Название: Estás En Mis Manos
Автор: Victory Storm
Издательство: Tektime S.r.l.s.
Жанр: Триллеры
isbn: 9788835419174
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Y de repente la vi. A ella. En el suelo. Con la rodilla magullada por el golpe contra el coche, y el brazo rasguñado por protegerse el rostro al caer sobre el asfalto. A pesar de la situación, casi me quedé sin aliento de tanto que me fascinaba su cuerpo, envuelto en un vestido negro y muy cortito que no dejaba lugar a la imaginación.
Mi chófer la ayudó a levantarse mientras ella lo insultaba por haberla atropellado. Luego, acercándome a ella, le pregunté si estaba bien. En un abrir y cerrar de ojos me vi prisionero de sus ojos grises magníficos, cargados de amenazas como un cielo nublado anunciando tormenta.
Su rostro delicado y su pelo largo y castaño que le cubría enteramente la espalda descubierta avivaron mi deseo de tocarla, de que fuera mía. Por eso le propuse llevarla al hospital; pero enseguida se puso nerviosa y se asustó, afirmando que estaba plenamente en forma, aunque le costaba disimularlo. Me tiré a la piscina y la invité al hotel donde me hospedaba.
Ella aceptó, pero lo que yo creía que iba a ser el preludio de una noche de locuras en la cama resultó ser exactamente lo contrario.
Estuvo un poco reticente a darme su nombre, Danielle Stenton, y cuando me atreví un poco más, me paró de inmediato, diciendo que no había aceptado seguirme para que la llevase a la cama, sino simplemente para que la curase, ponerle hielo en la rodilla adolorida y descansar en una cama caliente donde pasar la noche, únicamente.
No logré entender la razón por la cual una mujer tan amable podía necesitar un lugar donde pasar la noche, pero entendí enseguida que aquel accidente no era más que un pretexto para sacarme dinero.
A la mañana siguiente, cuando me pidió un préstamo no me sorprendí. Naturalmente me negué, pero me sorprendió cuando me propuso trabajar para mí. No era una petición por su parte, y por la mía, no podía negarme. Fue una debilidad que iba a pagar muy caro ya que Kendra había descubierto muchas cosas sobre mi cuenta. Además, el haberla llevado a mi casa era el apogeo de esa historia delirante, pues allí era donde guardaba mis bienes y mis objetos más preciados.
En aquel preciso instante entendí que, jugando con los sentimientos, Kendra había obtenido lo que necesitaba: entrar en la mansión y aprovecharse de la libertad que le concedía para traicionarme y usar todo lo que podía en mi contra. ¡Y todo eso por echar un polvo! ¡Menudo idiota!
Todavía estaba dándole vueltas a mis errores cuando Kendra abrió los ojos. Después de que los médicos me hubieran anunciado que se iba a despertar en breves, corrí a la clínica privada para enfrentarme a ella y hacerle pagar las mentiras y las artimañas que había usado contra mí.
En ese momento cogí un revólver, porque tras la discusión animada con Ryan sobre la verdadera identidad de esa mujer ya no confiaba en ella, y no iba a dudar en vengarme.
Me senté tranquilamente en el borde de la cama, a su lado, esperando a que se despertase del todo, los medicamentos que le habían dado la habían dejado adormilada.
A pesar del hematoma morado en el pómulo derecho y la palidez mortal de su rostro, todavía estaba muy guapa, tenía una belleza que ahora ya me era indiferente, hasta me repugnaba.
Esperé a que posara sus ojos en mí. Su mirada plateada parecía ahogada en el vacío a causa de los analgésicos, pero abrió los ojos como platos al verme.
Le sonreí satisfecho y me acerqué lentamente a su rostro, saboreando aquella pizca de miedo y de sorpresa que leía en su mirada.
—Dime, mentirosilla, ¿estás lista para pagar las consecuencias de tus mentiras? —le susurré en voz baja.
Vi que entreabría los labios carnosos y perfectamente delineados, pero no produjo ningún sonido.
—Me tomo tu silencio como una afirmación —dije, sacándome la pistola del bolsillo.
—¿Quién eres? —me preguntó ella débilmente, mientras me disponía a empuñar el arma.
Me reí con una risa gutural y fría, casi como una amenaza. Me habría gustado cogerla por el cuello y sacarla de la cama de tan furioso que estaba.
—¿En serio todavía quieres jugar conmigo? ¿Tan segura estás? —le espeté, decidido a no dejarme engatusar de nuevo.
—Yo… Yo no sé… Yo… —balbuceaba incómoda, mirando a su alrededor con la mirada perdida.
—Cuidado con lo que dices, Kendra, no te daré una segunda oportunidad. ¿He sido lo bastante claro? —dije deteniéndola, pero mi amenaza pareció desencadenar la reacción inversa.
—¿Quién es Kendra? —preguntó, empezando a temblar agitada.
Parecía aterrorizada.
—¿Dónde estoy? —balbuceó, intentando levantarse para sentarse, pero eso sólo le provocó más dolor, lo cual la hizo gemir— ¡Me duele! —dijo suspirando, llevándose la mano al pecho, al lugar donde le había impactado la bala— ¿Qué me ha pasado? —dijo estremeciéndose por el dolor, mirándose el brazo vendado y tocándose los moratones del rostro y de las piernas cuando se quitó las sábanas.
Aquello duró tan solo un instante. De repente, toda aquella calma aparente desapareció, dejando lugar al miedo de Kendra que se debatía como un animal enjaulado. Temblorosa y conmocionada, se arrancó el gotero e intentó levantarse.
—Es inútil que intentes huir —cogiéndola por los brazos la postré en la cama cuando intentó levantarse otra vez.
Fue bastante complicado inmovilizarla, de tanto que forcejeaba de manera frenética y alocada a causa del dolor. Intentaba ponerse de pie, a pesar de todo, apoyándose en las piernas, y vi que se tambaleaba. Estaba pálida como la cera y tuve que sujetarla por la cintura para que no se cayera al suelo. Kendra se dejó caer contra mí.
—Me da vueltas la cabeza —murmuró rodeándome el cuello con los brazos.
La levanté y ella se aferró fuerte contra mí, como si temiese desplomarse. La acompañé de vuelta a la cama, y poco a poco me soltó el cuello, me pasó las manos por los hombros y por todo el brazo.
Si no hubiese estado tan conmocionada y temblorosa, habría creído que me estaba provocando para seducirme. Su tacto ligero y delicado tenía algo íntimo y tierno, pero yo no dejaba que me excitara.
Iba a recular cuando de repente su mano derecha se apoderó de la mía. Su tembleque cesó de inmediato. La miré.
Ella me miraba desde su lado. Tenía una expresión perturbada, pero sus ojos me miraban fijamente como si esperase encontrar en mí una respuesta.
—¿Y ahora, te acuerdas de mí? —pregunté.
De nuevo me enfrenté a su silencio, me separé de ella, pero apenas mi mano se soltó de la suya, Kendra, asustada, se sobresaltó y se levantó bruscamente para volver a cogerla. Fue un gesto que le provocó dolor en el pecho otra vez. Gritó de dolor y eso le impidió que se abalanzase sobre mí.
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