Ellos y yo. Джером К. Джером
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Название: Ellos y yo

Автор: Джером К. Джером

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: En serio

isbn: 9788412310764

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СКАЧАТЬ supuesto, los fogones están mal. Los fogones de la cocina siempre están mal. Le prometes que tendrá unos nuevos. Seis meses más tarde va a querer los viejos de nuevo: pero decírselo sería cruel. La promesa de la nueva cocina la consuela. La mujer nunca pierde la esperanza de tener algún día una cocina que la satisfaga, la que soñó de niña.

      Zanjada la cuestión de la cocina, te imaginas que has silenciado toda oposición. En ese instante empieza a hablar de cosas de las que nadie más que una mujer o un inspector de sanidad pueden hablar sin sonrojarse.

      Se necesita mucho tacto para enseñarle una casa nueva a una mujer. Ella se mostrará suspicaz, nerviosa.

      —Mi querido Dick —dije—, me gusta que hayas mencionado los armarios. Precisamente mediante los armarios espero atraer a tu madre. Los armarios, desde su punto de vista, serán el único faro encendido. Hay catorce. Y confío en que los armarios me ayuden a capear el temporal. Hará falta que vengas conmigo, Dick. Cada vez que tu madre empieza una frase con pero ahora, para ser prácticos, querido..., quiero que digas algo acerca de los armarios; no incordiando como si lo tuviéramos planeado: ten un poco de sentido común.

      —¿Habrá espacio para una cancha de tenis? —preguntó Dick.

      —Ya hay una excelente cancha de tenis —le informé—. También he comprado el prado adyacente. Podremos criar nuestra propia vaca. Tal vez hasta caballos.

      —Podríamos tener un campo de croquet —sugirió Robina.

      —Podríamos tener fácilmente un campo de croquet —corroboré. En un campo de dimensiones respetables creo que Verónica podría aprender a jugar. Hay naturalezas que exigen espacio. Sobre un campo de tamaño completo, protegido por una gruesa valla de hierro, desperdiciaremos menos tiempo explorando el paisaje de los alrededores en busca de la bola lanzada por Verónica.

      —¿No hay ningún campo de golf por los alrededores? —preguntó Dick.

      —No estoy muy seguro —le contesté—. Apenas a un kilómetro de distancia hay un bonito terreno sin cultivar que no parece interesarle a nadie. Me atrevería a decir que con una oferta razonable...

      —Y todo ese espectáculo, ¿cuándo estará listo? —interrumpió Dick.

      —Propongo comenzar todas las obras a la vez —le expliqué—. Por suerte hay una casa de un guarda de caza vacante y a poca distancia. El agente inmobiliario me cede su uso durante un año. Es un lugar pequeño y primitivo, pero encantadoramente situado en el límite de un bosque. Amueblaremos un par de habitaciones y unos días a la semana me quedaré allí para supervisarlo todo. Mi pobre padre solía decir que ese es el único trabajo que parece interesarme. Si estoy allí, presionándolos a todos un poco, espero tener el espectáculo, como lo llamas, listo para la primavera.

      —Nunca me casaré —dijo Robina.

      —No te desanimes tan fácilmente —le recomendó Dick—. Todavía eres joven.

      —No quiero casarme —continuó Robina—. Si lo hiciera, no haría más que discutir con mi marido. Y Dick nunca conseguirá nada con la cabeza que tiene.

      —Perdóname si te aburro —le supliqué—, pero ¿cuál es la conexión entre esta casa, tus peleas con tu marido, si alguna vez lo tienes, y la cabeza de Dick?

      A modo de explicación, Robina saltó al suelo y, antes de que pudiera detenerla, había lanzado los brazos alrededor del cuello de Dick en un fuerte abrazo.

      —No podemos evitarlo, Dick querido —le dijo ella—. Los padres inteligentes siempre tienen niños estúpidos. Pero, después de todo, tú y yo acabaremos siéndole de alguna utilidad al mundo.

      La idea era que Dick, cuando le hubieran suspendido todos los exámenes, se trasladaría a Canadá y montaría una granja, y se llevaría a Robina con él. Criarían ganado, y galoparían por las praderas, y acamparían en bosques primitivos, y caminarían con raquetas de nieve, y llevarían canoas a la espalda, y sortearían los rápidos, y cazarían animales. En resumen, por lo que pude entender, tendrían una especie de eterno espectáculo de Buffalo Bill para ellos solos. Cómo y cuándo harían el trabajo de la granja no quedó del todo claro. Mami y yo iríamos a terminar nuestros días con ellos. Nos sentaríamos al sol durante algún tiempo y luego moriríamos en silencio. Robina derramó algunas lágrimas al llegar a ese punto, pero enseguida recuperó el ánimo, pensando en Verónica, a la que le lanzarían el anzuelo en una cita y se casaría con un hacendado de corazón sincero: que en la actualidad no era precisamente la ambición de Verónica. Verónica estaba convencida de que le sentaría bien un título nobiliario: su idea discurría hacia la línea ducal. Robina habló durante unos diez minutos. Al final convenció a Dick de que la vida en los bosques de Canadá había sido lo que él más deseaba desde la infancia. Ella es de esa clase de chicas.

      Traté de infundirle algo de sentido común, pero hablar con Robina cuando tiene una idea metida en la cabeza es como tratar de hacer entrar en razón a un potro de dos años de edad. Esa medio derruida casa rural de seis ambientes sería la salvación de la familia. Una mirada de éxtasis transfiguró el rostro de Robina mientras hablaba de ella. Viendo su expresión, cualquiera pensaría que era un santuario. Robina se encargaría de cocinar. Se levantaría temprano, ordeñaría a la vaca y recogería los huevos de las gallinas. Llevaríamos una vida sencilla, aprenderíamos a valernos por nosotros mismos. Sería muy bueno para Verónica. La educación superior podía esperar: había que darle una oportunidad a aquellos ideales más elevados. Verónica haría las camas y limpiaría el polvo de las habitaciones. Por la noche, con su costurero en el regazo, se sentaría a coser mientras yo hablara, contándoles cosas, y Robina se balancearía suavemente hacia adelante y atrás sobre su labor de punto, como el hada del hogar. Mami, siempre que estuviera lo suficientemente fuerte, podría venir con nosotros. Flotaríamos a su alrededor y ella se ocuparía de nosotros con manos amorosas. El agricultor inglés debe saber algo, a pesar de todo lo que se dice, así que Dick podría organizar clases prácticas de labranza. Ella no lo dijo con crudeza; pero dio a entender que, rodeado de buenos ejemplos, Dick incluso podría llegar a interesarse en el trabajo honrado y acabar por aprender a hacer algo útil.

      Robina habló, debo decir, durante un cuarto de hora. Cuando acabó, me pareció una hermosa idea. Las vacaciones de Dick apenas habían comenzado. Durante los próximos tres meses no tendría nada más que hacer que, usando su propia expresión, pudrirse de aburrimiento. En cualquier caso, eso lo mantendría alejado de los problemas. La institutriz de Verónica se iba. Por lo general, las institutrices de Verónica se iban al cabo de un año de haber llegado. A veces creo que debería poner un anuncio buscando una señora sin conciencia. Al cabo de un año suelen decirme que su conciencia no les permite permanecer más tiempo; no sienten que estén ganándose el salario. No es que la niña no sea encantadora ni que sea estúpida. Simplemente es que, como dijo una señora alemana a quien Dick había estado dando lo que él llamó lecciones de inglés de recibimiento, ella no se traga nada. La idea de su madre, en cambio, es que se ceba. Quizá si pusiéramos a Verónica en barbecho viéramos alguna mejora. Robina, hablando para sí misma, sostuvo que un período tranquilo y útil, lejos de la compañía de las niñas tontas y de las otras niñas más tontas todavía, haría de ella una mujer sensata. No es frecuente que los anhelos de Robina tomen esa dirección; y cuando lo hacen no me parece bien frustrarlos.

      Tuvimos algunos problemas con Mami. Que estos tres niños suyos se convirtieran en hombres y mujeres capaces de dirigir una casa de seis ambientes le pareció una especie de sueño, una fantasía. Le expliqué que estaría allí, en todo caso, dos o tres días a la semana, para echarle un ojo a las cosas. Aunque no se mostró entusiasmada, acabó cediendo ante el solemne compromiso de Robina mandarle un telegrama a casa a la primera tos de Verónica.

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