Ellos y yo. Джером К. Джером
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Название: Ellos y yo

Автор: Джером К. Джером

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: En serio

isbn: 9788412310764

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СКАЧАТЬ —dijo—, un día de estos allí arriba habrá problemas.

      »—Me parece que ya los hay —comenté.

      »—Es el sol de la India; se mete en la cabeza. Tenemos uno o dos así en el barrio. Están lo suficientemente tranquilos hasta que sucede algo.

      »—Si hubiera pasado allí dos segundos más, creo que me habría disparado.

      »—Es una casa bonita. Ni demasiado grande ni demasiado pequeña. Es el tipo de casa que la gente parece buscar.

      »—No envidio a la siguiente persona que la visite —afirmé.

      »—Se instaló aquí hace unos diez años —me contó el jefe de estación—. Desde entonces, al menos un millar de personas le han pedido que les venda la casa. Al principio se mostraba alegre, con buen carácter y les explicaba que su idea era vivir allí mismo, en paz y tranquilidad, hasta que se muriera. Dos de cada tres de los interesados expresaban su voluntad de esperar a que muriera y le sugerían un arreglo para poder entrar a vivir, decían, una o dos semanas después del funeral. En los últimos meses ha sido peor que nunca. Creo que usted es el octavo que ha ido esta semana, y solo estamos a jueves. Hay mucho que explicar sobre el viejo, ya sabe.

      —¿Y le disparó al siguiente que fue? —preguntó Dick.

      —No seas tan tonto, Dick —contestó Robina—. Solo es una historia. Cuéntanos otra, papi.

      —No sé a qué te refieres, Robina, con una historia —le repliqué—. Si estás sugiriendo que...

      Robina dijo que no insinuaba que yo mintiera, pero sé muy bien que lo pensaba. Como soy escritor, cuando cuento historias de mi vida la gente piensa que ni siquiera sé lo que es verdad y lo que no lo es. Ya resulta bastante molesto que crean que quizá estoy exagerando, pero que la sangre de tu sangre y tus propios amigos se burlen de ti a la cara cuando estás luchando por ceñirte a los hechos desnudos… Bien, ¿dónde está entonces el incentivo para ser sincero? Hay momentos en que casi me digo que nunca más volveré a decir la verdad.

      —La historia es verdadera, en muchos aspectos. Y hago caso omiso de tu indiferencia ante el riesgo que corrí. Aunque una chica sensible, en el momento en que he mencionado la escopeta habría expresado su alarma. En cualquier caso, al final podría haber dicho algo más simpático que un simple cuéntanos otra. No le disparó a la siguiente persona que fue, por la sencilla razón de que al día siguiente su mujer, alarmada por lo que había pasado, se fue a Londres y consultó a un especialista…, pero ya era demasiado tarde, porque resultó que el pobre diablo murió seis meses después en un manicomio privado. Esto último me lo contó el jefe de estación cuando pasé por allí esta primavera. La casa acabó en posesión de su sobrino, que ahora vive en ella. Es un hombre más bien joven, con una gran familia, y la gente ya se ha enterado de que el lugar no está a la venta. A mí me parece más bien una historia triste. El sol de la India, como piensa el jefe de estación, pudo haber comenzado el trabajo... pero, sin duda, el final se precipitó por las molestias a las que el desafortunado caballero estaba sometido, y yo mismo podría haber recibido un disparo. Lo único que me consuela es pensar en el ojo morado de aquel idiota... del idiota que me mandó allí.

      —¿Y ninguna de las otras casas estaba bien? —preguntó Dick.

      —Eran puros desastres, Dick —le expliqué—. Había una casa en Essex; fue una de las primeras que inspeccionamos tu madre y yo. Casi me eché a llorar cuando leí en el anuncio que una vez fue un priorato donde la reina Isabel había dormido de camino a Greenwich... Una fotografía de la casa acompañaba el anuncio. No debería haber creído lo que vi en la imagen. Estaba a menos de veinte kilómetros de Charing Cross. El propietario, decía el anuncio, estaba abierto a ofertas.

      —Todo patrañas, supongo —aventuró Dick.

      —El anuncio, en todo caso —le contesté—, había subestimado la belleza de la casa. Y de todo lo que se podía culpar a la publicidad era que no mencionaba otras cosas. No mencionaba, por ejemplo, que desde la época de la reina Isabel el barrio había cambiado mucho. No mencionaba que la entrada tenía un edificio público a un lado y una tienda de pescado frito al otro, que la Great Eastern Railway Company había establecido un depósito de bienes en la parte posterior del jardín, que las ventanas del salón daban a una enorme fábrica de productos químicos y que el ventanal del comedor daba a la esquina, al patio de un cantero. Pero la casa, en sí, era un sueño.

      —Pero ¿qué sentido tiene todo eso? —inquirió Dick—. ¿Por qué mienten los agentes inmobiliarios? ¿Creen que las personas pueden comprarse una casa simplemente después de leer un anuncio, sin ir a verla?

      —Una vez le hice esa misma pregunta a un agente —le contesté—. Me dijo que lo hacen, en primer lugar, para mantener la moral del propietario, el que quiere vender la casa, porque cuando un hombre trata de desprenderse de una casa se siente insultado de muchas maneras por parte de los que van a verla: si no la valoran bien, si no dicen todo lo mejor que se puede decir de la casa y no justifican sus defectos, podría terminar por avergonzarse hasta el punto de olvidarse de ella o, peor, volarla con dinamita. Me explicó que la lectura de la publicidad en el catálogo del agente inmobiliario es lo único que lo reconcilia con el hecho de ser el dueño de la casa. Dijo que un cliente suyo había tratado de vender su casa durante años, hasta que un día, en la oficina, leyó por casualidad la descripción que la agencia había hecho y se fue directamente a casa, quitó el anuncio, y desde entonces ha vivido en ella contento. Desde ese punto de vista, el sistema es bueno, pero para el que va a comprarla es muy ineficaz.

      »Una vez un agente me mandó a ver una casa en medio de una fábrica de ladrillos, con vistas al Canal Grand Junction. Le pregunté dónde estaba el río que había mencionado. Me explicó que estaba al otro lado del canal, pero a un nivel inferior. Esa era la única razón por la que no se podía ver desde la casa. Le pregunté por su paisaje pintoresco. Me explicó que estaba un poco más allá, a la vuelta de la esquina. Parecía pensar que yo era poco razonable porque esperaba encontrar frente a la puerta todo lo que quería tener. Añadió que podía tapar las vistas de la fábrica de ladrillos con árboles, suponiendo que no me gustara. Me sugirió eucaliptos. Dijo que era un cultivo muy rápido; también me dijo que producían goma.

      —¿Había СКАЧАТЬ