arregló la almohada que divide en dos nuestra cama.

      —¿Y Bikina? —pregunté.

      —La fui a dejar a su casa.

      —¿Qué pasó? ¿Le hiciste algo?

      Se cubrió la cara con las cobijas para no responderme y no pregunté más. Intenté dormir. Soñé que iba con Gisela por la calle Aniceto Ortega. Mi padre pasó junto a nosotros, en su auto, y enfrenó, invitándonos a subir. Había como niebla, kalima, la llaman los pilotos, y nosotros corrimos hacia él. En una miscelánea bebimos refrescos y Gisela dijo que costaban mucho, que antes eran más baratos, cuando era chica, y mi padre, que la considera muy chica, le rasguñó con delicadeza las mejillas y ella rió con esos dientes blancos que tiene. Era una especie de neblina y el auto llevaba los faros encendidos, y los tres andábamos juntos y conversábamos sin estar enojados como sucede en la realidad, donde mi papá odia a Gisela y yo me salí de la casa por eso.

      No pensé en los muchachos. No sabía que ellos iban rumbo a mi casa en la Colonia del Valle. Probablemente cruzaban Parroquia por la avenida Coyoacán y una cuadra después daban vuelta a la izquierda, por José María Rico, frente a la fábrica de refrescos.

      Ahora, el intento de asaltar mi casa lo conozco porque Jacobo se lo contó a Gisela y ella lo repitió en la grabadora, también porque con algunas alteraciones Balmori se lo dijo a Mauricio y éste a mí, y porque finalmente СКАЧАТЬ