Название: Las aventuras de Sherlock Holmes
Автор: Arthur Conan Doyle
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: Clásicos
isbn: 9789707322875
isbn:
—Aparte de los hechos evidentes de que en alguna época ha realizado trabajos manuales, que toma rapé, que es masón, que ha estado en China y que últimamente ha escrito muchísimo, soy incapaz de deducir nada más —dijo.
El señor Jabez Wilson dio un salto en su silla, manteniendo el dedo índice sobre el periódico, pero con los ojos clavados en mi compañero.
—¡En nombre de todo lo santo! ¿Cómo sabe usted todo eso, señor Holmes? —preguntó—. ¿Cómo ha sabido, por ejemplo, que he trabajado con las manos? Es tan cierto como el Evangelio que empecé siendo carpintero de barcos.
—Sus manos, señor mío. Su mano derecha es bastante más grande que la izquierda. Ha trabajado usted con ella y los músculos se han desarrollado más.
—Está bien, pero ¿y lo del rapé y la masonería?
—No pienso ofender su inteligencia explicándole cómo he sabido eso, especialmente teniendo en cuenta que, contraviniendo las estrictas normas de su orden, lleva usted un alfiler de corbata con un arco y un compás.
—¡Ah, claro! Lo había olvidado. ¿Y lo de escribir?
—¿Qué otra cosa podría significar el que el puño de su manga derecha se vea tan lustroso en una anchura de cinco pulgadas, mientras que el de la izquierda está rozado cerca del codo, por donde se apoya en la mesa?
—Bien. ¿Y lo de China?
—El pez que lleva usted tatuado, justo encima de la muñeca derecha, sólo se ha podido hacer en China. Tengo realizado un pequeño estudio sobre los tatuajes e incluso he contribuido a la literatura sobre el tema. Ese truco de teñir las escamas con una delicada tonalidad rosa es completamente exclusivo de los chinos. Y si, además, veo una moneda china colgando de la cadena de su reloj, la cuestión resulta todavía más sencilla.
El señor Jabez Wilson se echó a reír sonoramente.
—¡Quién lo iba a decir! —exclamó—. Al principio me pareció que había hecho usted algo muy inteligente, pero ahora me doy cuenta de que, después de todo, no tiene ningún mérito.
—Empiezo a pensar, Watson —dijo Holmes—, que cometo un error al dar explicaciones. Omne ignotum pro magnifico, como usted sabe, y mi pobre reputación, en lo poco que vale, se vendrá abajo si sigo siendo tan ingenuo. ¿Encuentra usted el anuncio, señor Wilson?
—Sí, ya lo tengo —respondió Wilson, con su dedo grueso y colorado plantado a mitad de la columna—. Aquí está. Todo empezó por aquí. Léalo usted mismo, señor.
Tomé el periódico de sus manos y leí lo siguiente:
“A la liga de los pelirrojos. —Con cargo al legado del difunto Ezekiah Hopkins, de Lebanon, Pennsylvania, EE.UU., se ha producido otra vacante que da derecho a un miembro de la Liga a percibir un salario de cuatro libras a la semana por servicios puramente nominales. Pueden optar al puesto todos los varones pelirrojos, sanos de cuerpo y de mente, y mayores de veintiún años. Presentarse en persona el lunes a las once a Duncan Ross, en las oficinas de la Liga, 7 Pope’s Court, Fleet Street”.
—¿Qué diablos significa esto? —exclamé después de haber leído dos veces el extravagante anuncio.
Holmes se rió por lo bajo y se removió en su asiento, como solía hacer cuando estaba de buen humor.
—Se sale un poco del camino trillado, ¿no es verdad? —dijo—. Y ahora, señor Wilson, empiece por el principio y cuéntenoslo todo acerca de usted, su familia y el efecto que este anuncio tuvo sobre su vida. Pero primero, doctor, tome nota del periódico y la fecha.
—Es el Morning Chronicle del 27 de abril de 1890. De hace exactamente dos meses.
—Muy bien. Vamos, señor Wilson.
—Bueno, como ya le he dicho, señor Holmes —dijo Jabez Wilson secándose la frente—, poseo una pequeña casa de préstamos en Coburg Square, cerca de la City. No es un negocio importante, y en los últimos años me daba lo justo para vivir. Antes podía permitirme tener dos empleados, pero ahora sólo tengo uno; y tendría dificultades para pagarle si no fuera porque está dispuesto a trabajar por media paga, mientras aprende el oficio.
—¿Cómo se llama ese joven de tan buen conformar? —preguntó Sherlock Holmes.
—Se llama Vincent Spaulding, y no es tan joven. Resulta difícil calcular su edad. No podría haber encontrado un ayudante más eficaz, señor Holmes, y estoy convencido de que podría mejorar de posición y ganar el doble de lo que yo puedo pagarle. Pero, al fin y al cabo, si él está satisfecho, ¿por qué habría yo de meterle ideas en la cabeza?
—Desde luego, ¿por qué iba a hacerlo? Creo que ha tenido usted mucha suerte al encontrar un empleado más barato que los precios del mercado. No todos los patrones pueden decir lo mismo en estos tiempos. No sé qué es más extraordinario, si su ayudante o su anuncio.
—Bueno, también tiene sus defectos —dijo el señor Wilson—. Jamás he visto a nadie tan aficionado a la fotografía. Siempre está sacando instantáneas cuando debería estar cultivando la mente, y luego zambulléndose en el sótano como un conejo en su madriguera para revelar las fotos. Ese es su principal defecto; pero en conjunto es un buen trabajador. Y no tiene vicios.
—Todavía sigue con usted, supongo.
—Sí, señor. Él y una chica de catorce años, que cocina un poco y se encarga de la limpieza. Eso es todo lo que tengo en casa, ya que soy viudo y no tengo más familia. Los tres llevamos una vida muy tranquila, sí señor, y nos dábamos por satisfechos con tener un techo bajo el que cobijarnos y pagar nuestras deudas. Fue el anuncio lo que nos sacó de nuestras casillas. Hace justo ocho semanas, Spaulding bajó a la oficina con este mismo periódico en la mano diciendo:
“—¡Ay, señor Wilson, ojalá fuera yo pelirrojo!
“—¿Y eso porqué? —pregunté yo.
“—Mire —dijo—: hay otra plaza vacante en la Liga de los Pelirrojos. Eso significa una pequeña fortuna para el que pueda conseguirla, y tengo entendido que hay más plazas vacantes que personas para ocuparlas, de manera que los albaceas andan como locos sin saber qué hacer con el dinero. Si mi pelo cambiara de color, este puestecillo me vendría a la medida.
“—Pero ¿de qué se trata? —pregunté—. Verá usted, señor Spaulding, yo soy un hombre muy casero y como mi negocio viene a mí, en lugar de tener que ir yo a él, muchas veces pasan semanas sin que ponga los pies más allá del felpudo de la puerta. Por eso no estoy muy enterado de lo que ocurre por ahí fuera y siempre me agrada recibir noticias.
“—¿Es que nunca ha oído hablar de la Liga de los Pelirrojos? —preguntó Spaulding, abriendo mucho los ojos.
“—Nunca.
“—¡Caramba, me sorprende mucho, ya que usted podría optar perfectamente a una de las plazas!
“—¿Y qué sacaría con ello?
“—Bueno, СКАЧАТЬ