Название: El hombre de ninguna parte - Magia en la Toscana
Автор: Caroline Anderson
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: Omnibus Jazmin
isbn: 9788413751740
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Abrió la alacena y encontró la fruta en un frutero. Le cortó un plátano a Josh mientras ella se servía el té y tomaba asiento donde antes había estado sentado Sebastian. Había dejado una tostada en el plato, y no pudo resistirse. Tendría que haber terminado de cenar la noche anterior en lugar de salir huyendo de él, y estaba muerta de hambre.
–Yo quiero tostada –dijo Josh.
–Te haré una enseguida. Pero primero vamos a vestirnos.
Lo subió escaleras arriba mientras el pequeño protestaba y escuchó el agua correr. Sebastian debía estar duchándose, y trató con todas sus fuerzas de no pensar en las veces en que se había unido a él en la ducha, abrazándole por detrás...
–Bien. Vamos a vestirte. Luego me vestiré yo y después tomarás tostadas –le prometió al niño. Pero alargó mucho el aseo y la operación de vestirle, y luego sentó a Josh en la cama con un libro mientras ella se arreglaba y hacía el cuarto.
Mientras hacía la cama se dio cuenta de que el agua de la ducha de Sebastian había dejado de correr. No se escuchaba nada, debía haber bajado. Con suerte estaría en el despacho, y si no, podría decirle dónde estaba el tostador para que no tuviera que revolver toda la cocina buscándolo.
Sacó del baño a Josh, que estaba jugando con el cepillo de uñas en el lavabo como si fuera un coche.
–¿Tostada? –le preguntó Georgia con una sonrisa.
El niño corrió hacia ella y tomó la mano que le tendía. Bajaron a la cocina, y Georgia encontró el pan pero no la tostadora. Estaba con el pan en la mano pensando en la posibilidad de ir a buscar a Sebastian cuando él entró en la cocina.
–No encuentro la tostadora –dijo ella agitando el pan.
–Ah, está dentro de este armario –Sebastian la sacó y se la dio–. Voy a salir a ver cómo está el camino.
Cerró la puerta al salir, y Georgia puso el pan a tostar. Olía tan bien que hizo una pila de tostadas con mantequilla sin poder evitar preguntarse con qué se iba a encontrar Sebastian allí fuera.
Cielos.
Sebastian observó con asombro el camino que quedaba desde cerca de las puertas. Bueno, todo lo cerca que podía estar sin una pala y unas cuantas horas de trabajo. Ya tenía la nieve por la rodilla y cada paso que daba se hundía más debido a la inclinación.
Y no parecía que la situación fuera a mejorar en breve. Aunque el viento había dejado por fin de soplar, hacía frío. Un frío brutal e inesperado. Sebastian se arrebujó dentro del abrigo y soltó una risita amarga.
No le habría hecho falta darse una ducha fría. Habría bastado con salir allí. Desnudo.
Echó un último vistazo al camino y se dio la vuelta para volver a la casa siguiendo el olor de las tostadas y el sonido de las risas. Durante un instante sintió el corazón alegre. Todavía tendría a Georgia allí al menos veinticuatro horas más. Y seguramente más. Nadie iba a preocuparse por aquel pequeño camino. Había visto en las noticias cómo estaba todo el condado. Una vez dentro de la casa se sacudió las botas y el abrigo, se los quitó y volvió a la cocina.
Georgia había preparado más té y estaba sentada a la mesa con Josh y una pila de tostadas calientes con mantequilla. El pequeño tenía la cara llena de migas, se reía de una forma deliciosa, y a Sebastian se le encogió el corazón.
–Huele bien –dijo frotándose las manos.
Georgia alzó la vista y lo miró a los ojos.
–¿Y bien? –le preguntó.
–No vamos a ir a ninguna parte –aseguró él sacudiendo la cabeza–. El camino está cubierto de nieve –sacó una taza del armario–. ¿Queda té?
–Sí. Y te he hecho más tostadas. No sabía si querrías más, pero como te hemos interrumpido el desayuno...
Sebastian se dejó caer en una silla frente a ella y agarró una tostada.
–No pasa nada, pero sí me tomaría más tostadas. Tengo hambre.
Hambre de todo tipo de cosas. De su calor, de su risa. De su niño, tan parecido a ella. Apartó rápidamente la vista y encendió la televisión para tener algo que hacer. Aquello era demasiado para sus barreras defensivas. Estaban hechas pedazos, caídas como unas vigas viejas tras un huracán. Georgia y su hijo las habían atravesado como si nunca hubieran existido.
Georgia estaba viendo en la pantalla las imágenes de la nieve que habían enviado los telespectadores del programa matinal. No eran los únicos que estaban atrapados. Y al día siguiente era Navidad.
–No cabe la posibilidad de que mañana estemos fuera de aquí, ¿verdad? –preguntó.
–Me temo que no. Lo siento –respondió él–. Tus padres se llevarán un disgusto.
Georgia asintió. Josh estaba jugando, moviendo un trozo de pan como si fuera un coche.
–Supongo que los tuyos también. ¿Iban a venir también tus hermanos?
–Sí. ¿Y tu hermano Jack?
–Tiene su propia familia –suspiró Georgia–. Quería que estas navidades fueran especiales. Josh era demasiado pequeño para entender sus primeras navidades, y el año anterior... bueno, fue lo de David, así que en realidad no hubo celebración.
Georgia tragó saliva para ocultar su desilusión, y Sebastian sintió que no podía dejarla así. Ni a ella ni a aquel niño pequeño que había perdido a su padre. Él no sabía cómo habían sido sus primeras navidades. Ni siquiera conocía la religión de sus auténticos padres, ni su nacionalidad, ni su edad. Nada. Solo un vacío. Y no podía soportar la idea de que Josh encontrara un vacío en el lugar donde debían estar las navidades.
Aspiró con fuerza el aire y sonrió.
–Bien, pues tendremos que asegurarnos de que sea un día especial –aseguró–. Tenemos comida de sobra, hay adornos de Navidad y un árbol fuera esperando a ser decorado. No podemos hacer nada más. Mi familia no va a poder llegar y tú no puedes salir de aquí, así que, ¿por qué no celebramos una Navidad que Josh recuerde?
Georgia se lo quedó mirando registrando sus palabras, consciente de lo que le debió haber costado hacer aquella oferta.
–Eso sería maravilloso –murmuró con los ojos brillantes–. Gracias. Sé que no tenías por qué...
Sebastian alzó una mano para silenciarla.
–Déjalo estar, Georgia. Vamos a divertirnos un poco y a darle a Josh sus navidades. Sin ataduras y sin recriminaciones. Y sin que se repita lo de anoche. ¿Crees que podremos?
¿Podrían? No estaba segura, pero quería intentarlo.
Sintió que las lágrimas se le agolpaban en los ojos, así que apretó los labios y sonrió.
–Sí, sí СКАЧАТЬ