Las aventuras de Sherlock Holmes. Arthur Conan Doyle
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Название: Las aventuras de Sherlock Holmes

Автор: Arthur Conan Doyle

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Clásicos

isbn: 9789707322875

isbn:

СКАЧАТЬ la tinta, las plumas y el papel secante; nosotros le proporcionamos esta mesa y esta silla. ¿Podrá empezar mañana?

      “—Desde luego.

      “—Entonces, adiós, señor Jabez Wilson, y permítame felicitarle una vez más por el importante puesto que ha tenido la suerte de conseguir.

      “Se despidió de mí con una reverencia y yo me volví a casa con mi empleado, sin apenas saber qué decir ni qué hacer, tan satisfecho me sentía de mi buena suerte.

      “Me pasé todo el día pensando en el asunto y por la noche volvía a sentirme deprimido, pues había logrado convencerme de que todo aquello tenía que ser una gigantesca estafa o un fraude, aunque no podía imaginar qué se proponían con ello. Parecía absolutamente increíble que alguien dejara un testamento semejante, y que se pagara semejante suma por hacer algo tan sencillo como copiar la Enciclopedia Británica. Vincent Spaulding hizo todo lo que pudo por animarme, pero a la hora de acostarme yo ya había decidido desentenderme del asunto. Sin embargo, a la mañana siguiente pensé que valía la pena probar, así que compré un tintero de un penique, me hice con una pluma y siete pliegos de papel, y me encaminé a Pope’s Court.

      “Para mi sorpresa y satisfacción, todo salió a pedir de boca. Encontré la mesa ya preparada para mí, y al señor Duncan Ross esperando a ver si me presentaba puntualmente al trabajo. Me dijo que empezara por la letra A y me dejó solo; pero se dejaba caer de vez en cuando para comprobar que todo iba bien. A las dos me deseó buenas tardes, me felicitó por lo mucho que había escrito y cerró la puerta de la oficina cuando yo salí.

      “Todo siguió igual un día tras otro, señor Holmes, y el sábado se presentó el gerente y me abonó cuatro soberanos por el trabajo de la semana. Lo mismo ocurrió a la semana siguiente, y a la otra. Yo llegaba cada mañana a las diez y me marchaba a las dos de la tarde. Poco a poco, el señor Duncan Ross se limitó a aparecer una vez cada mañana y, con el tiempo, dejó de presentarse. Aun así, como es natural, yo no me atrevía a ausentarme de la habitación ni un instante, pues no estaba seguro de cuándo podría aparecer, y el empleo era tan bueno y me venía tan bien que no quería arriesgarme a perderlo.

      “De este modo transcurrieron ocho semanas, durante las cuales escribí sobre Abades, Armaduras, Arquerías, Arquitectura y Ática, y esperaba llegar muy pronto a la B si me aplicaba. Tuve que gastar algo en papel, y ya tenía un estante casi lleno de hojas escritas. Y de pronto, todo se acabó.

      —¿Que se acabó?

      —Sí, señor. Esta misma mañana. Como de costumbre, acudí al trabajo a las diez en punto, pero encontré la puerta cerrada con llave y una pequeña cartulina clavada en la madera con una chincheta. Aquí la tiene, puede leerla usted mismo.

      Extendió un trozo de cartulina blanca, del tamaño aproximado de una cuartilla. En ella estaba escrito lo siguiente:

      “Ha quedado disuelta la liga de los pelirrojos.

      9 De octubre de 1890”

      Sherlock Holmes y yo examinamos aquel conciso anuncio y la cara afligida que había detrás, hasta que el aspecto cómico del asunto dominó tan completamente las demás consideraciones que ambos nos echamos a reír a carcajadas.

      —No sé qué les hace tanta gracia —exclamó nuestro cliente, sonrojándose hasta las raíces de su llameante cabello—. Si lo mejor que saben hacer es reírse de mí, más vale que recurra a otros.

      —No, no —exclamó Holmes, empujándolo de nuevo hacia la silla de la que casi se había levantado—. Le aseguro que no dejaría escapar su caso por nada del mundo. Resulta reconfortantemente insólito. Pero, si me perdona que se lo diga, el asunto presenta algunos aspectos bastante graciosos. Dígame, por favor: ¿qué pasos dio usted después de encontrar esta tarjeta en la puerta?

      —Me quedé de una pieza, señor. No sabía qué hacer. Entonces entré en las oficinas de al lado, pero en ninguna de ellas parecían saber nada del asunto. Por último, me dirigí al administrador, un contable que vive en la planta baja, y le pregunté si sabía qué había pasado con la Liga de los Pelirrojos. Me respondió que jamás había oído hablar de semejante sociedad. Entonces le pregunté por el señor Duncan Ross. Me dijo que era la primera vez que oía ese nombre.

      “—Bueno —dije yo—, me refiero al caballero del número 4. “—Cómo, ¿el pelirrojo?

      “—Sí.

      “—¡Oh! —dijo—. Se llama William Morris. Es abogado y estaba

      utilizando el local como despacho provisional mientras acondicionaba sus nuevas oficinas. Se marchó ayer.

      “—¿Dónde puedo encontrarlo?

      “—Pues en sus nuevas oficinas. Me dio la dirección. Sí, eso es, King Edward Street, número 17, cerca de San Pablo.

      Salí disparado, señor Holmes, pero cuando llegué a esa dirección me encontré con que se trataba de una fábrica de rodilleras artificiales y que allí nadie había oído hablar del señor William Morris ni del señor Duncan Ross.

      —¿Y qué hizo entonces? —preguntó Holmes.

      —Volví a mi casa en Saxe-Coburg Square y pedí consejo a mi empleado. Pero no pudo darme ninguna solución, aparte de decirme que, si esperaba, acabaría por recibir noticias por carta. Pero aquello no me bastaba, señor Holmes. No estaba dispuesto a perder un puesto tan bueno sin luchar, y como había oído que usted tenía la amabilidad de aconsejar a la pobre gente necesitada, me vine directamente a verle.

      —E hizo usted muy bien —dijo Holmes—. Su caso es de lo más notable y me encantará echarle un vistazo. Por lo que me ha contado, me parece muy posible que estén en juego cosas más graves que lo que parece a simple vista.

      —¡Ya lo creo que son graves! —dijo el señor Jabez Wilson—. ¡Como que me he quedado sin cuatro libras a la semana!

      —Por lo que a usted respecta —le hizo notar Holmes—, no veo que tenga motivos para quejarse de esta extraordinaria Liga. Por el contrario, tal como yo lo veo, ha salido usted ganando unas treinta libras, y eso sin mencionar los detallados conocimientos que ha adquirido sobre todos los temas que empiezan por la letra A. Usted no ha perdido nada.

      —No, señor. Pero quiero averiguar algo sobre ellos, saber quiénes son y qué se proponían al hacerme esta jugarreta... si es que se trata de una jugarreta. La broma les ha salido bastante cara, ya que les ha costado treinta y dos libras.

      —Procuraremos poner en claro esos puntos para usted. Pero antes, una o dos preguntas, señor Wilson. Ese empleado suyo, que fue quien le hizo fijarse en el anuncio..., ¿cuánto tiempo llevaba con usted?

      —Entonces llevaba como un mes más o menos. —¿Cómo llegó hasta usted?

      —En respuesta a un anuncio.

      —¿Fue el único aspirante?

      —No, recibí una docena.

      —¿Y por qué lo eligió a él?

      —Porque parecía listo y se ofrecía barato.

      —A mitad de СКАЧАТЬ