Sobre lo azul. William H. Gass
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Название: Sobre lo azul

Автор: William H. Gass

Издательство: Bookwire

Жанр: Документальная литература

Серия: Sacacorchos

isbn: 9788412305968

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СКАЧАТЬ el tamaño de las frases, supervisa su ritmo, estudia la puntuación al igual que lo haría Gass; la primorosa selección de los vocablos se traduce en una sensualidad que sin duda evoca la de On Being Blue.

      Ce Santiago evita los eufemismos, y ajusta con precisión los términos de contenido soez o sexual al texto fuente. Muy bien medidos resultan también el número y tamaño de las citas explicativas; ayudan al lector no nativo sin desdibujar el texto principal con lecturas paralelas.

      Se trata de una traducción respetuosa en grado sumo con la configuración semántica de la retórica gassiana, porque Ce Santiago sabe que Gass está en su lenguaje, mucho más de lo que lo está en sus teorías o en sus relatos. Una obra sublime se sustenta en la forma, y el rico y sugerente edificio conceptual de la obra de Gass se mantiene intacto en la versión española de Ce Santiago. Sobre lo azul se adapta como un guante a la naturaleza y al movimiento de la mente de su autor, y el traductor logra con su destreza que el «azul Gass» se aprecie en todos sus matices.

      LA PRESENTE EDICIÓN

      El texto original de la presente obra contiene una serie de particularidades, tanto ortotipográficas como de traducción, que han sido abordadas de una forma heterodoxa.

      Se han empleado comillas angulares en lugar de cursiva para citar palabras con un sentido tanto metalingüístico como referencial debido a que en el texto han permanecido palabras de lenguas extranjeras y su composición en cursiva habría dado lugar a que no aparecieran marcadas si se las citaba con intención metalinguïstica. Por otro lado, el autor hace uso de la cursiva enfática en algunos casos, lo que podría haber añadido una mayor confusión durante la lectura.

      Por otro lado, se han mantenido los usos de mayúsculas y minúsculas, así como los de las semirrayas de las que el autor hace un uso poco habitual. En la sección de notas y referencias se ha obviado, en general, el empleo de comillas simples para indicar los significados, en aras de facilitar la lectura de las mismas.

      Con respecto a la traducción, se ha optado por incluir en ciertos casos, junto a determinados vocablos en inglés, su correspondiente traducción en español entre paréntesis, y vicevercersa. Por último, con el ánimo de facilitar la lectura fluida del texto, se ha creado un sección de notas y referencias al final del volumen.

SOBRE LO AZUL

      I

      Azules los lápices, azules las narices, azules las películas, las leyes, azules las medias y las piernas1, el lenguaje de las aves, las abejas y las flores, tal como lo cantan los estibadores, ese aspecto plomizo que la piel adquiere cuando le afecta el frío, una contusión, la enfermedad, el miedo; el horrible ron o la ginebra que llaman ruina azul y los diablos azules de sus delirios; gatos rusos y ostras2, una respiración retenida o aprisionada, el azul que dicen poseen los diamantes, las profundas fosas en el océano y los blazers que obtienen los deportistas ingleses y se permiten lucir los caballeros; las aflicciones del espíritu –los desánimos, los abatimientos, los lunes 3–todos funestos– la música sencilla y melancólica, las gentes de Nueva Escocia, la cianosis, el tinte capilar, el decolorante, la lejía; la exótica dalia azul, como esa única vez cada luna azul en que acontecen hechos penetrantes4, o la voz de triunfo en el whist5 (pero quién se acuerda del whist o de cómo es la muerte de los juegos que ya no se juegan), y de igual modo la bandera, Blue Peter6, nuestra señal para ponernos en marcha; un ligero bandazo, el dinero confederado, las sombreadas pendientes de las montañas y las nubes, y así la constantemente creciente ausencia del Cielo (ins Blaue hinein, dicen los alemanes), en consecuencia el color de todo lo que está vacío: botellas azules, cuentas bancarias y los halagos, por ejemplo, o, cuando se vuelca el cielo, el lamento verdiazul del mar (ambos el mismo), y, ya en el Infierno, sus minuciosas hileras de casetas de hormigón hasta el horizonte y el azul del gas inflamado; los registros sociales, los cuadernillos de evaluación, la sangre azul, pelotas y boinas, barbas, abrigos, cuellos, ciertos valores7 y el queso… el pedante, indecente y severo8… el atardecer aguado, el hielo en el mar9; por medio de una amalgama de accidentes ha llegado a ser el azul el color de todo esto, igual que ha simbolizado la fidelidad. La leyes azules adquirieron su tonalidad del papel en que se imprimieron. A las narices azules se las llamó así por una patata. La pequeña biblioteca E. Haldeman-Julius, en la que leí por primera vez Evolución del Amor de Ellen Key, esperando en vano que se me empinara, tenía cubiertas azules. En la misma colección, que en aquellos días se vendía por diez centavos, estaban las cartas de amor de aquella monja portuguesa, Mariana Alcoforado, una señora sin duda agitada y cargante, cuya existencia cruelmente olvidé hasta que volví a leer sobre ella en Rilke.

      El primero de aquellos panfletos fue, inevitablemente, el Rubáiyát. Tenía los sentimientos adecuados. La extensión adecuada. Venía en hermosos cuartetos. Y al igual que un par de zapatos abrillantados, tenía la fatiga del mundo y el brillo erótico adecuados. El n.º 19, lo más cerca que estuve de la Jarra y la Rama, se titulaba Nietzsche: Quién fue y qué defendía, de M. A. Mugge, Doctor en Filosofía. Todas aquellas mayúsculas antes eran para Dios. Había otro, recuerdo, que reproducía los discursos que en tiempos de guerra dio Woodrow Wilson en una tipografía que en ocasiones se combaba hacia el pie de página como debilitada por el peso de las palabras de la parte superior. El azul de esos libros es ahora pálido, quebradizo el papel como la hostia con que se comulga, mientras que mi asociación de Wilde y Darrow con el color, tan intensa entonces, también se ha desdibujado. Tampoco se alzó mi polla por Nietzsche, como no causó el ensayo de Mrs. Annie Besant sobre el futuro del matrimonio revuelo alguno. Para eso tenías que acudir a la Colección Liveright –a otros colores: Negro y Dorado– donde podía uno calentarse con Stendhal, Huneker, y Jules Romain, con Balzac y Remy de Gourmont, y donde la decadencia de Pierre Louys era genuina y ni una sola pizca de lo azul goteaba sobre el queso apenas cuajado10.

      John Middleton Murry editó The Blue Review durante las tres distinguidas entregas que esta sobrevivió, y algo llamado The Blue Calendar predijo el tiempo entre 1895 y 1898 sin acertar ni una sola vez. Por cinco centavos, también azul, salido del mismo arcón estanco del desván, The Bibelot, un boletín liliputiense con letras góticas en la cubierta que poco menos chillaban ARTE, llegó hasta mis enfermizas manos. Venía de Maine en vez de hacerlo desde Kansas, y reimprimía artículos que previamente se habían desvanecido en las páginas de The Dark Blue, una indefinida publicación mensual prerrafaelita con un título tan frustrantemente incompleto como un fraseo musical interrumpido. Estas rapsodias entraron a imprenta y salieron de circulación igual que las truchas, estoy seguro, todavía desaparecen por entre las iridiscencias del frío e insondable Blue Hole11 del Ohio de mi niñez, para volver a emerger de pronto en los claros y veloces arroyos y pozas poco profundas que aquel alimenta, como si nada mágico les hubiera sucedido. Cada una de las exiguas entregas de ambas revistas presentaba un sencillo, ligeramente sagrado, vagamente malicioso y siempre delicadamente perfumado trabajo de William Morris o Francis Thompson, Andrew Lang u otros. La colección que vi concluía discretamente con el tributo de Swinburne al pintor Simeon Solomon (ya por entonces en el azulado olvido). El evanescente ensayo de este poeta olvidado nos provee ahora de nuestro primer ejemplo, antes de que estemos del todo preparados para ninguno: la descripción de dos figuras en un cuadro… dejé para ti la prosa de un azulado matiz.

      Una muchacha, con blanca túnica y radiante como blancos nenúfares, ha dejado apenas caer la rosa que en su mano se marchita, desprendiendo hoja tras hoja como lágrimas; ambas poseen la languidez y el aire fértil de las flores en un espacio sofocante; sus miembros reclinados y sus rostros fervientes están colmados de la divinidad; sus labios y ojos seducen y aguardan a los Amantes que invisibles asisten. Las mejillas claras como perlas blancas y las tiernas bocas conservan todavía en torno a ellas la sutil pureza del sueño; despiertas a medias aunque la totalidad del cuadro soporte la pesada e imperativa luz del verano. En los últimos años no se ha hecho nada de СКАЧАТЬ