¡Corre! Historias vividas. Dean Karnazes
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Название: ¡Corre! Historias vividas

Автор: Dean Karnazes

Издательство: Bookwire

Жанр: Сделай Сам

Серия:

isbn: 9788499104744

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СКАЧАТЬ andar en sueños en plena siesta. A la luz de la luna, a la luz de una estrella;Cerca o lejos caminaron toda la noche. Nunca volvería a andar. Iría en coche.

      Sesenta y cuatro kilómetros más tarde, al llegar a las afueras de Healdsburg, estaba reventado. Kimmy seguía a mi lado. En ningún momento volvió a subirse al coche.

      –Gracias, Karno, ha sido estupendo –me dijo.

      –Vaya, estoy alucinado. No me creo que hayas corrido tanto conmigo.

      –Yo tampoco. Desde luego, no lo tenía planeado.

      ****

      Por suerte, había tenido la previsión de reservar un par de habitaciones en un hotel de Healdsburg para poder refrescarnos. Una siesta tampoco habría estado mal, pero no queríamos perdernos la elección de los mejores platos. Era cerca del mediodía y la recepción estaba programada para empezar en una hora.

      Mi mujer, Julie, se había presentado en coche aquella mañana para reunirse con nosotros y juntos nos apresuramos a la reunión. Llegamos justo a tiempo, cuando se abría el acceso al bufé.

      La tercera vez que hicimos cola para elegir comida, pregunté a Kimmy cómo lo llevaba.

      –Tengo muchas agujetas, pero valió la pena. Tal vez la próxima vez consigamos que Topher corra con nosotros –concluyó.

      –¿Correr? –dijo Topher–. ¿Estáis de broma? A menos que unas avispas me estén dando caza, os dejaré a los dos lo de correr.

      A pesar de pesar tan poco, Topher era muy fuerte para su tamaño. Con frecuencia íbamos juntos al gimnasio, y su relación pesofuerza era asombrosa. Podía levantar con facilidad el doble de su peso en el press de banca. Sin embargo, de cintura para abajo era otra cosa. Tenía piernas de pajarito. Sus piernas como palillos alcanzaban proporciones cómicas. Solíamos bromear con que mis muñecas eran más gruesas que sus pantorrillas. No era un corredor.

      –No descartes tan a la ligera lo de correr, Gaylord, tal vez termines encontrándolo satisfactorio. Recuerda lo que decía Nietzsche: «Lo que no nos mata nos hace más fuertes».

      –Sí –respondió–. Siempre y cuando la experiencia no te deje lisiado, estaré de acuerdo con él. Pero de veras que no estoy seguro de cuán fuerte me vería si quedara incapacitado permanentemente.

      Tenía su parte de razón. Sin embargo, creía que había un corredor escondido en todo el mundo, jóvenes y viejos, fuertes y débiles, mentalmente estables e inestables (tal vez incluso mejor si son inestables).

      Deposité unas verduritas asadas en el plato. La variedad del bufé era increíble, pero parecía haber preponderancia de verduras y fideos. Yo era un carnívoro que había corrido casi todo el día anterior. Quería carne.

      Topher se movía de un lado a otro y vio acercarse a la camarera. En la bandeja había un canapé solitario: una única costilla suculenta. Se la ofreció.

      –¡Espere! –protesté–. Es vegetariano.

      Retiró la bandeja y caminó hacia mí.

      –¡No, no lo soy!. –Y volvió a extender la mano hacia la costilla.

      La camarera estaba confundida. Le miró a él, luego a mí, y en ese momento de duda Topher atrapó la costilla y fue a darle un mordisco.

      Antes de que se la pudiera llevar a la boca, le corté.

      –Deja que te cuente una historia –le interrumpí con rapidez–. Un zorro, un lobo y un oso se fueron de cacería y cada uno cazó un ciervo. Se desató una discusión sobre el reparto de las piezas. El oso preguntó al lobo cómo creía que debía hacerse. El lobo dijo que cada uno debería recibir un ciervo. El oso se comió al lobo. Entonces el oso preguntó al zorro cómo se proponía repartir las piezas. El zorro ofreció al oso su ciervo y le dijo que también se debería llevar el ciervo del lobo.

      –¿De quién aprendiste tanta sabiduría? –preguntó el oso al zorro.

      –Del lobo –contestó el zorro.

      Topher me miró extrañado:

      –Vaaale –dijo alargando la a–. ¿Qué estás tratando de decirme, Karno?

      –Simplemente estoy exponiéndote las virtudes del vegetarianismo.

      Mi respuesta le confundió. Perfecto: el engaño estaba funcionando. Y proseguí:

      –¿Lo ves? Si el lobo no comiera carne, habría salvado la vida. Nunca hubiera pedido egoístamente quedarse uno de los ciervos.

      Me miró disgustado. Estaba parloteando sin sentido. La privación de sueño y el agotamiento extremo por correr toda la noche había deteriorado el delicado funcionamiento de mi cerebro y estaba delirante. Y desesperado. ¡Quería esa costilla!

      La acercó a los labios.

      –¡Espera! –rogué–. Acuérdate del lobo…

      Era demasiado tarde. Se la metió entera en la boca y arrancó la carne de un solo mordisco, igual que un Tiranosaurio Rex habría arrancado la carne de las vértebras de una bestia. La salsa barbacoa le resbaló por la barbilla. Miró a la camarera y luego a mí, que lo mirábamos fijamente, desconcertados por su conducta, y gruñó «¡Arrr!». La carne bailaba entre sus dientes.

      –Gaylord –articulé apenas, casi incapaz de pronunciar palabra–. Eso no era necesario. Podríamos haberla dividido cordialmente en dos. Después de todo, no somos cavernícolas.

      Se lamió los labios.

      –¿Por casualidad no tendrá un palillo? –preguntó a la camarera–. Creo que se me ha quedado un trozo entre los dientes.

      –Deme uno también –le pedí– ¡para sacarle los ojos!

      –¿Qué pasa aquí? –Kimmy y Julie habían presenciado el incidente de lejos y se acercaron.

      –Me ha quitado la comida –grité.

      –La posesión me daba la razón, amigo –dijo Topher.

      –¿Os vamos a tener que separar? –preguntó Julie.

      La fulminé con la mirada. ¿De qué parte estaba?

      –¿Estás… bien? –me preguntó. Lo que más me irritó fue el tono condescendiente, como una madre dirigiéndose a un niño enrabietado, lo cual, tengo que admitirlo, era el modo en que me estaba comportando.

      –No –gruñí–. No estoy bien. –¿Se daban cuenta de que estaban tratando con condescendencia a un tío que había estado corriendo toda la noche?–. Mira, estoy divagando sin sentido, es evidente que estoy delirando y que debería echarme a dormir. Además, tengo una rozadura dolorosa en cierta parte que no puedo destapar. Así que la respuesta a tu pregunta es no… No estoy bien.

      Topher pensó que mi respuesta era lo más divertido que hubiera oído jamás. Se echó a reír de forma incontrolable e histérica. Durante una décima de segundo me sentí muy avergonzado. Miré a mi alrededor con nerviosismo para asegurarme de que no hubiera nadie mirando. Cuando СКАЧАТЬ